Cartón encolado

76 x 14 x 10 cm

 

Estación Sericícola de Murcia (Nº inv. 1994/1/14) 


  

La práctica docente diaria no permite habitualmente la visión directa de los fenómenos que ocurren en la naturaleza. Por ello, desde el siglo XVIII, la opción más empleada para poner en contacto al escolar con la realidad natural ha consistido en trasladar parcialmente la naturaleza al aula. En el caso de los seres vivos, los medios y opciones han sido muchas: imágenes fijas (láminas, dibujos, grabados, modelos de vida), restos de seres vivos (conchas, esqueletos, plantas conservadas en herbarios), colecciones de insectos,
aves disecadas, reptiles conservados en tarros con formol, ejemplares fósiles… Sin duda, emplear la propia naturaleza como material para su enseñanza muestra múltiples ventajas: se trata de un material barato e inagotable. En la mayoría de ocasiones el uso de estos recursos tenía como finalidad didáctica ilustrar las explicaciones del profesor o facilitar las descripciones de determinados ejemplares. Explicar detenidamente a los alumnos, con orden y claridad y repitiendo las veces precisas, las partes más complicadas o
más importantes de las lecciones contenidas en el libro de texto, solía ser la práctica educativa más utilizada.

Aparecieron así casas comerciales que se dedicaron a fabricar material científico para el estudio y uso en las aulas de las especies más representativas de los distintos grupos animales y vegetales. En el caso de los modelos didácticos desmontables se construían en yeso, pasta de papel, cartón piedra u otros materiales. A finales del XIX Bartolomé Cossío, director del Museo Pedagógico Nacional, recomendaba para su adquisición acudir a la casa francesa Deyrolle o bien al comercio de Soler Pujol en Barcelona, especializado a partir de 1889 en la venta de material científico.

Marín y Acosta, 2015; López, 2010; id., 2013.

GRS