En el año 1738 la Real Junta de Comercio y Moneda urge al Alcalde Mayor de Murcia «para que con la mayor brevedad averigue por año o quinquenio el número de cosechas de seda que ay en esta ciudad y su Reyno». Éste, reúne a una serie de expertos conocedores de la huerta murciana, a quienes interroga individualmente. La conclusión de todos ellos es que «las que se riegan de las aguas del río Segura, se hallan la mayor parte plantadas de moreras, cuyo arbolado se va aumentando de algunos años a esta parte, (…) por ser el único esquilmo que se coge y da el más precioso fruto de la seda3».

Del mismo tenor son las descripciones de Morote, en Antigüedad y blasones de la Ciudad de Lorca (1741), (Murcia posee «una dilatada y fértil vega, Paraíso de nuestra España, plantada toda de moreras»; Espinalt que en su Atlante español (1778) habla de «infinidad de moreras», el doctor Jordán y Frago, en su Geografía Nueva de España (1779), y otros.

Estas afirmaciones son confirmadas por los datos del Catastro del Marqués de la Ensenada, en el que se ubican los morerales en los diversos pagos de la huerta, especificando su densidad, como moreral cerrado o como labradío con moreras, y su calidad, según la propia rentabilidad de las parcelas, la naturaleza del suelo y la disponibilidad de riego.

En cuanto a la densidad, el Catastro distingue entre moreral cerrado, que incluye la hortaliza con moreras y el moreral de regadío. En ellos las moreras se reparten por el interior de las parcelas, formando un verdadero cultivo intensivo, en el que el marco de plantación medio de la morera estaba en torno a 6,5 x 6,5 m, lo que suponía un total de 24 a 26 árboles por tahúlla, es decir, unas 270 moreras por hectárea4.

En la segunda modalidad, los labradíos con moreras, éstas aparecen únicamente en las lindes de las parcelas, como setos vegetales («las moreras están puestas en hileras, y los frutales y los olivos por toda la tierra»), y su densidad media oscilaba alrededor de las 8 moreras por tahúlla (unas 90 por ha). Este segundo tipo era la más frecuente, dado que la sericicultura era entendida por el huertano como una actividad complementaria. La hoja de morera para alimentar los gusanos era un producto secundario que le permitía unos ingresos extra muy necesarios para los pagos de los rentos.

 


 

(3) A.M.M., leg. 3915.

(4) Olivares, 1972, pp. 103-137.