Tareas agrícolas y aperos del huertano

Desde que despuntaban las primeras claras del día hasta que el sol se escondía por el horizonte, y la huerta quedaba bañada de tibios retazos ocres y rojizos, el huertano se afanaba en las parcelas de cultivos circundantes.

A lo largo del año llevaban a cabo numerosas labores: labranza de secanos preparatorios para la siembra de cereales, acondicionamiento de los bancales para las hortalizas, preparación de semilleros, trilla del grano, etc...

Para acometer estas labores agrícolas el huertano se valía de diversos utensilios: araba la tierra con un arado de tipo castellano tirado por bueyes y mulas. Para la labranza, empleaba una rejá o rastrillo con el que desprendían los tormos adheridos al arado durante la labor.

El cultivo y manipulación de cereales lo realizaba con una corvilla, que era parecida a la hoz de un segador y para cavar empleaba utensilios como la azada, la abaranera o el legón, para abrir surcos y dirigir el riego hacia los bancales de pepinos, lechugas, acelgas, tomates y habas.

Para la recolección de los frutos de naranjos, limoneros, albaricoqueros y melocotoneros, el huertano se subía a un 'banco' o escalera de cara única y patas divergentes apuntalado con un pie a modo de caballete.

Para desplazarse empleaban el asno. Uno de los desplazamientos más frecuentes era al mercado de los jueves en la Plaza de Santo Domingo de Murcia. Allí vendían sus aves de corral y hortalizas. El burro lo empleó para la recogida de basuras y desperdicios que aprovechaba para abonar la tierra y alimentar a sus animales.

Tareas domésticas

Mientras el hombre trabajaba en las parcelas de cultivo, las laboriosas mujeres huertanas se encargaban de las tareas domésticas y de la cría del gusano de seda.

Las mujeres y sus hijos pequeños también se encargaban del cuidado y crianza de los animales domésticos, como conejos, gallinas y cerdos, que aseguraban el abastecimiento de la familia en alimentos básicos como carne y huevos.

El cerdo era engordado durante todo el año, preparándolo para el momento de la matanza, que se celebraba en invierno, con el fin de aprovechar las bajas temperaturas para curar los embutidos y que suponía todo un ritual festivo familiar.

Como la benignidad climática se instalaba en la Huerta de Murcia durante gran parte del año, las huertanas cocinaban al aire libre en un fogón cercano a la vivienda y protegido por un sencillo tambalillo de cañas.

Sólo excepcionalmente y cuando los rigores del invierno no invitaban a permanecer en el exterior de la vivienda, las huertanas procedían a cocinar sus sabrosos guisos en uno de los rincones de la entrada de la casa, lugar que acogía el tinajero, las jarras y los utensilios para cocinar los alimentos.