Durante la época romana, los puertos y  fondeaderos peninsulares fueron testigos de un constante ir y venir de barcos mercantes procedentes de todos los rincones del Imperio e incluso de tierras mucho más lejanas (India y China). De nuestros puertos salía preferentemente, vino, aceite y salazones, además de otros productos como los metales; de ellos el aceite bético y los salazones gozaban de un enorme prestigio.  Plinio el Viejo, naturalista romano que vivió durante el siglo I d.C y murió investigando durante la erupción del Vesubio que arrasaría Pompeya  y otras localidades, escribió una monumental Historia Natural conservada en la actualidad parcialmente y en la que alaba a los salazones (garum). ¿Actualmente el garum mejor se obtiene del pez escombro en las pescaderías de Carthago Spartaria. Se le conoce con el nombre de sociorum. Dos congrios no se pagan con menos de 1000 monedas de plata. A excepción de los ungüentos, no hay licor alguno que se pague tan caro, dando su nobleza a los lugares de donde viene". Plinio, NH, XXXI,1,9)

Los salazones eran en uno de los alimentos más demandados en época romana; parecidos a los actuales, su fuerte sabor servían para condimentar muchos platos y probablemente para ocultar o al menos aliviar, el estado de conservación de los alimentos utilizados para preparar comidas. La demanda era tal, que toda la costa murciana y andaluza se lleno de estas factorías, de diversos tamaños, que intentaban satisfacer la demanda procedente de todos los lugares del Imperio Romano. Si bien fue con los romanos cuando la producción de este producto se industrializo, ya el siglo III a.C los púnicos fomentaron  la producción de este producto con vistas a su comercialización a gran escala.