La alimentación en el Imperio Romano estaba relacionada y condicionada por la pertenencia a un grupo social.

    Para abastecer a toda su población, la Península Itálica proporcionaba vino, aceitunas, aceite, queso, carne, fruta, marisco, pescado y grano. Estos alimentos configuraban la dieta básica del ciudadano romano según escritores clásicos como Marco Gavio Apicio en su obra De re coquinaria, pero el Imperio comerciaba además con los países que había conquistado, exportando manjares que completaban las mesas de los comensales adinerados como limones del Norte de África, dátiles y especias de oriente y charcutería de la Galia.

    Hispania era una de las provincias que exportaba una mayor cantidad de productos. Tanto los escritos de Apicio, Marcial, Plinio el Viejo o Estrabón, como los hallazgos de ánforas para el transporte de alimentos en embarcaciones naufragadas frente a las costas de Carthago Nova (por ejemplo el Escombreras IV), hacen referencia al comercio con diferentes frutos, trigo, vino (con especial atención al sur, Baleares y Tarragona), miel, aceite y salazones.

    Pero también hablan los clásicos de las diferencias sociales, haciendo mención por ejemplo al pan como alimento de ricos, teniendo las clases bajas que degustar el puls o pulmentum, una pasta elaborada a base de agua y harina muy parecida a las actuales gachas. En Hispania, entre la población más desfavorecida, era usual el consumo de habas secas y garbanzos, alimentos de los que se mofaba la aristocracia y los nobles, incluso el autor de teatro Planto crearía un personaje cómico llamado Pultafagonides o goloso de garbanzos.

    Dos de las características básicas de la cocina romana eran la utilización del condimento con especias y las innumerables salsas que servían como aderezo. Una de las salsas más preciadas  y que alcanzaba precios muy elevados entre la sociedad romana era el garum, elaborado a partir de la maceración de vísceras de pescado (Apicio utilizaría esta salsa en sus recetas). En Carthago Nova y sus alrededores (Escombreras, Águilas o Mazarrón) se encontraban algunas de las factorías de salazones más representativas de la península.

    Una de las ventajas de los salazones de pescados y carnes era su poder de conservación, pudiendo comerciar con estos alimentos durante un tiempo más prolongado. La conservación de productos alimenticios en el mundo romano ocupó un lugar preponderante en los escritos culinarios de Apicio, con alusiones a pescado y frutas:

    Pescado frito. 'En el momento en que se acaba de freír se retira y se recubre con vinagre caliente'.

    Higos frescos, manzanas, ciruelas, peras o cerezas. 'Se escogen cuidadosamente todas estas frutas con su pedúnculo y se meten en miel sin tocarse unas a otras'.

    La comida diaria

    Los ciudadanos libres solían realizar tres comidas diarias: jentaculum o ientaculum (desayuno), prandium (mediodía) y cenae (noche).

    Lentaculum o jentaculum. La primera comida del día era el desayuno, a una hora muy temprana. Comidas ligeras y sencillas, tomadas de pie, que contaban entre los alimentos que se ingerían con pan untado con ajo y sal, o acompañado de una porción de queso. En algunas domus de clase media podían consumirse además huevos, lácteos, miel y toda clase de frutas.

    Prandium. Para los sectores menos favorecidos era usual que fuera la única comida del día, mientras que las clases altas solían saltársela. Los alimentos que se degustaban a mediodía eran pan, carne fría (algunos especialistas consideran que podía tratarse de sobras de la noche anterior), fruta y vino (aunque las mujeres tan solo podían beber vino de pasas servido con miel o agua). Este último lo reservaban para los postres o la sobremesa ya que consideraban que podía desvirtuar los sabores de los productos.

    Cenae. La cena era la comida más importante del día, tanto por cantidad como por el significado de unión y lazos fraternales, realizándose en la hora Octava, tras el baño de final del día. En las familias de la nobleza podía prolongarse horas. El menú que se degustaba comenzaría con unos entrantes para abrir el apetito a base de huevos, pescados en salmuera y verduras en ensalada o a la plancha; de segundo consumían platos con distintas carnes, así como pescados con guarniciones de hortalizas y verduras. Para los postres reservaban frutos secos, dulces y frutas de temporada regadas con vino.

    A finales del siglo II a.C. los comensales de las familias adineradas pasaron a tomar su comida principal en el triclinium de la vivienda, recostados sobre su brazo izquierdo en lechos (acomodados con almohadones) y servidos por esclavos.