Fuero Juzgo (detalle). Siglo XIII. Ayuntamiento de Murcia. Archivo Municipal
Fuero Juzgo (detalle). Siglo XIII. Ayuntamiento de Murcia. Archivo Municipal
Fundación Cajamurcia

     El sentido sacral y reverencial de la mirada, tan profusamente elaborado desde la Antigüedad como parte de una unidad visual que situaba a la obra de arte en parangón con las cosas divinas como trasunto de su poética existencia, encontraba en la exposición Huellas muchos espacios sobre los que proyectar esos sentimientos. El visitante podría quedar sorprendido por los objetos que veía y por la secuencia temporal que contaba una historia determinada, pero la relación ambiental e histórica entre espacio y contenido forzaba aún más ese vínculo sentimental con el pasado. Y ese fenómeno se producía en el claustro catedralicio, el espacio más sencillo de toda la catedral, porque la obra de Peñaranda se realizó en período de escasez y no pudo acometer una obra de mayor envergadura. En su desarrollo, sin embargo, la historia de la ciudad y la del obispado quedaron unidas a través de la imagen proyectada por la catedral sobre un entorno ennoblecido por la monumentalidad de su arquitectura y por su función de depositaria de la memoria urbana escrita en su decoración interior.

     Ante el escudo de Murcia, todavía orlado por cinco coronas, se abre la capilla del príncipe D. Juan Manuel, aquél a quien todo el mundo sin razón llama infante, recordando su antigua función de Adelantado Mayor del reino, cuya presencia evocan el blasón adornado con los símbolos parlantes de su apellido y el extraordinario retablo de Bernabé de Módena en que aparece su hija, la que casó con Enrique II de Castilla. Tal espacio reunía, pues, una serie de características históricas que la casualidad quiso fundir con los acontecimientos dolorosos de su llegada al reino de Castilla y con una realidad constructiva que mantenía los espacios aún sin demoler de la vieja mezquita temerosa de sucumbir a la irrupción de las nuevas formas del templo cristiano. Los dos mundos representados en aquel antiguo edificio catedralicio eran el símbolo de la duplicidad cultural del reino y del valor estratégico alcanzado cuando la reconquista se hizo firme tras 1266.

     Esta historia invocaba el recuerdo de Alfonso X el Sabio, el monarca unido a la historia de la ciudad por medio de su gran obra cultural y por el extraordinario legado que culminó en la cesión a la catedral de sus propias entrañas. En un espacio concebido para fundir los lazos familiares y la realidad histórica, los objetos expuestos constituían un singular museo medieval presidido por las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Nunca había salido de Italia aquella obra –ejemplo grandioso de la miniatura europea del siglo XIII– que tiempo atrás fuera joya de la biblioteca medicea. Junto al códice de El Escorial –aquél que contiene la Cantiga de la Arrixaca– es el otro ejemplar iluminado, en cuyas páginas se funden los progresos artísticos de los scriptoria medievales con la sonoridad de la música y la belleza literaria unidas para narrar, como fue costumbre, la milagrosa intervención de Santa María.

     Parecía importante que uno de aquellos ejemplares figurara en la exposición Huellas no sólo por la trascendencia artística del códice sino porque su vinculación al reino de Murcia se deducía del carácter itinerante de la corte alfonsí, a la que acompañaba el scriptorium regio, y de cierta temática local de algunas de sus páginas. En este caso, la Cantiga se abría por donde aparecían los caballeros de la Orden de Santa María de España, con sus rojas capas, en recuerdo de la Orden Militar creada por Alfonso X en Cartagena. La defensa del mar era un elemento de seguridad para las fronteras del reino y aquella orden esta pensada para su garantía.

     Había, pues, en la elección de este códice varias razones que lo hacían imprescindible en Huellas. En primer lugar, su condición de representante de los progresos artísticos de la miniatura alfonsí puestos al servicio de una corriente cultural que simbolizaba la fusión de las artes similar al efecto integrador de las empresas promovidas por la acción real. En segundo, la vinculación histórica con el antiguo reino y el valor emotivo de unas páginas en las que aún latía el corazón del Rey Sabio prisionero de la grandeza de su obra. Nada mejor se podía imaginar que unir la belleza de aquel códice al lenguaje jurídico del cercano Fuero Juzgo o a la prosa certera del escribano que anotaba los nombres todavía palpitantes de quienes se asentaron en el viejo solar de la ciudad inscritos en el Libro de Repartimientos. Bernabé de Módena desde la silenciosa quietud de sus dos retablos, felizmente separados, testimoniaba el valor de las relaciones comerciales del reino de Murcia, favorecedoras de ese gran intercambio artístico. Las diferentes lecturas y registros culturales de Huellas mostraban los caminos por los que la historia se iba desarrollando. Y las Cantigas del Rey Sabio constituían su motivo principal.

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