Con el nombre de Aedes Domini, la exposición Huellas iniciaba la segunda parte de su recorrido, dedicada a valorar las condiciones escenográficas del santuario cristiano como marco excepcional para el desarrollo de la imagen y de la liturgia. Su puesta en valor combinaba las posibilidades visuales de la arquitectura con unos contenidos simbólicos, a menudo construidos sobre la propia jerarquía interna del santuario y sobre el valor simbólico y orientador de la imagen como modelo supremo de imitación.

     No fueron siempre estos valores los únicos que estuvieron presentes en la sacralización de los espacios, sino que su situación excepcional, como objetivo principal de todas las miradas, fue pensada también para proponer a la contemplación aquellas referencias históricas, a menudo citadas entre las gloriosas páginas del pasado que fortalecían la posición de la iglesia, con el propósito de dotar al santuario de un doble rostro distintamente valorado según la posición alcanzada. Al exterior mostraba orgulloso su faceta heroica; al interior, por el contrario, su condición sagrada, y esta duplicidad de funciones hizo más necesaria la utilización de lenguajes visuales claros y rotundos que hicieran comprender la grandeza e importancia de los mensajes transmitidos.

     En las instrucciones dadas para la configuración arquitectónica del santuario fueron tenidas en cuenta estas funciones, nacidas, por otra parte, en el instante que fue proyectado como modelo visual y simbólico, pues proponía a la consideración general unos ejemplos ya sometidos al estricto control de las imágenes, mientras dejaba en libertad a cada cual para que, en sus recintos privados, diera rienda suelta a cuantos sentimientos fueran sugeridos por su práctica personal de la piedad, importando bien poco si las fuentes en que se inspiraban tenían sanción oficial, cuál era la forma artística adoptada o los temas preferidos. La sensibilidad o el gusto artístico del patrono eran los que se imponían, infundiendo a menudo su sello personal como reflejo de sus propias inquietudes, su cultura y su pensamiento. De esta forma nacieron distintos tipos de imágenes según el destino programado, el lugar en que habían de ser veneradas y la función a que habrían de ser sometidas.

     El recorrido iconográfico de la exposición trataba de seguir las pautas sugeridas por la lógica de las imágenes y por la intencionalidad de su propuesta, trazando un primer y casi tímido mapa de motivaciones iconográficas que en gran parte explican la historia diocesana y la del reino de Murcia.

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