Entre el trabajo y la oración. La vida del hombre quedó regulada por esos dos principios que defendían su entidad laboral y su destino final. Sometido al trabajo diario, tuvo que idear unos instrumentos jurídicos que lo regularán para defender sus intereses profesionales y garantizar la estabilidad de un mercado que habría de dar trabajo a todos. De esa necesidad procedía el gremio como aglutinador de menestrales de un mismo oficio regulado por unas ordenanzas supeditadas a sanción real y bajo la tutela por los municipios.

     El gremio adoptó una serie de rasgos comunes basados en la obligatoriedad del aprendizaje como único medio para ejercer una profesión. Defendidos los intereses propiamente profesionales, el gremial era objeto de cierta atención social en forma de asistencias memoriales y ayudas de orfandad o viudedad, además de disfrutar de ciertas prerrogativas que abarataban su acceso al mercado de trabajo. El tercer rasgo consistió en la protección de un santo titular en torno al cual giraba la vida del gremio. Santos como José, Lucas, Eloy, Isidro, Crispín y Crispiniano, Cosme y Damián y muchos otros, vieron cómo sus devotos encargaron capillas a sus nombres o renovaron los cargos gremiales, rindieron cuentas de su gestión y encargaron misas y aniversarios en su festividad. El gremio era un grupo social de gran entidad como regulador de la vida profesional y garantía de la calidad de un artesanado cuyos métodos de producción tradicionales quedaban sometidos a una lenta evolución. Integrados en la clase de los menestrales, sus obras fueron consideradas producto del trabajo manual y lógicamente integradas en el campo de las artes manuales. Pero su presencia en la vida urbana fue excepcional, ya que integraban los obligados grupos representativos de la misma en los festejos públicos, portando sus propios pendones, elaborando carrozas alegóricas en las exequias y coronaciones reales o presidiendo las anuales festividades que servían para dinamizar y fiscalizar su vida interna.

     En ese panorama los santos titulares constituían un punto importante. Los encargos a los artistas mostraron la riqueza ocasional de ciertos gremios obligados a contribuir a las cargas fiscales mediante aportaciones generales o personales. Un artista consagrado como Salzillo realizó el San Isidro labrador de San Juan Bautista para la cofradía de labradores, el San Roque de San Andrés para el gremio de alpargateros, la Santa Lucía de San Bartolomé para la de los sastres; Roque López hizo lo propio con la Santa Cecilia para los músicos, los carpinteros se comprometían a sacar el paso de la Caída como otros gremiales ya hicieran desde el siglo XVII con las grandes cofradías pasionarias. El sometimiento del gremio a un modelo artesanal, menestral y mecánico no fue obstáculo para que muchos artífices defendieran su total independencia de un mundo del que se diferenciaban por la entidad intelectual de su trabajo. Pintores, escultores y plateros se distanciaban así de quienes se consideraban incluidos en un estrato social condenado al trabajo de las manos, insistiendo en los ejemplos de una tradición que invocaba a Dios mismo como inventor de la pintura y escultura. Mientras que en el reino de Murcia los gremios artísticos tuvieron una vida efímera frente a la presión gremial de otros territorios limítrofes, los plateros alcanzaron una estima social derivada de la entidad artística de su trabajo aunque anduvieran sometidos a la tutela de San Eloy bajo la que este gremio defendía su absoluta libertad para ser liberal cuando conviniera.

     Pero un aspecto más conviene resaltar en este sector de la exposición. La vida gremial que velaban los santos propios era regulada también por otros mecanismos que insistían en la conexión del hombre con lo sobrenatural. Las torres con sus campanas controlaban el inicio y el fin del trabajo o marcaban la frontera para ciertas actividades. Considerada la Catedral como el templo que simbolizaba la vida oficial de la ciudad de Murcia, su gran campana, situada en la cara occidental de la torre, determinaba la apertura de figones y tabernas al señalar con sus toques de alzar a Dios el momento autorizado para vender vino a sus clientes.

     La vida de los hombres, hasta en sus relaciones laborales, en sus diversiones y festejos, quedaba, pues, regulada por la vida de estas imágenes.

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