En la segunda mitad del siglo XV se produjo la sustitución del moral por la morera, la regulación del salario de los trabajadores de la seda y la fijación de una normativa técnica, tres cambios fundamentales que determinaron la aparición de un nuevo escenario: el trabajo de la seda dejó de ser una artesanía para convertirse en una industria capaz de garantizar el aumento de la productividad y de la capacidad de trabajo, la búsqueda del beneficio y la difusión social de bienes de consumo (Martínez, 2000, p. 21). En ese nuevo escenario, el trabajo de la seda se abrió al exterior y abandonó su carácter cerrado. No sólo porque los operadores del comercio interno (como los judeoconversos) y externo (principalmente italianos) fueron abriendo progresivamente la producción local hacia nuevos mercados interregionales e internacionales. También porque se hizo evidente la necesidad de mano de obra especializada que potenciase las manufacturas locales, como se refleja en la demanda de «filadores (de seda) extranjeros».

La organización laboral fue uno de los primeros elementos de cambio. El modelo asociativo de los oficios, tendente a la mejora y homogeneización de la producción artesanal, se imponía en otros sectores de la protoindustria urbana como la producción pañera o la industria de la piel y el cuero, y terminó por afectar a la producción sérica. Si en 1474 se estipulaban técnicas comunes, apenas una década después, en 1486, se regulaba el oficio de los hiladores de seda (una regulación a la que se añadieron en 1492 y 1499 algunas precisiones complementarias de carácter técnico)1.

Por las mismas fechas, se comenzaba a regular el sistema de trabajo y, mediante él, la calidad del producto.

En 1474 se deja de pagar a los hiladores por el peso del producto y comienza a pagárseles por jornadas de trabajo (retribución diaria o jornal). Es el cambio hacia la especialización: el trabajo asalariado y dependiente del productor, comerciante o “señor de la seda” se impone al sistema de trabajo tradicional o autónomo, a domicilio, del taller independiente doméstico.

«E por quanto fasta aquí los filadores de la seda acostunbran lleuar e lleuauan por la filar çierta contia por libra, lo cual era e es cabsa que por fazer mucha obra filauan mal la dicha seda e no la apurauan como deuian por cobdiçia de ganar demasiados preçios, por cabsa de los qual la seda desta çibdad no valia tanto preçio como era razón ni estaua estimada como las sedas de Almeria e Valençia e Xatiua e otras partes que era bien filada; lo qual era grand daño de las personas que filauan la dicha seda, los quales se dexauan de la criar por la poca ganancia que della auian.

Por esta razón, los dichos señores conçejo, por remediar en ello, ordenaron e mandaron que de aquí adelante los filadores de la dicha seda no la filen por libras, saluo a jornal; e que lleue cada filador de la dicha seda quarenta e çinco marauedis cada dia, e que destos pague el filador su jornal al menador; e que el señor de la seda gouierne cada dia al filador e menador, e que comiençen a fazer obra a la canpana de prima e se dexen de obra quando tanga el Ave Maria»2 .

Este cambio en el sistema de pago indica la orientación hacia el mercado, puesto que la mayor parte de la producción se dedicaba a la exportación (Martínez, 2000, p. 44)3. La presencia de textiles de seda en los ajuares domésticos de las viviendas murcianas en las últimas dos décadas del siglo XV fue casi anecdótica, a juzgar por los testimonios de los inventarios de bienes post mortem o de dote que se conservan (Abellán Pérez, 2009, pp. 147-205).

El trabajo de la seda se centraba en el hilado: el producto semielaborado (la seda en bruto o hilada, de poco peso y alto precio) era el verdadero objeto de la exportación, que apenas derivaba seda semielaborada a la producción local de tejidos. La manufactura especializada apenas tuvo importancia, con pocos profesionales y una escasa variedad de artículos (cintas, tocas, cobertores y algunas prendas de ajuar doméstico).

Ya se ha indicado como el propio poder municipal reconocía en 1474 que «la seda desta çibdad no valia tanto como era razón ni estaua estimada como las sedas de Almeria e Valençia e Xatiua e otras partes que eran buien filadas». El trabajo de hiladores y menadores (aquellos que se encargaban de mover la rueda del torno de hilar), era la actividad sérica principal, casi única. Faltaba una verdadera industria que transformase la excepcional materia prima semielaborada en tejidos competitivos, poniendo fin a la obsoleta estructura productiva de exportación de seda semielaborada e importación de tejidos elaborados.

El concejo consiguió limitar el poder del nuevo modelo sericícola, como hizo con otros oficios organizados y asociados, mediante la regulación de precios y salarios: tasó en 1483 y 1502 los precios de venta de la seda murciana, tanto blanca como teñida; sometió diariamente el trabajo realizado al control del “veedor de la seda”, que cobraba 3 maravedís por cada inspección; fijó distintas tarifas de jornales dependiendo de las dos principales categorías laborales, oficiales (hiladores) y ayudantes (menadores); incluso llegó a mantener congeladas las retribuciones durante más de 20 años, provocando un paro de hiladores de la seda en 1496.

Será por esas fechas cuando se produzca la sustitución del moral (Morus nigra) base de la sericicultura andalusí, por la morera (Morus alba), el árbol de origen asiático sobre el que se articulará el despegue de sericicultura en la siguiente centuria. Si en 1471 llegaban quejas al concejo del robo de hoja de moral «e los seriganos se les mueren por falta de la dicha foja» (Torres Fontes, 1977, p. 35), apenas unos años más tarde irrumpía la morera en la huerta de Murcia.

La referencia documental más antigua que tenemos de la plantación de moreras en Murcia es de 1480 (Torres Fontes, 1977, p. 36). Las Actas Capitulares del Concejo de Murcia recogen el permiso del concejo a Diego Rodríguez de Almela, canónigo de la catedral, el 27 de mayo de ese año, para que en «vn real e huerto arbolado de naranjos e de otros arboles en la collaçion de Sant Andres» pudiese «poner moreras las que quisiese»4. Aunque resultaría aventurado afirmar que la morera comenzó a plantarse en esa fecha, esta referencia documental sí permite afirmar que la introducción de la morera en Murcia tuvo lugar en fechas parecidas a los territorios más avanzados de Valencia (Navarro, 2004, p. 14).

La importancia que el cultivo de la morera adquirió a partir de entonces se puede comprobar en las abundantes referencias documentales de las actas del concejo al robo de hojas de morera, como el pregón ordenado en marzo de 1492, que decía: «Por mandado de los señores conçejo que ningunas personas de qualquier condiçion e calidad que sean no sean osados de tomar foja de ningunas moreras contra la voluntad de sus dueños, so pena de mil maravedís a cada vno que lo contrario fiziere, partidos en la manera que en la ordenança que esta çibdad cerca desto tiene fecha se contiene e, demás, que lo pagaran como de furto con las setenas e que también se fara la execuçion en ellos asy por sabida como por tomada»5.

En 1494 se insistía en que «muchas personas vezinos desta çibdad van a hurtar hoja para criar su seda y muchos vezinos de la dicha çibdad, que en ella tener e tyenen foja por su seda, quando mas la han menester les falta»6, si bien se dejaba en manos de los propietarios la vigilancia de sus moreras. Aunque en un primer momento debieron de coexistir las dos variedades (moral y morera), ya se adivinaba el futuro cambio paisajístico y la creciente importancia de la morera y su hoja, pues apenas doce años más tarde ya se constataría la compra de hoja de morera a los pequeños propietarios mediante el sistema de pagos aplazados (Cremades 1983, p. 233).

En 1495 ya se afirmaba que «de la seda se sostienen la mayor parte de los vecinos» de la ciudad de Murcia (Martínez, 2009, p. 216). Sobre estas bases, en el siglo XVI se desarrollará la gran expansión de la sericicultura murciana.

Las ordenanzas del tejido de la seda en 15067 constituyen la primera organización de base corporativa de este oficio (Martínez, 2009), fundamentada sobre una serie de normas administrativas, técnicas y económicas, continuando el modelo de otras corporaciones laborales que habían dado el mismo paso unos años antes, como las de las restantes manufacturas textiles urbanas. Siguiendo el ejemplo de Valencia, promotora de novedades, y de algunos comerciantes italianos o judeoconversos murcianos que traían consigo el nuevo arte de la seda, la industria de la seda en Murcia comenzaba a abarcar todas las fases (hilatura, torcedura, textura y tintura) y se renovaba. Era el inicio de una nueva época.

 


(1) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1485- 1486, sesión del 20-06-1486. 

(2) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1473-1474, sesión del 19-04-1474, fol. 127 v.

(3) Son llamativas las disposiciones de los concejos de Granada y Málaga para controlar el contrabando de seda murciana en los primeros años del siglo XVI, con vetos explícitos a las sedas procedentes tanto de Murcia como de Valencia (López de Coca, 1996, p. 51).

(4) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1479-1480, sesión del 27-05-1480, fol. 223 v.-224 r.

(5) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1491-1492, sesión del 08-03-1492, fol. 118 v.

(6) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1493-1494, sesión del 18 03-1494, fols. 91 v.-92 r.

(7) Archivo Municipal de Murcia, Actas Capitulares 1505-1506, sesión del 14-02-1506, ff.. 110 v.-114 r.