Las disposiciones reales y los acuerdos municipales encaminados a librar a la ciudad del contagio de la epidemia eran siempre acatados solemnemente, pero rara vez cumplidos, porque la mayoría de las veces los mercaderes, para quienes los barcos traían mercaderías, ponían en juego sus influencias y sus ducados en la corte y con ellas apretaban a regidores, alcaldes y Comisarios de la Salud, los que, por su parte, procuraban hacer la vista gorda otorgando peligrosas concesiones.

       Resultados: no entrada de barcos y desabastecimiento

    Gracias a tan enérgicas y graves medidas preventivas, pudo por entonces librarse la ciudad de la visita del temido huésped, pero el comercio, ante el aislamiento en que quedó la población, cesó por completo; comenzaron a escasear los granos y todas clases de bastimento, y el fantasma de la miseria se hacía cada día más sensible, siendo inútiles los buenos deseos de la Corporación Municipal para el abastecimiento de la urbe, puesto que los pueblos de la comarca, sobre todo Lorca, habían prohibido terminantemente la salida de trigo y cebada, aun pagando los más exhorbitantes precios.

    Se llegó al extremo de que el pan faltara algunos días y, para evitar la repetición del lamentable caso, alguaciles y regidores corrían por los campos, embargando cereales de todas clases y hubo un poco de respiro al entrar en el puerto, el último día de octubre, un navío que desembarcó mil quince quintales de bacalao, lo que dio lugar a que el Alcalde mandara pregonar la orden de prohibir la salida de este salazón para ninguna parte, sobre todo para Lorca, si los carreteros y arrieros que viniesen a proveerse de él, no lo hacían trayendo veinte o treinta arrobas de harina cada uno a más de algunas cantidades de tocino, arroz, coles, nabos y otras berzas. De esta prohibición no se exceptuaba a nadie de cualquier estado o condición que fuese, incluso los religiosos.

    Dicho día entran en el  puerto, procedentes de Génova, varias embarcaciones con carga general, una de ellas de alto bordo, titulada San Jorge, propiedad del rico comerciante cartagenero D. Juan Bautista Lamberto, y sabedor el Alcalde de que éste había estado en Alicante, perteneciente al reino de Valencia, donde había peste, ordena al guardián del puerto, Juan de Acosta, se acerque contra el viento a los barcos y notifique a los capitanes o patrones que no desembarque gente ni mercaderías y vayan a la rada de Escombreras a cumplir cuarentena. Designóse a la gente de Alumbres para hacer la guardia en aquellas costas, impidiendo que nadie saltara a tierra y recibieran a arcabuzazos al que lo intentara.

    Levantamiento del bloqueo

    Una galera de Nápoles, procedente de Denia, burlando la vigilancia, entra en el puerto y se niega a salir, pretextando que carecía de víveres, pero un regidor, un escribano y varios hombres armados, fueron a requerir por tres veces al capitán para que se hiciera a la mar, advirtiéndole que, de no hacerlo, sería el barco cañoneado por la artillería de las murallas. El capitán del navío, Gregorio Ortiz, pidió que el Ayuntamiento le diera un escrito, testificando las razones que tenía para expulsarlo y así lo hizo el Alcalde, mandándole el documento con el guardia del puerto, con orden de que se pusiera contrario al viento y diera el papel en la punta de una caña muy larga o que lo dejara en un trozo de madera sobre el agua para que lo recogieran los de la galera y se fueran a cumplir la cuarentena a la rada de Escombreras.

    Dicho día entran en el  puerto, procedentes de Génova, varias embarcaciones con carga general, una de ellas de alto bordo, titulada San Jorge, propiedad del rico comerciante cartagenero D. Juan Bautista Lamberto, y sabedor el Alcalde de que éste había estado en Alicante, perteneciente al reino de Valencia, donde había peste, ordena al guardián del puerto, Juan de Acosta, se acerque contra el viento a los barcos y notifique a los capitanes o patrones que no desembarque gente ni mercaderías y vayan a la rada de Escombreras a cumplir cuarentena.

   En estos menesteres se hallaban, cuando se le admitió a libre plática en virtud de la siguiente real orden, con fecha bastante atrasada, que recibió la Ciudad del Sr. Corregidor. "El Rey, Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Oficiales y, Hombres Buenos de la Ciudad de Cartagena. A D. Martín de Reina vuestro Corregidor escribo la carta, que va copia con ésta, sobre dar plática a la galera San Juan de Nápoles, que pasó de Denia al puerto de esa ciudad. Yo os encargo y mando que, habiéndola reconocido, dispongáis por lo que os toca a la ejecución de lo que mando, que seré servido que lo hagáis así, por lo que conviene que, en habiendo recibido el referido bastimento, que se le ha de dar, pase a Tarragona. De Madrid a 13 de agosto del 1647. Yo el Rey". Hízose como se mandaba y también se les concedió entrada en el puerto a cuantos barcos estaban haciendo la cuarentena, con lo que hubo gran contento en la ciudad por la mucha falta que hacían mercaderías de todas clases.

    El día 2 de noviembre, domingo, se celebra una solemne procesión, llevando en andas la imagen de San Roque desde su ermita a la iglesia del convento de Santo Domingo, donde se hace una función en rogativa de aguas y de la peste. Concurrió el Concejo en pleno, el clero regular y secular y casi todo el vecindario. Terminado este acto religioso, vuelve a ser llevada la santa imagen, acompañada por todos, a la ermita de San Roque.

    Nuevos problemas

    Al día siguiente, sabe el Alcalde y los capitulares que gentes procedentes de Valencia y otros lugares infestados, se habían refugiado en casas de diferentes parajes. En el Lentiscar, un individuo llamado José Rodríguez, con su familia, algunos frailes, en la ermita de San Julián, y en el Hondón, varias personas en casa de un ladrillero llamado Diego Méndez y, que muchos que no habían encontrado albergue, andaban dispersos por el campo, rechazados por todos, faltos de sustento, durmiendo al aire libre y expuestos a una muerte segura.

    Inmediatamente, la Corporación destaca varias cuadrillas armadas de arcabuces, con orden de tapiar las puertas y ventanas de las casas de los refugiados y, cumpliendo la orden del Alcalde, se vieron al aire libre en desesperada situación y expuestos a morir a causa de la lluvia y del frío. Unos moradores del Lentiscar, así se lo comunicaron al Alcalde y éste, haciéndose cargo del estado de aquella familia, manda a marchas forzadas varios hombres a caballo para quitar lo tapiado y que Rodríguez y los suyos vuelvan a la casa, estén en ella sin salir a ninguna parte, vigilados por los vecinos más cercanos; pero esto no fue suficiente para mejorar el estado de aquella desgraciada familia, y los mismos guardianes dijeron al Alcalde que, si no se les socorría, todos morirían de hambre. El Ayuntamiento acordó mandarles víveres. Lo mismo se hizo con los que estaban en el Hondón y los frailes de San Julián.

    Antes de cumplirse un mes, el Concejo manda al Doctor Chaves reconozca a toda aquella gente. Certifica el médico que ha reconocido a los del Lentiscar, Hondón y San Julián, y los ha encontrado sanos, sin enfermedad de contagio ni señales de haberlo tenido, y por lo tanto se   les podía dejar entrar en la ciudad, si se mudaban de ropa. Con este certificado se les permitió residir en la población. Los que andaban errantes por los campos, fueron llevados a Hoya Morena, jurisdicción de Murcia, donde los dejó el regidor D. Juan García.

    El 4 de noviembre se celebra cabildo municipal, y, en virtud de las influencias puestas en juego por D. Juan Bautista Lamberto, el Alcalde intenta levantar la cuarentena al navío San Jorge, concediéndole permiso para desembarcar las mercaderías que conduce, pero el regidor D. Juan del Poyo, se opone enérgicamente a ello, haciendo saber a la corporación que dicho navío había estado en  Valencia, donde la peste hacia muchas víctimas y también estuvo en Alicante donde no quisieron admitirlo a libre plática y plática y por eso vino a Cartagena, donde no se le debe admitir, sino mandarle a la fuerza que se vaya a otra costa, lejos del término de la ciudad, y amenazó con escribir al rey y sus consejeros si se le consentía desembarcar lo más insignificante.

    El día 14 Lamberto presenta al Concejo una petición exponiendo que al navío San Jorge de su propiedad, del cual es capitán Andrés Col de Biola, que está cumpliendo cuarentena en Escombreras por haber tocado en Valencia, por cuya causa la había ya hecho en Alicante, por los muchos días que hace que llegó a esta ciudad se le están causando muchos daños y solicita que el Ayuntamiento envíe un médico y reconozca el barco y la tripulación y testifique que se goza de buena o mala salud, y que se le autorice para desembarcar la carga que trae y tomar otra para Nápoles. El Alcalde ordena hacer el reconocimiento al Doctor Chaves. Cumpliendo el médico su encargo y certificando estar con salud excelente el navío y su tripulación, se le concedió la entrada en el puerto.

    El día 5 manda el Alcalde a los vecinos de Alumbres que vayan por turno de tres en tres y hagan la guardia en tierra a los barcos en cuarentena en Escombreras, no permitiendo que nadie hable con la gente de a bordo ni se acerque a ellos; sólo, poniéndose contra el viento y, en este día, una saetía procedente de Valencia da fondo en Escombreras y se le ordena que inmediatamente salga y se aleje del término de la ciudad, so pena de echarla a pique los cañones de Trincabotijas.

    Por la estafeta de este día, recibe el Alcalde un pliego conteniendo una carta para S.M., otra para el Conde de Olivares (sic), otra para el Secretario D. Pedro Colona, y otra para él, remitida desde Denia por Gregorio Ortiz, capitán de la galera que estaba haciendo cuarentena y, leídas las misivas, en ellas se ordena al Alcalde que, en consideración a lo que se expone, escriba a S. M. para que determine lo que se ha de hacer de dicho barco, y entretanto se consienta que algunos hombres de los de a bordo puedan saltar a tierra para hacer aguada y leña, custodiados de lejos por hombres armados de arcabuces.

    El regidor D. Diego Pallarés se opone enérgicamente a esto, alegando que en las cartas se dice habían venido a Cartagena huyendo de la peste y si se dejaba saltar a tierra a la gente, podría sobrevenir alguna desdicha y, por todos los medios posibles, con razón y sin razón, se tenía la obligación de evitar, pues era preferible un mal particular a un mal general que llenara la ciudad de luto.

    Los demás regidores fueron de la misma opinión y lo único que, después de mucho trabajo, pudo conseguir el Alcalde fue que se enviara recado al capitán de la galera de que, si quería, podía salir de la rada, yéndose al islote de Escombreras donde, por oficiales reales, se le enviarían basamentos y, si esto no le convenía y quería marcharse, el Concejo estaba dispuesto a darle todos los testimonios que pidiere para poner a salvo su responsabilidad. Aceptó el capitán la propuesta y, dos días después, se hizo a la mar.

    A mediados de diciembre, dada la falta de trigo que había en la ciudad, mandó el Concejo a los vecinos Martín López, Antonio Pérez y Julián Montoya, fueran con sus cabañas a varias poblaciones a traer dicho cereal. Así lo hicieron y, al llegar a la ciudad de Vera, un juez les embarga el trigo y las cabañas. Los comisionados escriben diciendo lo ocurrido al Sr. Alcalde y éste, teniendo en cuenta la miseria que se padecía en la población por falta de harina, reúne el cabildo y expone lo ocurrido. Protestan los munícipes y acuerdan escribir al juez de Vera, quejándose del atropello cometido, apercibiéndole que deje libre a los cabañeros con el trigo, pues de no hacerlo, se dará cuenta a S. M. y consejeros. Regresaron los vecinos con sus cabañas, pero sin un grano de trigo.