La villa de Los Torrejones constituyó durante la Antigüedad una unidad espacial fundamentada en la orografia y la explotación de los recursos naturales de la zona del Altiplano, ofreciendo a sus pobladores una zona agrícola muy rica, bien comunicada y protegida, lo que explica la larga continuidad de todas la villas, tanto las de Yecla como las de Jumilla.

Las villas de Yecla, tanto de las Torrejones, como la de Marisparza, La Emirta o el Pulpillo presentan una serie de características comunes; dominan grande extensiones de terreno cultivable, llanas, en las cercanías de infraestructuras viarias; hay una fuerte influencia del componente indígena, experimentan una crisis durante el siglo III, viven el período de mayor auge durante la primera mitad del IV d.C y suelen tener una amplia pervivencia en el tiempo.

Este último aspecto se atestigua claramente en la villa de Los Torrejones. Fue ocupada, de manera continuada, al menos durante 600 años; un periodo tan largo obligaría a sus habitantes a numerosas reformas destinadas a reparar espacios, a crear nuevos y acondicionarlos al gusto de los sucesivos habitantes de la villa. En la etapa inicial, las estructuras se caracterizaron por su sencillez arquitectónica: muros de piedra unidas a hueso y pavimientos de tierra apisonada. Unas décadas más tarde la villa es arrasada, no se sabe si intencionadamente o no, y construida de nueva planta.

Tras un largo periodo de tiempo en la que el establecimiento rural de Los Torrejones apenas experimenta reformas, durante el siglo IV se produce una segunda gran reforma de la que la obra más importante es la construcción de unas termas pavimentadas con un pavimento de mármol polícromo. Uno de los aspectos destacables de la villa es la excavación de una torre. Es probable que la villa fuera un recinto rectangular, flanqueado en cada una de sus esquinas por una torre, con el fin no sólo de dominar su territorio, sino de protegerse en una época convulsa.