Orden de Santiago (1243- 1856)

Poder, obediencia, independencia, vasallaje, formulismo, fidelidad, armas y cruces. 

Todo se mezcla, pero en las dosis apropiadas, en esta Orden que es capaz de simultanear y hacer compatible la lucha física con la espiritual pero con un estilo propio, diferente del templario.  Su implantación en Murcia se realiza a lo largo de casi cien años. 

La Orden de Santiago, por mano armada de quien era comendador mayor de Castilla, Pelay Pérez Correa -posteriormente maestre- en 1242 conquista el territorio del iqlim de Segura. Fernando III, Rey de Castilla y León, por carta dada en Burgos el 21 de agosto de dicho año, cede el territorio a la Orden, sin especificar qué castillos constituyen el distrito de Segura de la Sierra. Este asunto es aclarado por la carta de ratificación, otorgada por el infante Alfonso -futuro X el Sabio-, dada en Murcia a 5 de julio de 1243.

También recibió Abanilla, pero fue permutada en 1281 por Cieza y, cuatro años después, los santiaguistas se habían instalado en el Valle de Ricote (1285). Recibiendo Ceutí en 1295, temporalmente.

Las poblaciones bajo su dominio fueron verdaderas colonias de mudéjares, dedicadas a la agricultura.  A lo largo del siglo XIV se anexionarían Pliego (1305), Yéchar (1304), Fortuna, Lorquí (1304), Canara (1335), Caravaca, Cehegín y Bullas (1344) (estas últimas habían pertenecido a la Orden del Temple).  También disfrutaron de numerosas posesiones en la Sierra del Segura pertenecientes en aquellos momentos al Reino de Murcia.

El inicio de su expansión en Murcia se debe a su maestre Pelay Pérez Correa que nombró un comendador al frente de cada Encomienda: Cieza, Ricote, Aledo y Moratalla, investido con poder político, económico y militar.  Entre éstos comendadores cabría citar a Rodrigo de Ulloa, Juan Pérez de Barrados, Gonzalo Fajardo, Manuel de Benavides, Pedro López Fajardo..., entre los maestres fueron famosos: Rodrigo Yánez y Juan Osórez.

La Orden tuvo sus fricciones con el obispo de Cartagena ya que aquel intentaba cobrar los diezmos en las villas santiaguistas.  En sus encomiendas se hicieron con la casi exclusividad de los molinos de harina, almazaras, hornos y batanes, controlando la producción y la transformación de los productos agrícolas.  También intervinieron en la producción de manufacturas textiles, especialmente en Aledo, Caravaca y Cieza.

A lo largo de los siglos XV y XVI el culto de las villas santiaguistas se dirige especialmente a Santa María, Santiago y San Sebastián, apoyando y fomentando a Santa Eulalia (Aledo-Totana), Casa de Jesucristo (Moratalla) y la Vera Cruz (Caravaca).  También tuvieron cierta representación San Cristóbal y San Bartolomé.

En la huerta de Murcia explotaron numerosas tahúllas y poseían algunas casas en el casco urbano otorgadas sobre todo por el rey castellano Sancho IV.  Entre sus iglesias destacó la de Santiago, en el lugar conocido hoy día como "Pasos de Santiago".