Ya los hombres prehistóricos supieron percibir las riquezas minerales ofrecidas por la Sierra Minera de Cartagena-La Unión, como queda atestiguado en los hallazgos encontrados en Mina Balsa, Atalaya y Cabezo Agudo, principales yacimientos arqueológicos de este paraje. Estos primeros pobladores llegarían desde la vieja Mastia, otorgándole al territorio el nombre de Iluro, luego repetido en diversos puntos por los íberos. Fueron los factores biológicos, ecológicos, geográficos y topográficos los que propiciaron la instalación de pueblos primitivos en esta zona. El encanto residía en las posibilidades ofrecidas por su sierra y en la salida al mar de Portmán, considerada por algunos como una de las bahías más encantadoras que existen.

   Llamado así por su forma cónica, el Cabezo Agudo se encuentra a un kilómetro de La Unión. En este Cabezo se encuentran restos de muros y cerámicas; habitaciones alineadas, rectangulares o cuadradas, con aparejos muy pobres; cenizas y escorias de plomo con algo de plata e indicios de cobre; ejemplares óseos (mandíbula de carnívoro, molares de solípedo, colmillos de jabalí, huesos calcinados de articulaciones...); y vidrios irisados. Existen en este yacimiento objetos con una cronología prehistórica por lo que, aunque esporádicos, no son inexistentes los vestigios de los pueblos más primitivos. Se trata principalmente de algunos objetos de hueso, piedra y metal: rueda de molino, láminas, puntas de cuchillo, agujas, sortijas, cucharas y urnas.

   Civilizaciones mediterráneas

   La situación marina de Portmán favoreció la llegada hasta estas tierras de viejas naves fenicias, que se interesaron por el enclave. Aquí desarrollaban una de las actividades en las que este pueblo primitivo era más experto, la minería. Su misión en esta zona fue exclusivamente comercial. Los fenicios fueron auténticos maestros en el arte del aprovechamiento mineral de la tierra y supieron sacar provecho del descubrimiento de Iluro. Existen restos en el Museo Arqueológico de Cartagena de viejas anclas de hierro, que los fenicios cambiarían por plata de las minas. Existe una leyenda fenicia que habla de un habitante de Mastia llamado Aletes, quien descubriría las minas de plata del Cabezo Rajado, por lo que sus conciudadanos le divinizaron, edificándosele su propio templo en el actual Cabezo de los Moros. Este templo sería luego destruido en el año 425, quedando ungido este personaje como ídolo minero.

   También fueron rescatados de las excavaciones, llevadas a cabo en el yacimiento arqueológico del Cabezo Agudo, cerámicas de procedencia helenística y restos íberos, lo que asegura una presencia, al menos comercial, de estos antiguos pueblos. Quedan vestigios considerables sobre las actividades industriales, mercantiles y militares de estas gentes: escorias de los minerales beneficiados y utensilios de experimentación; cerámicas campanienses, que evidencian el contacto con el mundo helenístico; ánforas, cuyas marcas indican una relación con los centros vinícolas y aceiteros de la Bética y la Tarraconense, armas y proyectiles... La suerte de la comarca permanece unida desde sus primeros momentos a la de las minas.