El intercambio de mercancías y producciones.

    Cartagena constituye en los siglos XVI y XVII un excelente ejemplo de mercado redistribuidor, especializado fundamentalmente en el reparto de las importaciones, a la vez que salida exterior de la producción castellana. Son muchas las referencias que nos permiten afirmarlo. Por ejemplo, la existencia de demasiados almacenes en la ciudad: prácticamente todos los mercaderes tenían grandes almacenes o depósitos, algunos incluso más de tres o cuatro; el gran volumen de los suministros, que contrasta aún más con el hecho de una urbe pequeña como Cartagena -apenas 8/10.000 habitantes a comienzos de siglo-; la constante llegada a la ciudad de compradores de todos los rincones de la región, interior manchego y andaluz, así como carreteros, arrieros, etc. En consecuencia, esta Cartagena no es un gran centro de consumo, como podía serlo Toledo, Granada, Valladolid o Madrid, sino una plaza comercial, en toda la extensión del término, a la que acudían con asiduidad diaria comerciantes particulares, responsables del abasto de otras localidades, instituciones diversas (desde la Proveeduría de Armadas a diversos conventos religiosos), capitanes de barcos mercantes, carreteros, intermediarios, agricultores y ganaderos, personajes privados o públicos a la búsqueda de préstamos ventajosos y otros muchos casos, cuya diversidad podemos apreciar singularmente en la documentación notarial.

   Los cereales, una mercancía básica en la economía de la época.

    El seguimiento de la realidad cotidiana nos demuestra que la insuficiencia productiva de Cartagena y comarca en lo que a grandes cosechas de grano se refiere fue una constante secular. De ahí que, salvo raras excepciones (caso de la cosecha de 1592) el traspaís cartagenero no fue capaz de satisfacer la demanda local, por lo que las autoridades se veían obligadas a recurrir a los abastecedores tradicionales. Así, en una operación muy repetida y conocida, los agentes del Pósito solían visitar los confines del reino de Murcia buscando las preciadas fanegas de cereal. El crecimiento urbano y demográfico y la recuperación de la importancia política y geoestratégica de su puerto (con el abastecimiento de armadas y plazas africanas) forzó a las autoridades locales a asegurar un correcto suministro, dilatando el plazo de cobertura de los remanentes frumentarios. Por ello, aparte de la implantación hacia 1560 de un Pósito municipal para el almacenamiento de grano, desde finales del XVI se hizo más frecuente la compra directa a los mercaderes avecindados en la ciudad -siempre que no hubieran barcos en el puerto que lo ofreciesen más barato-, aunque también al grupo mercantil que lo introduce desde Orán. En este sentido, también los concejos de Murcia, Alguazas o Totana tuvieron que acudir en más de una ocasión a los almacenes portuarios a comprar trigo de mercaderes.

    De dónde

    Por lo que al abastecimiento se refiere, Cartagena  necesitaba importar, salvo raros y excepcionales años de buenas cosechas, entre 5 y 10.000 fanegas anuales de trigo (a veces incluso más). Las zonas clásicas de aprovisionamiento de Cartagena comenzaban en los confines del reino de Murcia y se prolongaban sin interrupción hacia las tierras manchegas y andaluzas. Existían dos vías fundamentales de abasto cuya convivencia se mantendrá a lo largo de todo el período: la aportación en pequeñas dosis, pero constante, de harina por parte de aquellos carreteros andaluces y machegos que adquirían pescado cartagenero y la compra directa y a gran escala de voluminosas partidas en los principales centros productores. La primera facilitaba un suministro barato -ahorro del transporte y la molienda, pues venía en forma de harina y en carros particulares- y prolongado de pan, al tiempo que incentivaba el comercio interior del pescado.

    La segunda fórmula de abastecimiento era llevada a cabo por los agentes del Pósito. Se iniciaba una vez agotadas toda clase de diligencias en los pueblos del reino de Murcia, y se continuaba en otros mercados productores más alejados. Son numerosas las noticias de las fuentes documentales relativas a compras en Albacete, Villanueva de los Infantes, Fuenllana, Hellín, Almansa, Campo de Montiel, Villarrobledo, etc., en el caso de la Mancha, y Vélez-Rubio, Huéscar, Baeza, Quesada y Granada, en el andaluz, complementados con la importación por vía marítima de cereales de Medina-Sidonia, Málaga, Motril, Almuñécar, Salobreña, Jerez, Cádiz y Sevilla.

    Sin embargo, la principal fuente de suministro de Cartagena estaba en la plaza castellana de Orán, hacia donde se canalizaba la producción cerealista norteafricana y desde donde se aprovisionaban no sólo Cartagena o Murcia, sino también otras ciudades marítimas como Alicante o Málaga. Prácticamente no hubo un año en el que no llegaran diferentes partidas de trigo o cebada desde Orán, tanto para el abastecimiento de los ciudadanos, como para el subsidio de las Galeras y embarcaciones mercantes, e incluso para provisión desde Cartagena de otras ciudades castellanas (las andaluzas, Murcia, Lorca, etc). Braudel señala al respecto que Orán llegó a convertirse en la puerta de salida del trigo africano, sobre todo porque alrededor del presidio oraní el trigo indígena valía a menudo 4 ó 5 veces menos que el de España.

    La importación de trigo extranjero comienza a convertirse en una constante. La segunda mitad del siglo XVI y las primeras décadas del XVII se van a caracterizar en lo que al campo de Cartagena se refiere por una continua sucesión de malas cosechas, que coinciden con la expansión urbana de la ciudad. La solución, vista la imposibilidad material de autosuficiencia, consistirá en abrirse a la oferta extranjera, aunque con acatamiento a los formalismos legales y a la oportuna licencia. En este sentido, los mejores ejemplos sobre la importación de cereales extranjeros se concentran en los años finales del siglo XVI y primeras décadas del siglo XVII. En este sentido, el año 1598 supone un punto de inflexión a tener en cuenta en el sistema de organización del abasto frumentario de la ciudad. En esa fecha se confirmaba una vez más la pésima cosecha del campo cartagenero por lo que el rey concedió a petición del Concejo una licencia de compra por un año del denominado ''trigo de la mar''.

    Como vemos, Sicilia constituye el principal proveedor extranjero de cereales, con un 66,35% del total (3.950 fanegas), lo cual no resultaba especial novedad pues ya desde 1530 se importaba trigo siciliano; Francia, el otro abastecedor, representó en cambio el 33,65%, con la estimable cifra de 2.004,5 fanegas. Este predominio italiano no era exclusivo de Cartagena, sino que se extendía por buena parte del Mediterráneo. Más ilustrativo que el anterior testimonio es la contabilidad sobre el suministro de cereales extranjeros de 1605-1606, un año de enorme escasez que obligó a realizar copiosas importaciones: nada más y nada menos que 263.729 fanegas de trigo, 31.575 de cebada, 400 de harina y 308 de centeno fueron contabilizadas entre 23 de agosto de 1605 y primero de julio de 1606. Estos datos, extraordinariamente jugosos, nos confirman, una vez más, la importancia del suministro extranjero. De hecho, más del 63 % del trigo registrado tiene como origen la región francesa de Provenza, destacando en ella los puertos de Arles (con un 43%), La Ciotat (con un 10%), Six-Fours, Martigues y Toulon; también Sicilia aportó un modesto 11,25% del total. La Bretaña francesa (con un 14% ), Inglaterra (con un 2,7%), Cerdeña, Languedoc y la ciudad alemana de Hamburgo completaron el resto.

    También los registros de llegada de navíos de los años 1603 a 1617 nos ofrecen algunos datos interesantes: en 1603-1604, por ejemplo, de las 158 embarcaciones registradas 25 portaban trigo; de éstas, 19 procedían de los puertos provenzales (Arles, La Ciotat, Martigues, Six-Fours y Saint-Tropez), 3 de Languedoc, 1 de Cerdeña y 1 de Barcelona; en 1612-1613, de las 225 embarcaciones que atracaron en el puerto, transportaban trigo 31, veintiocho de ellas procedentes de la Francia atlántica (sobresale Olonne con 20 naves); y, por último, en 1616-17, otro año de malas cosechas, se registraron 251 embarcaciones, de las cuales 46 transportan trigo, observándose ya una importante recuperación del mercado provenzal y siciliano.

    Otros productos: Aceite

    Desde las postrimerías del Quinientos se repiten con frecuencia las alusiones al aceite de oliva. Se le cita tanto en las ventas a particulares como en las compras masivas que realizan los mercaderes de Cartagena en diversas localidades valencianas, mallorquinas y andaluzas. Este incremento en las importaciones estará motivado por la propia actividad de una parte de la burguesía cartagenera que apuesta a finales del siglo XVI por la introducción de nuevos negocios como la fabricación de jabón. La clave, pues, nos la da la instalación con éxito de las primeras jabonerías por el renombrado Julián Jungue hacia 1580, a las que no tardarían en seguir otras.

    Teniendo en cuenta que una gran jabonería, como la de Franco Digueri, consumía mensualmente unas 400 arrobas de aceite y que otras, como la de Julián Jungue, podían proporcionar a su propietario más de 6.000 ducados de beneficios al año, es fácil hacerse una idea de la intensa importación de aceite que se originó en torno a la ciudad. Su desarrollo, por tanto, es directamente proporcional al progreso de la industria jabonera, la cual, favorecida por el capital genovés, se arraigó definitivamente en el siglo XVII. La mayoría de las partidas de aceite registradas entre 1603 y 1617 tienen como destino final nuestras fábricas de jabón y como punto de origen Mallorca y Andalucía, en especial Málaga. El aceite valenciano solía llegar con cierta regularidad en barcas y barcazas, por ello debía escapar muchas veces al registro fiscal; pese a ello, ya hemos comentado su llegada en diversas embarcaciones de mayor porte entre 1603 y 1617. Procedía de los puertos del sur del reino de Valencia (Gandía, Oliva, Denia, Jávea, Alicante, Altea y Villajoyosa). Orán también suministra en alguna ocasión el denominado 'aceite berberisco', de peor calidad que el español.

    Otros productos: carne

    En directa competencia con la producción local, la importación de carne, vino y salazones de pescado venía a complementar la rica oferta que en dichos comestibles ofrecía la comarca cartagenera. Existía sin embargo una importante diferencia entre ellos derivada de su destino final: el abastecimiento vecinal, en el caso de la carne y del vino, y la reexportación hacia el interior peninsular en el caso de los salazones de pescado. El importante suministro interno (Cartagena poseía una importante cabaña propia, que en 1585 ascendía a 17.000 cabezas de ganado lanar, 7.500 de cabrío, y 200 de vacuno) no será óbice para un cierto abastecimiento por vía marítima de carnes. Orán es, en este sentido, el primer lugar de aprovisionamiento de carne de buey y tocino de la ciudad de Cartagena, aunque también otras ciudades como Málaga, Sanlúcar y Gibraltar fueron habituales proveedoras. Mención aparte tienen los productos derivados de la ganadería con aplicación industrial. Son los conocidos cueros vacunos, los pellejos de carnero para almacenamiento de vinos y licores, las pieles. Casi todos con una misma procedencia: Orán, si bien conviene señalar algunas otras partidas que provienen de Málaga, Gibraltar y las Indias.

    Otros productos: vino

    Aunque el cultivo de la vid estaba muy extendido desde principios del siglo XVI en buena parte campo cartagenero, la producción vinícola era insuficiente para atender el gran consumo urbano (existían unas 40 tabernas, cosa lógica en una ciudad portuaria). Era preciso, pues, importar: tenemos constancia de la llegada de diferentes partidas, procedentes casi exclusivamente de Andalucía y del reino valenciano. De este último, se solían traer en momentos de escasez algunos pellejos procedentes de Denia, Benicarló, Gandía, Jávea o Vinaroz. La oferta andaluza era más variada pues se extendía a un largo pasillo que se iniciaba en Málaga y acababa en el Golfo de Cádiz. De Málaga se recibían, acompañando a su famoso vino, diversas cantidades de uva pasa; pero también de la zona de Puerto de Santa María y Cádiz, con adquisición de numerosos toneles de vino joven y viejo.

    Otros productos: pescado

    El pescado atlántico, en franca competencia con las especies mediterráneas capturadas en el litoral cartagenero, era tan apreciado como éste. Ambos eran preparados en salazón cuando su destino final se trasladaba muchas millas hacia dentro. Aquí nos ocuparemos exclusivamente del pescado importado desde los grandes caladeros atlánticos, del que España, como señala Delumeau, era uno de los grandes consumidores mundiales. En los libros de visitas de navíos de 1603-1604 quedaron registrados nada menos que cuarenta y una naves con pescado; en 1605-1606, cuarenta y tres; en 1612-1613 hacían lo propio otras cincuenta y dos embarcaciones y en 1616-1617 treinta y ocho más. En estos registros se menciona en primer lugar la presencia del pescado hispánico, tanto castellano como lusitano, procedente de Cádiz (atún, sardinas y bacalao), Gibraltar (sardinas), Conil y Ayamonte (atún y sardinas) El área de la sardina se extendía también a Galicia, desde donde se remitían importantes partidas procedentes de Muros y La Coruña. La producción pesquera lusa debía concentrarse en el puerto de Faro, lugar de procedencia del 45 % de las embarcaciones con origen en Portugal.

    Fuera del mundo ibérico, el abastecimiento pesquero estuvo limitado a la importación de sardina, congrio, merluza y arenques. Procedían en su mayoría de los puertos ingleses (Londres, Plymouth, Hull, Fowey, Poole, Exmouth, Middlesbrough) y bretones (Saint-Malo), así como del área nórdica (arenque y bacalao noruego), desde donde llegaba en barcos alemanes y holandeses. También participó en este flujo importador la isla de Irlanda, que aportó en 1616-17 cuatro buques cargados de sardinas. Sin embargo, el pescado más renombrado del mercado cartagenero era, sin duda, el bacalao o abadejo, que llegaba directamente de Terranova. Su captura era llevada a cabo por ingleses, bretones y nórdicos que luego distribuían en las ciudades mediterráneas.

   Otros productos: azúcar 

    A comienzos de la Modernidad el azúcar de caña andaluz se mantenía pujante, a pesar de la competencia de los nuevos territorios atlánticos. El azúcar de Motril y de otras poblaciones vecinas, como Almuñécar y Salobreña, conservó una importante operatividad hasta bien avanzado el siglo XVII, de hecho resultaba especialmente atractivo para los mercaderes de Cartagena, tanto para el abastecimiento de la propia ciudad cartagenera como para su reexportación hacia mercados exteriores (caso de Génova) o del interior peninsular. Nada mejor que los registros de embarcaciones de los años 1603 a 1617 para certificarlo: así, en 1603/04 fueron cuatro las naves contabilizadas con azúcar de Almuñécar a bordo; en 1605/06 tres, procedentes de Motril y Salobreña; en 1612/13, otras tres, con origen en Málaga y Motril; y en 1616/17, nueve, procedentes casi exclusivamente de Motril.  Pero el azúcar consignado en las aduanas cartageneras no se limitó exclusivamente a la oferta andaluza, también otros proveedores, como el área portuguesa o canaria, participaron en este comercio de importación.  El azúcar de caña portugués arribó a Cartagena en buques procedentes de Lisboa y Faro, puertos desde donde se distribuían las importaciones coloniales de Madeira, Cabo Verde, Santo Tomé y del nordeste brasileño, sobre todo de la región de Pernambuco.

   Otros productos: especias

    El comercio de especias mantenía en el siglo XVII gran parte de la aureola de prestigio y fama con la que había sido envuelta desde los tiempos medievales, si bien la lista de proveedores habituales, en la que antaño destacaba Venecia, se había incrementado con la irrupción del comercio colonial español, portugués y holandés. Las especias aparecen nombradas con relativa frecuencia entre las mercancías relacionadas en los registros de embarcaciones. Por orden de importancia se enumera a la pimienta, jengibre, canela, cominos, clavos, matalahúva y azafrán. La pimienta procede de Lisboa, aunque también Cádiz aporta cantidades interesante. También la canela y el clavo provienen de aquellos lugares. Los clavos son menos representativos, repitiendo las anteriores procedencias, excepto Cádiz. El jengibre provenía también de Cádiz, Lisboa, Marsella, e incluso de Sevilla. El resto de especias no ocultaban su carácter secundario. Entre ellas se citan los cominos, el azafrán -de Mallorca- y  la matalahúva.

    Otros productos: frutos secos

    En cuanto a los frutos secos el mercado valenciano suministraba la mayor parte de los llegados al puerto. Destacaban entre éstos las almendras y las avellanas, además de las castañas, pasas, tápenas, alcaparras, higos y nueces. Su transporte, fácil y barato favorecía un tráfico de cabotaje con pequeñas embarcaciones. Las avellanas y las almendras eran con mucho los frutos secos más apetecidos. La almendra procedía de Barcelona, Tarragona, Alicante, Valencia y Castellón, así como las avellanas, excepción hecha de una partida de origen napolitano. Los higos secos y las pasas llegaban también con relativa frecuencia, incluso las famosas pasas de Corinto. Gran fama debieron alcanzar los dátiles de Orán a tenor de su buena comercialización en el mercado interior castellano. Son muchos los portes destinados a Toledo y Madrid  cargados con esta mercancía, que debía suponer una cierta extravagancia en aquella época. Los mejores son los que las fuentes denominan 'dátiles del Tenú', por el buen precio en el que se cotizaban.

   Otros productos: droguería

    Como tintes rojos se citan el palo de brasil y el palo campeche, ambos venidos de América a través de Sevilla, Cádiz, Gibraltar y Lisboa. Son de excepcional calidad y, por tanto, muy apreciados. Entre los fijantes o mordientes que, como su nombre indica sirven para fijar los colores en tejidos y curtidos, destacan el alumbre (de Civitavecchia) y las agallas o nueces de agallas, extraña sustancia que se obtiene de las picaduras practicadas por los insectos en el alcornoque. Esta última es, junto con el palo de brasil, la droga más solicitada; procede como casi todas las demás de Marsella. También de Marsella provienen las pinturas y el cadernillo. Entre los pegamentos más nombrados tenemos la pez y la goma arábiga, ambos utilizados además como secantes. De las drogas medicinales se citan el riobardo, los anises y el alcanfor, de procedencia asiática. Otras drogas registradas son el almidón de Arles o la zarzaparrilla, usada para depurativos.

    La inmensa mayoría de estas drogas tienen como origen Marsella. La explicación de este hecho viene dada por las excelentes relaciones políticas y económicas entre la monarquía francesa y el imperio turco, de las que se beneficiaba especialmente la vieja cuidad gala acaparando buena parte de las drogas venidas de Oriente, incluso a costa de romper el antiguo monopolio de Venecia. Hay que señalar asimismo la llegada, aún modesta, de droguería procedente de América, desde los puertos de Sevilla, Cádiz y Lisboa.

        Otros productos: tejidos   

    Las denominaciones que hallamos en la documentación que manejamos reflejan claramente el origen de los productos textiles llegados a Cartagena: lienzo alemán, inglés, Dinan, Vitré, Sant-Brieux (en Bretaña), seda lionesa, lienzo ginovesco (Génova), tafetán o seda veneciana, etc. Entre todos ellos, los de mayor producción y consumo fueron los fabricados con lino, esto es, los conocidos 'lienzos'. La introducción del lino francés fue favorecido por la existencia de varias tiendas de mercaderes bretones en Cartagena (J. Jungue, J. Launay, J. Hacu), de ahí que a comienzos del XVII fuese uno de los más vendidos. El estallido de la guerra entre franceses y españoles en 1635 determinaría su recesión en beneficio de otros competidores, como los alemanes, flamencos o genoveses. El lienzo alemán -de la Alemania católica- es precisamente uno de los más citados, al que luego seguirían el flamenco y el inglés.

    En cuanto a los tejidos de lana, también llamados de pañería, constituían junto a los de lencería, los artículos textiles más importantes de la época. Agrupaban a un buen número de productos derivados, entre los cuales se citan las rajas, tapetes, alcatifas, bayetas y, sobre todo, los paños. Un tejido muy en boga en la España de Felipe II fueron las rajas. Estaban fabricadas en su mayoría en Florencia y basaban su éxito en la gran elegancia que aportaban al vestir,  llegando a constituir por ello una auténtica moda en la Castilla de la segunda mitad del siglo XVI. Según Modesto Ulloa, Yecla y Cartagena eran las únicas aduanas autorizadas en Castilla para la importación de rajas italianas, que fueron asociadas a la fiscalidad de la lana.

    La seda documentada en Cartagena procede de tierras italianas, sobre todo de Génova. En esta  zona estaba arraigada un potente industria sedera desde 1491 y constituía junto a la de su rival veneciana, una de las señas de identidad del comercio genovés. Ambas, genovesa y  veneciana, se repiten con tales denominaciones en las compras realizadas por los diversos importadores. Pero a diferencia de la segunda, los mercaderes genoveses afincados aquí sirvieron de puente de enlace con las industrias de su país, vendiendo en Cartagena importantes partidas de sedas, que en muchas ocasiones tuvieron, al igual que el lienzo, salida directa hacia otros mercados de mayor potencial consumidor como Murcia, Sevilla, Toledo o Madrid. Hubo, sin embargo, ciertos géneros de seda que fueron muy cotizados en el mercado cartagenero, como el caso de los tafetanes (en especial, negro y de Génova), el raso, el terciopelo, los pasamanos y la seda propiamente dicha.

   Otros productos: curtidos

    La importación de cuero africano estuvo muy relacionada con la relación entre Cartagena y Orán y el surgimiento de una industria de tenerías en nuestra ciudad. Es muy  posible, por tanto, que al socaire de la importación de pieles africanas en crudo -de oveja, carnero y vaca, principalmente- se forjase en la ciudad un cierto sector artesanal de transformación. Un informe del Almojarifazgo de Sevilla insiste en que ''viene al dicho puerto (de Cartagena) de Orán gran suma de cera, dátil, corambre -cueros-, pluma y otras diferentes mercaderías'' . Además de ésta anotamos también la llegada de los cueros indianos, como la partida de 730 cueros vacunos que se recibieron en 1604 .

    Otros productos: metales

    Entre las manufacturas de metal destacaba por encima de las demás el acero. Sus puntos de origen coinciden con los focos industriales y manufactureros más importantes del Mediterráneo, a saber, Génova, Marsella y Venecia con fundiciones de gran tradición. Debe su campo de expansión en gran parte a las industrias bélicas del momento, siendo las espadas su producto más genuino. Otras aplicaciones metálicas eran la cuchillería, las ollas, diversos objetos de menaje, enrejados, herrajes, etc. Sin embargo, como más aparece constatada es en forma de cajas, posiblemente para guardar objetos valiosos. Venecia es en este apartado la principal referencia buscada por los compradores de estos artículos. En cuanto a su destino, una pequeña parte se quedaba en el reino murciano, donde la propia capital y Cartagena, o algunas localidades como Librilla, Lorca, Alhama o Mazarrón las adquirían, sin embargo, las partidas más voluminosas se comercializaron hacia Madrid. El hierro, ya en forma de alambre o de calderas, herramientas, herrajes, sartenes u otros productos de fundición, era objeto de cierta comercialización. Se vendía en bruto, por garbas, para diversas herrerías, situadas en localidades tan distantes como Murcia o Vélez-Rubio. Pero también como púas o clavos, esto es, el denominado 'clavazón'.

    Otros productos: artículos de lujo

    Los artículos de lujo o exóticos formaban una especie de cóctel con una característica común: su alto valor económico. En ellos podríamos englobar desde las joyas y muebles de estilo a los tejidos de alta calidad (sedas, brocados, tules), cuadros, perfumes, espejos, estatuas, figuras vidriadas o menajes de calidad. En este apartado Cartagena cumple una clarísima labor de intermediación entre los grandes centros emisores de estos artículos (Venecia, Génova, Nápoles o Marsella) y los populosos núcleos urbanos del interior de Castilla, sobre todo Madrid, aunque con cierta participación anterior de Toledo y Sevilla. La variedad de artículos de este tipo es harto elocuente: espejos, joyas, cuadros, cofres, pasamanos de oro, 'aguas de olor', estatuas, mantos de seda, sillas labradas, anillos, oro, etc. De todos ellos, los más sobresalientes en función de su demanda fueron los espejos, casi todos de origen veneciano o napolitano, los cuales llegaron a veces en cantidades enormes. También los cuadros fueron objeto de mucha demanda, sobre todo los de imágenes; sus puntos de procedencia son principalmente Nápoles, Toscana y Venecia, aunque también se recibe alguno de Marsella. Casi todos reexpedidos posteriormente hacia Madrid y Toledo.

   Otros productos: libros y papel

    El papel llegaba al puerto de Cartagena en navíos extranjeros procedentes, en primer lugar, de Génova. Así, de las 18 embarcaciones con mercancías de papel a bordo en 1603-1604, siete de ellas procedían de allí; e igualmente, de las veintisiete censadas en 1612, veintiuna tenían como origen la capital genovesa. Marsella era la otra ciudad que le seguía en importancia: prueba de ello son los seis barcos registrados con cargamentos de papel en aquel primer período y los veintidós barcos con la misma mercancía anotados en la contabilidad de 1612-13. Pero también otras ciudades participaban en este comercio, como Livorno, Venecia o Arles.

    Un camino muy similar se seguía en cuanto al origen de los fardos de libros llegados a este puerto. De nuevo Génova, Marsella (salida de los libros impresos en Lyon) y Livorno, aunque se añaden en otros años Barcelona y Florencia. Es escasa, sin embargo, la representación veneciana: un único navío en 1605, lo cual no deja de ser sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que esta ciudad, como apunta Lucien Febvre, producía en el siglo XVI una parte importante de la totalidad de los libros impresos en Europa.

    El comercio de librería solía ir estrechamente unido al de papelería, si bien este último estaba más desarrollado y repartido. Durante muchos años los mercaderes de Cartagena servirán de forma regular abundantes cantidades de material escriptorio a Toledo y Madrid, al igual que libros. Al mismo tiempo, la llegada a esta ciudad de pequeños negociantes de todos los rincones del reino de Murcia para la compra de papel se convierte en una costumbre muy generalizada desde las últimas décadas del siglo XVI: tenemos numerosas referencias de vecinos de Albacete, Yecla, Lorca, Alhama, Mula, Totana, Mazarrón, etc., que acuden con relativa frecuencia a comprar al por mayor balones de papel para sus tiendas detallistas.

    Los datos sobre compra-venta de libros son bastante más tardíos y, lógicamente, menos abundantes que los alusivos al papel. Al parecer, el negocio de librería estaba controlado a comienzos del siglo XVII por dos grandes comerciantes cartageneros: Damián Esteller y Francisco Grasso. Damián Esteller se sirvió de sus buenas relaciones con el Santo Oficio de la Inquisición para mantener estrechos contactos con otros libreros de Segovia, Baeza, Murcia, Madrid, etc. Prueba de ello son las 133 balas o paquetes de libros que a lo largo del año 1604 importó desde Barcelona, Marsella y Génova. El otro gran mercader de libros, el genovés Francisco Grasso fue también un activísimo comerciante y debió formar compañía con Julián Ambrosi, genovés vecino de Madrid, al cual suministró importantes cargamentos de libros desde Cartagena: en junio de 1606 se compromete a enviarle a Madrid nueve balas de libros que compró a un marino de Marsella en el puerto de Cartagena; unos meses después le suministra otro cargamento, esta vez procedente de Barcelona, con cinco balas de libros.

    La trata de esclavos norteafricanos.

    El número de esclavos existentes dentro de la sociedad española del Siglo de Oro pudo ser relativamente considerable si tenemos en cuenta las estimaciones de A. Domínguez Ortiz, para el cual a fines del siglo XVI debían hallarse en España unos 100.000 (1,25 % de la población). En Cartagena, el contingente de esclavos debió ser mucho más numeroso que en otros lugares de la geografía española habida cuenta de su carácter portuario y del intenso tráfico con la ciudad africana de Orán, uno de los principales centros de trata. Algún autor ha señalado que el número total de esclavos concurrentes en la ciudad a fines del siglo XVI era de 910 -entre un 14 ó 15 % de la población-, de los que 304 eran varones y 606 mujeres .

    De todas formas, podemos afirmar que la entrada de esclavos, constatada a través de los protocolos notariales, fue continua a lo largo de nuestra época de estudio, llegándose a registrar en etapas como la de 1588-1600 una media de entrada de 24 esclavos anuales. Las ventas más elevadas se dan en los años 1590, 1597, 1598 y 1600, todas ellas por encima de los 35 esclavos, con la cota máxima de 50 esclavos vendidos en 1600. Las esclavas eran mucho más cotizadas, sobre todo las negras; igualmente, el número de ventas de hembras es mayor que el de los varones, cosa lógica habida cuenta de su cualidad reproductora. Son en total 308 los esclavos vendidos en el mercado cartagenero durante esta etapa de 1588-1600, de los que una buena parte pasó a engrosar la débil población cartagenera. Como se ha dicho, en Cartagena, al igual que en Valencia y otras ciudades andaluzas como Almería o Málaga, la mayor parte de los esclavos registrados procedían de Berbería donde eran concentrados en el puerto de Orán para luego venderlos junto a otras mercancías como corambres (pieles), ceras, dátiles o cereales. Existían incluso, mercaderes especializados en ello, tanto en Orán como en nuestra propia ciudad.

    La fabricación y exportación de bizcocho y jabón cartageneros.

    A partir de 1540, con la instalación aquí de las Casas del Rey y la Proveeduría de Armadas, la industria bizcochera de Cartagena recibió un impulso definitivo. En efecto, el abastecimiento de las diferentes armadas y de las plazas africanas obligaba a un constante acopio de víveres y pertrechos, entre los cuales el bizcocho constituía el producto alimenticio fundamental. Por eso, existían ya hacia esa fecha 10 hornos bizcocheros, que habrían aumentado hasta 28 en la época en que el Licenciado Cascales escribió su discurso de Cartagena: ''aquí acuden veintiocho hornos que hay en la ciudad de cocer bizcocho''. La referencia de Cascales que vivió en nuestra ciudad entre 1597 y 1601 es perfectamente admisible y de por sí nos da una clara idea de la expansión que la industria bizcochera estaba teniendo en Cartagena. De hecho tenemos constancia de la participación en este negocio de muchos artesanos que en hornos de su propiedad o pertenecientes a mercaderes fabricaban buena parte del bizcocho que luego era almacenado en las dependencias de la Casa del Rey o vendido a las diferentes embarcaciones.

    Al margen de las Casas del Rey, también en las panaderías de la ciudad se elaboraba el bizcocho, aunque estaban controladas por el Concejo, al objeto de evitar su venta a embarcaciones enemigas. Aunque las armadas consumían la mayor parte del bizcocho que se fabricaba aquí, también los presidios africanos se surtían a menudo de la producción de Cartagena, sobre todo Orán, si bien en algunas ocasiones también Melilla se nutrió de él. La actividad de la Proveeduría de Armadas era incesante, hasta el punto que cuando los molinos de la ciudad no eran suficientes para moler el trigo necesario para su fabricación, se concertaba con vecinos de otras ciudades para llevarlo a cabo.

    La industria jabonera de Cartagena se desarrollará al amparo de condiciones naturales favorables, como la abundancia de sosa, aunque no de otro elemento indispensable, el aceite, que será preciso importar de Mallorca, Málaga o Almería. Constituirá además un magnífico artículo de intercambio para el tráfico marítimo. Fue así como nació una potente industria en las inmediaciones del Mar de Mandarache, industria que llegó a ser una de las más importantes, pues daba ocupación a mucha gente. Desde 1580 las fábricas de jabón comenzaron a proliferar en nuestra ciudad. Estaban situadas al Este, en las proximidades del llamado Mar de Mandarache y eran propiedad tanto de mercaderes locales (Diego Barbero, Juan Esquivel, Juan de Mendiola) como extranjeros (J. Jungue, Agustín Guizón, Franco Digueri o Julián Launay). Posiblemente la jabonería más importante de todas era la de Julián Jungue, de la cual obtenía unos beneficios anuales de 9.000 ducados. El mismo las valoró en 1600 con el contenido que poseía en ese momento en 55.000 reales, más otros 150.000 que tenía en aceite almacenado para la citada jabonería.

    No es difícil suponer, por tanto, que paralela a esta estimable producción se desarrollara una no menos importante comercialización del producto obtenido. Tenemos documentadas algunas ventas voluminosas, como la realizada por el genovés Gerónimo Ansaldo a un vecino de Toledo de 81 quintales, por valor de 7.524 reales; o la efectuada por Diego Barbero a un vecino de Saint-Malo, de 100 quintales, ajustada en 9.404 reales. También Juan de Mendiola suministra en diversas ocasiones algunas partidas voluminosas a mercaderes de Toledo. Pero nada comparado con las realizadas por el capitán Julián Jungue: 353 quintales de jabón de losa de Cartagena a un francés de Saint-Malo en 1593, otros 500 quintales vendidos en Madrid y Toledo en noviembre de 1600, etc...

    La exportación de materias primas locales y foráneas

    Nuestra economía, al igual que el resto de la Península, aunque con algunas escasas excepciones, era en su mayoría exportadora de materias primas, tanto de origen animal (pescado, lana, seda), como vegetal (barrilla, esparto) o mineral (sal, alumbre, almagre, metales). Este comercio exterior de materias primas del Sureste español se inicia con el descubrimiento y comercialización de los alumbres de Mazarrón a fines del siglo XV -a los que seguirán los de Cartagena desde 1534-. A ellos seguirán la consolidación del tráfico de la lana hacia Italia y la aparición de la barrilla como producto fundamental de exportación, que acabará sustituyendo en los mercados internacionales a un alumbre en crisis desde 1580. Todo bien complementado por la salida de otros productos variados, como el almagre de Mazarrón, la seda murciana, el esparto, etc.

    Alumbre

    Con la explotación del alumbre se inicia el ciclo moderno de la minería murciana. Conviene saber que el alumbre era en aquella época una de las sustancias más utilizadas como fijadoras de colores, tanto en tejidos como en curtidos, pero también en la fabricación de velas e incluso como astringente en medicina. En nuestro caso, las minas de alumbre de Mazarrón y Cartagena (en el poblado de Alumbres Nuevos) se ponen en explotación entre 1480 y 1525. Los alumbres cartageneros gozaban de cierta fama debido a su gran calidad, por lo que eran muy cotizados en el mercado inglés y flamenco, y posiblemente en el italiano, hacia donde se comercializó también en alguna ocasión. Según Franco Silva, producían en pleno apogeo unos 6.000 quintales al año, es decir, un 23% del total del alumbre español producido en 1562 (se sumaba a los 20.000 quintales producidos en Mazarrón y Lorca). A finales del siglo XVI el alumbre murciano entró en recesión. Hacia 1594 todas las fábricas españolas cerraron definitivamente y con ellas los pueblos que habían nacido de su actividad, como Rodalquilar o Alumbres Nuevos. Sin embargo, a diferencia de Mazarrón, el alumbre cartagenero no tuvo un sustituto digno (allí fue reemplazado por el almagre), por lo que la actividad minera de la zona quedó paralizada.

    Esparto

    Secularmente el campo de Cartagena se ha caracterizado por ser uno de los principales productores de esparto de la Península Ibérica, de hecho ya se le conoció con el sobrenombre de Carthago Spartaria. Pero, situándonos en la época sobre la que trabajamos, podemos decir que la mayor parte del esparto cartagenero se exportaba a distintos lugares de consumo, a pesar de que existía en la ciudad un pequeño sector dedicado a la fabricación de fibras textiles bastas (cordoneros y alpargateros, la fábrica de lonas y jarcias de la Casa del Rey, las redes y aparejos de la Pesquera, etc). De hecho, sabemos gracias a los trabajos de Louis Bergasse que llegaba junto al cáñamo a la ensenada de Marsella procedente de Cartagena y Alicante, al igual que a Lisboa, tal y como lo atestigua el fletamento de una saetía por Juan Francisco Tacón con 35 millares de tallos de este producto. También a tierras interiores de Castilla, como el caso de Murcia que adquiere seras de esparto de diversos colores y precios.

    Sobre el tráfico de la seda, sabemos que se desarrolló a partir de dos rutas interiores: una hacia Toledo, el llamado camino de la seda y otra, en dirección a Córdoba. En cambio, apenas si conocemos nada de su salida por mar al resto de Europa que, sin duda, debió ser abundante. En este sentido, el excelente trabajo de F. Braudel y R. Romano sobre los comerciantes y mercancías del puerto de Livorno en el último tercio del siglo XVI, aportó nuevas luces sobre el tráfico exterior de la seda murciana. Es precisamente el puerto de Alicante (último de los puertos del Sureste tocados por las embarcaciones) la vía de salida de la mayor parte de la seda exportada: 121 naves realizaron entre los años 1573 y 1593 ciento cincuenta viajes, a Livorno, en buena parte de los cuales viajaba la seda murciana como principal mercancía a bordo. Alicante se constituye pues, en la ciudad terminal de la seda murciana, algo muy parecido a lo ocurrido en el caso de la lana que se registra en las aduanas de Murcia y Yecla, aunque es muy posible que, como en el caso de la lana o la barrilla, parte de esa seda se embarcase en Cartagena, escala anterior a Alicante en la ruta hacia Italia. El mismo hecho de que la seda estuviese incluida entre los artículos que pagaban mollaje nos pode de manifiesto que, aunque en pequeñas partidas, también se comercializaba desde el puerto de Cartagena. 

    La exportación secular de lana castellana y cartagenera

    El comercio y explotación de lana en nuestra área de estudio estuvo ligado desde sus más remotos orígenes a la presencia italiana, muy intensa desde los últimos tiempos medievales. A comienzos del siglo XVI varios genoveses y milaneses afincados en Murcia, Toledo y Granada (A. Castellón, F. Dada, F. Escaja, J. Jorge, P. Negro y L. Rótulo) realizan un extraordinario comercio de exportación-importación por el puerto de Cartagena, siendo la lana -precisamente- la mercancía más traficada, con diferencia. Pero no sólo desde Murcia, también desde la misma Granada los mercaderes italianos orientarán la producción de estas recién conquistadas tierras hacia nuestro puerto. La salida de lana continuará con cierta fluidez durante el reinado Carlos V, como nos confirma R. Carande y las propias actas capitulares del Concejo. Pero será a partir del segundo tercio de esa centuria cuando se produzca su cenit, ayudado sin duda por los acontecimientos de Inglaterra y Flandes.

    El comercio mediterráneo de la lana se dirigía en la época que tratamos casi exclusivamente hacia Italia, con algunas excepciones muy puntuales en las que se embarcaban algunos fletes con destino a Flandes. Esta ruta italiana de la lana se consolida de forma regular desde fines de la Edad Media y conoce una extraordinaria época de expansión con el inicio de las guerras contra holandeses e ingleses que supuso una prolongada crisis en las relaciones comerciales con los países del Atlántico norte, tradicionales consumidores de la lana merina española. El antaño próspero comercio hacia Flandes terminará por hundirse a partir de 1572. En esta situación, los escasos negociantes de Burgos que escapan de la ruina se volvieron al Mediterráneo para compensar el cierre de la ruta cantábrica. El centro de gravedad castellano se había desplazado, como señala Lapeyre, hacia el Sur-Sureste, llevándose con él la suerte de las ferias castellanas y del viejo mercado burgalés. Es la hora de los nuevos puertos laneros de Alicante y  Cartagena. Las ciudades levantinas concentraban, por tanto, el grueso de la exportación lanera española. Este enorme flujo mercantil confluía en las estaciones de Yecla (hacia Alicante) y Cartagena, las cuales concentraban el 95 % del total, repartido en un 50 % para la primera y un 45 % para la segunda, según las cuentas de 1617.

    A nivel de cifras, poseemos datos concluyentes para los reinados de Felipe II y Felipe III. En la evolución exportadora de Cartagena observamos en una primera lectura unos ritmos de salida muy alternos. El producto final es una línea muy fluctuante con caídas en picado y sucesivas alzas. Estas oscilaciones cíclicas están determinadas en gran parte por el hecho de la no coincidencia del período de esquilado -entre abril y junio- y la contabilidad del año natural. Con todo, pueden establecerse en esta  dinámica varios ritmos diferentes de salida que podríamos enmarcar en dos etapas: una primera hasta 1582, con una media anual en torno a las 26.000 arrobas y otra segunda, desde 1589 hasta 1626 en la que las cifras se elevan y mantienen alrededor de las 35.000 arrobas anuales, cuyo aumento (a veces espectacular) viene justificado por la crisis de los puertos cantábricos.

    Un producto estrella: la sosa-barrilla.

    Lo poco que se ha estudiado hasta ahora sobre estas plantas (salsola kali y suaeda marítima) nos confirman algunas de las características que conocemos: eran muy típicas de terrenos salitrosos, arenales costeros y laderas de dunas cara al mar, estaban muy extendidas tanto en el hinterland cartagenero -desde San Pedro del Pinatar a la costa lorquina- como en el alicantino. Su calidad como cultivo industrial era muy similar en ambos casos, de ahí la feroz competencia entre dichos puertos. En cuanto a su aplicación industrial, parece deducirse de la documentación que la barrilla, más fina, era destinada a la fabricación del vidrio, mientras que la sosa blanca o borde debió consumirse en la elaboración de jabones, aunque no está clara esta diferenciación.

    Aunque la vocación exterior estaba clara, no toda la barrilla producida en el reino de Murcia se exportaba al extranjero. Se sabe que ciertas cantidades se destinaron a las jabonerías de Ocaña y que otra buena parte fomentó el surgimiento de una de las escasas industrias regionales: las fábricas de jabón del puerto de Cartagena. Incluso tenemos documentadas importantes ventas de barrilla a cristaleros de Sevilla. Pero todo este conjunto resultaba ínfimo en comparación con la oferta exterior. De hecho, ya desde sus primeras referencias documentales parece sorprendernos por su magnitud: en 1578, por ejemplo, aparece registrada por primera vez la salida de barcos raguseos, vascos y genoveses con destino a Livorno y Génova con 17.000 quintales de barrilla a bordo.

    Pero, ¿qué cantidades de barrilla y sosa saldrían anualmente por el puerto de Cartagena?. Está claro que los 100 o 120.000 quintales de barrilla que se cogían en el obispado de Cartagena, según un informe admitido por Felipe IV en 1621, desbordaban optimismo por todos lados y habían sido calculados con una clara finalidad fiscal  . Más reales son los datos de 1624-26 sobre el total recaudado en concepto de la nueva renta del 10 % y que arrojaron para Cartagena y Mazarrón 1.904.513, 2.179.284 y 1.686.690, respectivamente, representando nuestra ciudad, en el único año que está desmembrada de Mazarrón, más del 85 % de lo recaudado. Si tenemos en cuenta que ese impuesto se calculaba sobre el 10 % ad valorem y sabiendo que los precios del decenio anterior oscilaron entre 11 y 15 reales/quintal, podemos calcular que entre unos 40 y 50.000 quintales se exportaban anualmente a través de Cartagena y Mazarrón, siendo el resto (Yecla, Abanilla y Villena) prácticamente testimonial (entre 230 y 380 quintales).