A molde

     La fabricación del vidrio, hasta la invención de la técnica del soplado, se realizó a molde, imitando métodos utilizados en la producción de objetos de cerámica o metal. De este modo, en Mesopotamia, Siria o Egipto, se utilizaban pequeños moldes para la fabricación de objetos en pasta vítrea que luego se incrustaban en piezas de orfebrería, en máscaras, muebles o empuñaduras de armas.

     Más compleja era la fabricación de recipientes que se realizaban mediante una técnica llamada moldeado sobre un núcleo. El artesano fijaba a una varilla metálica una mezcla de barro y estiércol, que era moldeada con la forma que se deseaba lograr en el interior de la pieza de vidrio. A continuación, esa mezcla se sumergía en pasta vítrea, calentándose a continuación en un horno hasta que se alcanzaba la consistencia adecuada. Por último, la pieza era tallada y pulida sobre una superficie de metal. Una vez lograda su apariencia definitiva, se le añadía las asas, el cuello y el borde, y se extraía la varilla de metal y el material que formaba el núcleo de la pieza.

Vidrio soplado

     El soplado consiste en introducir una caña de hierro hueco, de longitud variable (entre 1 y 2 metros) en un crisol donde está el vidrio en su punto de fusión. A continuación se crea una bola con esa sustancia, se gira y a continuación el artesano comienza a soplar hasta que crea una burbuja a partir de la cual se elaborará la pieza. Puede realizarse tanto al aire, como directamente sobre un molde.

     La invención de la técnica del soplado supuso una auténtica revolución en la industria del vidrio. Por un lado se logró la fabricación a gran escala, abaratando los costes de producción y por tanto su adquisición y uso por un mayor segmento de la población. Por otro, produjo el cambio en los gustos y estilos decorativos; en el mundo romano predominan los vidrios transparentes, incoloros, en contraposición a los objetos producidos hasta el momento, caracterizados por el empleo de colores vivos y pastas gruesas que prácticamente impedían adivinar el contenido. Además, dado los escasos costes y la abundancia de materia prima, los talleres de vidrio se multiplicaron a lo largo y ancho de todo el Imperio Romano, desde la costa Mediterránea hasta Germania y las Islas Británicas.