Origen y evolución histórica

     La cerámica de reflejo metálico, su nacimiento y su desarrollo, esta ligada indisolublemente con el Islam. Aunque desde el principio fue una cerámica de prestigio, vinculada a la vida de la corte, dado al activo comercio y a su espectacular acabado, pronto se popularizó, extendiéndose desde la India hasta la Península Ibérica.

     Se distinguen cuatro periodos en la larga evolución de esta producción cerámica: el abasí (siglos IX-X), el fatimí (S. X-XII), el seyúcida (siglos XI-XIII) y el andalusí (siglos XII-XIV). A esta última fase corresponden la mayoría de los fragmentos recuperados en las excavaciones arqueológicas efectuadas en la región de Murcia. De hecho, las fuentes escritas andalusíes testimonian la existencia de talleres de reflejo metálico en Murcia, Almería y Málaga.

     Las producciones locales, documentadas en excavaciones en el subsuelo de la ciudad de Murcia, debieron gozar de cierto renombre, ya que algunos investigadores atribuyen a fabricación murciana cerámicas de reflejo metálico conservadas incrustadas en iglesias de Ravena, Pisa y Córcega.

La técnica decorativa

     El reflejo metálico era obtenido mediante un complicado proceso que se iniciaba con la mezcla de óxidos de cobre y de plata y cinabrio. A continuación, se fundía la mezcla. Una vez enfriada se machacaba y le añadía vinagre, quedando lista la solución para ser utilizada mediante pincel directamente sobre las cerámicas que ya habían sido cocidas con anterioridad y las que se les había aplicado ya una capa de vidriado. Por último se realizaba una segunda cocción a baja temperatura con lo que se lograba el famoso brillo dorado de este tipo de cerámicas.

     La tradición del reflejo metálico tuvo su continuación en Manises, en donde se desarrolló esta especialidad característica del mundo islámico, alejándose cada vez más de los programas decorativos musulmanes frente a la temática artística del gótico occidental demandada por la clientela cristiana.