El escultor Manuel Juan Carrillo Marco (Cieza 1915-1988), fue testigo directo de una de las épocas más duras de nuestra reciente historia, la guerra civil de 1936, con su antes y, sobre todo, con su después. Esos tres momentos, cada uno a su manera, marcaron en él una trayectoria personal y profesional.

Antes de la guerra, su padre, que también era escultor, cambió en dos ocasiones de localidad de residencia, en busca de unas condiciones de trabajo que le fuesen favorables para sacar adelante a su familia. La situación social y familiar obligó a Manuel Juan a abandonar pronto sus estudios y empezar a trabajar en el taller de su padre.

Al comienzo de la guerra tiene veintiún años. Es llamado a filas y al término de la misma debe cumplir el servicio militar, lo que alargaría aún más este periodo, en el cual lo más positivo fue la estancia en Valladolid y el aprendizaje en el taller de don José Cilleruelo, médico y escultor, con quien se adentró en el conocimiento de la escultura castellana.El después de la guerra, supone la posibilidad de trabajar para una sociedad ansiosa por recuperar o reponer el patrimonio de sus lugares de culto y sus desfiles religiosos, aunque, en muchos casos, con pocos recursos para ello, impidiendo ésto una vida más holgada en lo económico para el artista. Tanto su vida personal como su carrera artística, se vieron condicionadas sin duda por todas estas circunstancias.

En lo profesional Manuel Juan Carrillo era un trabajador meticuloso y perfeccionista, que cuidaba los detalles, tanto de diseño como de acabado de sus obras. Era un gran dibujante y cualquier papel que caía en sus manos se llenaba en seguida de apuntes de lo que veía o de lo que imaginaba. Modelaba bocetos en barro de tamaño reducido, para las esculturas, que luego, mediante una técnica de sacado de puntos a escala, traducía a la obra definitiva. En los trabajos de ornamentación realizaba planos precisos que facilitaban enormemente la tarea de sus colaboradores (carpinteros, herreros, etc.)

En lo personal, Carrillo era persona de espíritu elevado y abierto, amplia cultura y muy aficionado a la música. Asistió asombrado y curioso a los avances técnicos del siglo XX y no perdió nunca su capacidad de imaginar, inventar y crear, ya fuera imágenes o tronos, partituras musicales o artilugios diversos, como la máquina de tallar, que, a modo de divertimento, consiguió hacer funcionar con rudimentarias piezas en su taller.

Las personas que le conocían lo que recuerdan sobre todo de él es su enorme bondad.

"Nadie desprendió el sol de tus ojos
Ni abrió inviernos en tu boca.
Nadie consiguió que tus labios
Tradujeran alimañas ni escombro,
Tu voz,
Entre el sudor, la soledad y el descrédito,
Siempre bisaba el cadencioso poema
De un corazón henchido de paz y abril".

Esto escribió de él un poeta ciezano a su muerte, ya que nunca se le oyó hablar mal de nadie, estaba siempre presto a servir a los demás y para cualquier defecto ajeno encontraba una justificación.
Por su círculo más familiar e íntimo, sabemos que Carrillo era hombre religioso, con una inmensa fe cristiana, razonada y profunda que se expresaba a golpe de gubia, impregnado sus imágenes y transmitiéndoles la capacidad de despertar el fervor y la devoción popular. La gran mayoría de sus obras, sobre todo las más emblemáticas, no son sólo imágenes de fe, sino "la fe hecha imágenes".