Con este artículo damos comienzo a una nueva sección en Cartagena Histórica titulada Grandes Tragedias de la Historia de Cartagena, que tendrá continuidad en próximos números. Aunque ésta no fue la primera gran epidemia de peste conocida en la ciudad, pues otras más lejanas en el tiempo, como la de 1348-49 o la de 1558, también causaron importantes estragos, si es verdad que en este caso la rica información que se ha conservado acerca de ella nos permite conocer con bastante lujo de detalles los pormenores de la misma y la situación de caos y terror vivida por nuestra vieja urbe durante varios meses del año 1648. Éste fue su desenlace...

    El 20 de octubre de 1647 llega a Cartagena la noticia de que en Valencia y su reino existía una espantosa epidemia que ocasionaba muchas víctimas y produjo tanta alarma en la costa mediterránea. Al tener noticias el Alcalde de haberse declarado oficialmente la peste en aquella ciudad, reúne el cabildo municipal y se acuerda en él que dos caballeros capitulares, por turno, asistan todos los días a las Puertas del Muelle y de Murcia para prohibir la entrada en la población a toda clase de ropas y a las personas que infundieran sospechas; manda cerrar las Puertas de San Leandro y San Ginés, invitando a los habitantes del Arrabal de San Diego a que, en el término de 24 horas, bajo graves penas, entrasen a vivir dentro de la ciudad; ordena tapiar con tierra y piedra todas las casas del Arrabal de San Roque, exceptuando de esta medida a las que miraban al puente, donde asiste la guardia de la salud; fija edictos en las ermitas del campo y pregona la prohibición de alojar, convidar, tratar, comerciar y admitir a ningún valenciano; establece rondas y, por último, procura por cuantos medios le fueron posible, hacer llegar a conocimiento de todos que la desobediencia sería castigada con azotes o pérdida de la vida y de todos los bienes.

    Sabedor el Alcalde y regidores que los vecinos del Arrabal de San Roque no cumplían con lo mandado para librar de la peste a la ciudad, no haciendo las guardias, el Concejo ordena que, a costa de dichos vecinos, se tapien todas las bocacalles y portillos y se les obligue, bajo pena de azotes o pérdida de la vida, a hacer guardias, vigilando con todo cuidado lo que el caso requería. Lo mismo se hizo con los vecinos del Arrabal de San Diego y la Serreta. Mandó también el Concejo hacer entre los vecinos del pueblo un reparto de mil reales para pagar a los hombres que, con órdenes concejiles, hacían las guardias en las Puertas y corredurías por el campo, pero los tenderos, tahoneros y demás industriales, se quejan de la imposibilidad en que están de pagar y que los alguaciles y ministros encargados del cobro llevaban su abuso hasta el extremo de embargarles ropas y muebles. Estos industriales producen un tumulto en la Plaza Mayor, frente al Ayuntamiento, y el Alcalde lo apaciguó, desde uno de los balcones, diciendo no sólo que no se cobraría nada, sino que serían devueltas las cantidades cobradas y los enseres embargados, y cumplió la promesa.

Federico Casal Martínez

Revista Cartagena histórica, nº 19