San Miguel, obra atribuida al pintor Pablo de San Leocadio, era una de las piezas más fascinantes de la exposición Huellas. Conocida de antiguo como tabla vinculada a uno de los pintores traídos a España por el cardenal Rodrigo de Borja, fue tenida por una de las más exquisitas representaciones de los albores del renacimiento mediterráneo. Oscurecida por el paso del tiempo, apenas dejaba ver una parte de su hermosura velada a la contemplación por negras capas que ensombrecían la poética belleza del cuadro sólo intuida en el delicado rostro del arcángel. La limpieza efectuada para la exposición fue desvelando aspectos insólitos de la pintura, refrescando la sensación de atmósfera primaveral del paisaje y de sutilísima gradación cromática de un cielo de intensidades lumínicas diversas.

     Hay en esta obra un efecto cautivador de los sentidos provocado por la figura del arcángel, bella hasta alcanzar la fantasía ideal de los sueños. Representado en la forma tradicional de doblegar al mal bajo el peso de su lanza, nada hace pensar en la violencia del guerrero que, según la Biblia, defendía la exclusiva jerarquía divina, sino en la belleza de un indolente mancebo, esclavo de su hermosura. Los ángeles deberían ser de la manera con que los imaginó Pablo de San Leocadio, una pura evocación poética, una mancha de color tendida sobre el espacio, un destello de luz Mensajero de la divinidad –a eso alude el genérico nombre de ángeles– habría de transmitir sensaciones divinas tales como las imaginó el pintor, prendidas de la belleza de unas alas que jamás logró tener Hermes alguno en la Antigüedad.

     A través de la mirada de la historia del arte esta obra ha sido estimada como síntesis de influencias diversas –italianas y flamencas– que la sitúan en los umbrales del renacimiento levantino y la convierten en una de sus obras capitales. Pero por encima de las consideraciones críticas ya expuestas en el catálogo, San Miguel no puede sustraerse a esos juegos retóricos tan útiles en la pintura cristiana, simbolizando no un episodio más de los narrados en el Génesis sino la representación de la gran epopeya universal, una verdadera gigantomaquia cristiana en la que fue puesto a prueba el poder de Dios, salvado por la acción del arcángel. La gran contienda entre el bien y el mal, entre el orden racional y el caos, de la que Miguel emerge victorioso, cobra aún mayor relieve al ser presentado con un atuendo militar en el que se funden lo heroico y lo fantástico, pues algo de héroe mitológico hay en esta figura pintada como si se tratara de un nuevo Perseo enviado para destruir a la Gorgona. Sus fantásticas armas –armadura pavonada, escudo de quebrados perfiles, camafeos protectores y afilada lanza– fueron forjadas también en un taller divino.

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