V marqués de los Vélez

  Pedro Fajardo-Zúñiga y Pimentel fue:
-señor de Mula, Alhama de Murcia, Librilla y Los Vélez
-capitán general del reino de Murcia
-virrey de Valencia
-virrey de Aragón
-virrey de Navarra
-virrey de Cataluña
-jefe del Ejército real
-virrey de Sicilia
-embajador en Roma

  Diego Saavedra Fajardo

  Este diplomático murciano fue el enviado de la monarquía para negociar la Paz de Westfalia (1648), que suponía el final de la Guerra de los 30 Años.

        Villa de Fortuna

  La monarquía hispánica concedió la independencia municipal a Fortuna en 1628, respecto de Murcia, mediante el privilegio de villazgo.

  Santísimo Cristo del Rayo

  El milagro de la imagen convirtió al Santísimo Cristo del Rayo en patrón del pueblo de Moratalla en el año 1621.

     El Rey Felipe IV era hijo de Felipe III y Margarita de Austria, y nieto por vía paterna de Felipe II y Ana de Austria y por vía materna del archiduque Carlos II de Estiria y de María Ana de Baviera. El nuevo monarca heredó la hegemonía universal de España, con un extenso Imperio con territorios en los cinco continentes: Europa, América, África, Asia y Oceanía. Felipe IV consolidó la tradición de delegar el poder político de la monarquía en el valido. El conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzmán, asumió en este caso el gobierno de la monarquía hispánica entre 1621 y 1643. En política interior, el valido emprendió un programa de reformas para salir de la crisis económica, para la preservación de la hegemonía de España en el mundo.

     Las reformas políticas consistieron en la sustitución del sistema de Consejos por el de Juntas en el gobierno, y en la unificación legal y administrativa de los reinos hispánicos mediante la Unión de Armas. El proyecto se basaba en la creación de un ejército de reserva de 140.000 hombres, financiado por igual entre las Coronas de Castilla y Aragón, para sostener el potencial bélico del ejército en las guerras en Europa. Los territorios de Cataluña y Portugal manifestaron su oposición a la Unión de Armas con sendos levantamientos armados contra la monarquía en 1640.

     En Cataluña, los segadores o campesinos protestaron contra la estancia de los tercios en su territorio y el proyecto de la Unión de Armas mediante una rebelión, denominada el Corpus de Sangre por la muerte de 13 personas, entre ellas el virrey catalán. Los segadores proclamaron su independencia de España con el nacimiento de la República Catalana y entregaron la soberanía del territorio a Francia. El Rey Luis XIII envió tropas para la defensa de Cataluña contra los ataques del ejército español.

  El conde-duque de Olivares encargó al marqués de Los Vélez, Pedro Fajardo y Pimentel, capitán general del reino de Murcia, el aplastamiento de la rebelión catalana en su condición de nuevo virrey de Cataluña (1640-41) y jefe del Ejército real. El marqués de Los Vélez ocupó Tarragona, y lideró las victorias españolas de Cambrils y Martorell, pero fracasó en la batalla de Montjuic (1641) para la conquista de Barcelona. Esta derrota provocó su destitución como virrey de Cataluña. Pedro Fajardo completó su trayectoria política con los cargos de virrey de Valencia (1631-35), Aragón (1635-38), Navarra (1638-40) y Sicilia (1644-47), y embajador en Roma.

  En Portugal, la nobleza lideró la sublevación independentista contra la Corona española con el apoyo de las Provincias Unidas, Inglaterra y Francia. Los portugueses nombraron nuevo Rey al duque de Braganza, Juan IV, y certificaron su independencia con la victoria frente a los españoles en el campo de batalla. El fracaso del proyecto de la Unión de Armas ocasionó la caída del conde-duque de Olivares como valido.

     Las reformas económicas buscaban una salida a la crisis, mediante el incremento de la recaudación de la Hacienda, con la creación de nuevos impuestos y la venta de cargos públicos y privilegios como el de villazgo. Este privilegio fue concedido a Fortuna en 1628, que se independizaba de Murcia, para la creación de un Ayuntamiento propio.

  La crisis económica estaba causada por la financiación de continuas campañas bélicas de la monarquía en Europa para mantener la hegemonía universal de España, la contribución única de Castilla en la financiación de la política exterior de la Corona, la utilización de las reservas de oro americano en el pago de los préstamos a los banqueros extranjeros, y el declive del comercio exterior.

     En el reino de Murcia, la crisis económica se agravó debido a los desastres naturales y las epidemias. Las crecidas del río Segura provocaron inundaciones en la Huerta de Murcia. Las riadas de San Lucas (1647), San Calixto (1651), San Severo (1653) y San Miguel (1664) convirtieron la Huerta "en un pedazo de océano" y destruyeron los barrios murcianos de San Juan, San Andrés, San Antolín y Santa Eulalia. La de San Calixto fue la más dañina con más de un millar de muertos. La crónica posterior del profesor Andrés Baquero Almansa refleja la magnitud de la tragedia.

  "A las tres de la madrugada comenzó a llover con tanta fuerza que los más recios edificios temblaban y a las seis, juntándose con el río Segura los de Lorca y Mula y las ramblas de Nogalte y Sangonera, creció de suerte que inundó por completo la Huerta, a las ocho acometió la ciudad y rompiendo todos los reparos, dejóla en breve convertida en un pedazo de océano".

     Un desastre natural propició uno de los milagros religiosos más importantes en la Historia de la Región. El 15 de junio de 1621, el pueblo de Moratalla se congregaba en la iglesia para la celebración de la Octava del Sacramento. De repente, las campanas anunciaron con temor la proximidad de "nubes colosales". Las nubes descargaron una lluvia incesante, y relámpagos potentes amenazaban la vida de los fieles y las cosechas de los campos. Entonces, sucedió el milagro del Santísimo Cristo del Rayo, relatado por el cronista Emiliano Martínez.

  "En medio del templo se agitaba un rayo que a todos amenazaba aniquilar... Todos creían llegado su último momento cuando, veloz, recorriendo el espacio que les separaba, cae cubriendo la imagen del Redentor, que desapareció en medio de aquella hoguera encendida... ¡Con qué palabras se podría hacer comprender lo que pasó en aquel momento sublime en que, despejada la niebla, apareció la imagen del Cristo, negra y candente pero más hermosa que nunca!... El pueblo, humillado, entonaba un himno de adoración y de gloria, ¡el himno que se entona cuando habla el corazón agradecido!... Aquella potente voz humana, formada por la unión de tantas ansias, debió de llegar al cielo, ya que hizo enmudecer hasta el rugido de la tempestad".

     En política exterior, la monarquía hispánica estaba inmersa en la Guerra de los 30 años entre católicos y protestantes en Europa. España respaldaba al Sacro Imperio Romano Germánico, Austria y Baviera en su lucha contra la protestante Bohemia, apoyada por Dinamarca, Suecia, parte de Alemania, Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas. El bando católico dominó la guerra entre 1618 y 1639 con sus triunfos en las batallas de La Montaña Blanca, Nordlingen y Corbie. La entrada de la católica Francia en el bando protestante supuso un punto de inflexión en el conflicto. Las batallas de Las Dunas (1639), Rocroi (1643) y Lens (1648) sellaron la victoria protestante y la derrota de España. Los países europeos llegaron a un acuerdo en la Paz de Westfalia (1648), donde aprobaron la independencia de las Provincias Unidas (Holanda) respecto a España.

  El diplomático murciano Diego de Saavedra y Fajardo, ex-embajador en Roma y Viena y plenipotenciario de España en la Paz de Westfalia, criticó la política exterior de Felipe IV, causa de la pérdida de la hegemonía española en el mundo. "Si en España hubiera sido menos pródiga la guerra y más económica la paz, se hubiera levantado con el dominio universal del mundo; pero con el descuido que engendra la grandeza ha dejado pasar a las demás naciones las riquezas que la hubieran hecho invencible". Diego de Saavedra Fajardo estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad de Salamanca y era caballero de la Orden de Santiago.

  La guerra entre España y Francia continuó hasta 1659 por el control de Flandes y Cataluña. El infante don Juan José de Austria logró la recuperación de Cataluña para España mediante las conquistas de Tortosa, Lérida y Barcelona (1652), tras un asedio. El Rey Felipe IV juró fidelidad a los fueros catalanes y recompensó al infante con el nombramiento de virrey de Cataluña. La batalla de Las Dunas decidió la guerra en favor de Francia. La Paz de los Pirineos de 1659 entre Felipe IV y Luis XIV supuso el final de la hegemonía universal de España, la entrega a Francia del condado de Artois, el Rosellón y parte de la Cerdaña, y la concertación del matrimonio entre Luis XIV y María Teresa de Austria, hija de Felipe IV. El final de la Guerra de los 30 Años llevó consigo el ascenso de Francia a la condición de primera potencia.

  Antonio Gómez-Guillamón Buendía