El último tercio del siglo XIX concentró varios de los conceptos pictóricos que preceden a lo que podríamos entender como pintura contemporánea. Si durante el momento de la regente Isabel II observamos, como denominador común, la pintura romántica y visos de la pintura historicista y cercana a los neoclasicistas europeos, con las temáticas mitológicas como mejor ejemplo de las tendencias del XIX, a finales de esta centuria emerge una pintura más personal que en Murcia tiene su mejor ejemplo en la pintura costumbrista, también llamada regionalista.

La pintura costumbrista se puede enmarcar dentro del Romanticismo y se ha considerado una reacción al academicismo imperante, a esa especie de normativa que emanaba de academias como la de San Fernando, decisivas en la articulación de los nuevos profesionales liberales pero demasiado exigente al final en cuanto a estilos y temáticas. El costumbrismo rompería con lo “establecido” para abrirse a una pintura de campo, del estudio y los modelos reglados se pasaría al paisaje y las temáticas corrientes de la realidad que circunda al pintor.

Ya no existen artes sino el arte, como diría William Blake, la belleza puede buscarse dentro del ámbito social, no en la doctrina religiosa, en las parábolas, en la apacible vida burguesa o en los cuentos mitológicos. Una escena rural o un hecho anecdótico también es arte. En Murcia el costumbrismo es quizá la máxima concesión vanguardista de los pintores locales. No busquemos paralelismos con la evolución pictórica europea porque ni siquiera en la propia España se verán grandes evoluciones. La vida cultural española, incluso con el modernismo que también dio sus frutos en la arquitectura murciana, no es comparable a la cultura europea.

No olvidemos que la fotografía ha desplazado también especialidades pictóricas como el retrato, la fotografía populariza el retrato, lo hace más accesible económicamente y socialmente las tarjetas de visita forman parte del recibidor de las casas burguesas, la fotografía es rápida, económica y más divertida.

Pensemos que Murcia es una provincia en la que la riqueza, además de en la ciudad de Murcia, se va a percibir en Cartagena y La Unión, con los negocios mineros. Pero esa riqueza es la de unos empresarios, en ocasiones salidos de la nada,  que se sostienen con el trabajo esforzado y en condiciones míseras de una población muchas veces llegada de zonas paupérrimas. La vida cultural más interesante puede encontrarse en Madrid o Barcelona, en  ningún caso en Murcia que, aún así, intenta crear sus ámbitos de tertulia y reunión.

La vida huertana forma parte de los temas costumbristas de Murcia, incluso podemos encontrar el pintoresquismo de una escena folclórica en pintores europeos que viajan por el continente como nunca antes y se fijan en lo popular, que en el caso de España puede ser muy peculiar por el estado mismo de su sociedad, muy poco o nada industrializada. Así que la vida huertana es protagonista de muchas obras locales. Ya pintores como Ruipérez Bolt habían dado algún ejemplo de temática costumbrista pero son Gil Montejano, Sobejano, Adolfo Rubio, Obdulio Miralles, Medina Vera, Seiquer y otros quien más tiempo y obras dedican a la pintura costumbrista.

Los toques amables, cercanos al neoimpresionismo europeo de la pintura de José María Sobejano, pintura más concentrada, con toques casi naïf, lo observamos en obras como las dedicadas a los juegos de  bolos, Mientras rula no es chamba, o las escenas cotidianas, Palique huertano. Para Sobejano el dibujo es importante, como lo es el momento, por eso no importa que los personajes estén de espaldas.

Tanto José María Alarcón como Adolfo Rubio, ambos pintores nacidos en torno a 1850, muestran un estilo personal pero muy parecido, quizá dentro todavía de los márgenes academicistas. Se dedican a los temas costumbristas con escenas de la vida cotidiana en composiciones que respetan un orden geométrico, un formalismo que no se atreve con postulados más “valientes”. Títulos como Una partida de Bolos o Una partida de Malilla, de Alarcón, o Idilio huertano de Rubio, son buena muestra de esta pintura que recuerda por momentos a los cuadros historicistas.

Juan Antonio Gil Montejano, nacido también en 1850, es un pintor con intereses que lo desvinculan de lo académico y lo acercan casi a los paisajistas y a su admirado Goya, cuyo recuerdo puede advertirse en las tonalidades que utiliza y la aparente imprecisión de la pincelada. Pero cuadros como Viático en la Huerta, de 1872, lo acercan a las escuelas de Barbizon, Corot y Millet.

Con ciertos precedentes en la obra historicista de Ruipérez Bolt podemos apreciar el trabajo de José Miguel Pastor y Enrique Atalaya. Se trata de una pintura de género, no tanto de escenas, el costumbrismo queda en los trajes, en los detalles, quizá en el paisaje que se adivina en composiciones en los que la figura, en ocasiones única figura, concentra la atención del espectador. El color se apodera de las obras dejando a un lado el dibujo, en el caso de Atalaya, instalado en París y seguidor de otros pintores franceses de la época, como es el caso de las pinturas cómicas sobre clérigos, esta preponderancia del color lo sitúa en un margen que va del costumbrismo a un claro postimpresionismo.

Cercano a la pincelada amplia y luminosa de Sorolla queda la obra de Medina Vera, familia del famoso poeta archenero. Escenas al aire libre donde el naturalismo se abre paso, si bien con cierto débito aún y, en ocasiones, a la pintura de género.

Del costumbrismo formal, casi historicista, pasamos a la visión certera de Obdulio Miralles, pintor nacido en 1867, que en cuadros como El Crimen de la taberna o Niño con perro da muestras, además de una maestría técnica evidente, son de una clara apertura a la pintura europea que plantea otros modos, alejada del tema y más concentrada en las posibilidades de la pintura en sí. Sin duda Miralles sobresale de entre sus colegas por ser un artista más ligado a las nuevas vanguardias europeas.