Sin embargo, cuando más negro se veía el futuro de estos escasos y viejos animales y quedaban muy poquitos en manos de ancianos agricultores y amantes de los animales, sucedió que los consumidores empezaron a demandar carnes de mayor calidad, más jugosas y sabrosas, cansados de comer carne de cerdo seca y estropajosa. La grasa, infiltrada entre las fibras musculares, volvía a ser un valor en alza. En todo el mundo se reconoce ahora el alto valor gastronómico de los jamones y embutidos de los cerdos ibéricos españoles, por cierto, parientes lejanos de nuestro chato murciano. Por lo que nuestros ganaderos volvieron su mirada hacia atrás y buscaron la forma de recuperar esta joya de la ganadería murciana y con el acertado trabajo de unos pocos investigadores del Instituto Murciano de Investigaciones Agrarias y Alimentarias de la Consejería de Agricultura se está consiguiendo.

Para nuestra hermosa vaca murciana, de momento, no se vislumbra un final tan feliz, pero la lección del chato no debemos olvidarla. Hay demasiadas razones egoístas para conservar la variabilidad genética que atesoran nuestras vacas y que, más que probablemente, sean necesarias en un futuro tal vez no muy lejano. Su fortaleza y su resistencia a las enfermedades, si no los favores debidos, son razones más que suficientes para que pensemos en ellas como tesoros de la naturaleza que debemos conservar, si es que aún estamos a tiempo.   

Moraleja:

'El que no valora lo que tiene acaba perdiéndolo'