Tesoros Materia ley y forma



La moneda, símbolo de riqueza y prestigio, medio de intercambio de productos y servicios pero también eficaz elemento de propaganda de la autoridad que la emite y respalda su valor facial.

San Isidoro vino a establecer esas características en su clásica definición de moneda como metal, figura y peso (materia, ley y forma en palabras de A. Beltrán), una afirmación válida en general para todas aquellas emisiones que, hasta nuestro mundo contemporáneo, intentaron mantener una estrecha vinculación entre el valor intrínseco del metal y su valor oficial o nominal. Un complejo y, en ocasiones, difícil y engañoso equilibrio de patrones y sistemas monetarios implantados para establecer las relaciones entre los diferentes metales y las proporciones empleadas para ello.

La moneda fue también objeto de atesoramiento y ahorro como medida de acumulación y salvaguarda de riquezas. Mucho se ha escrito acerca de la consideración de lo que, en terminología numismática, se ha venido entendiendo tradicionalmente como tesoro, habida cuenta de la variada casuística que dicho término puede encerrar. Un amplio abanico que abarca, desde aquellos conjuntos que reúnen centenares o miles de piezas de oro o plata y que constituían ciertamente una considerable suma de valor para su propietario, hasta los modestos depósitos integrados por monedas de bronce destinadas a los pequeños intercambios como simples monederos de uso corriente.

No obstante lo anterior, resulta evidente que una de las características comunes a todos ellos es la intencionalidad que existía en su formación y al hecho, también evidente, de que su propietario no llegó a recuperarlos tras haberlo ocultado deliberadamente o perdido de forma accidental. Y también en este aspecto pueden ser muchas y variadas las causas que propiciaron, en una paradoja del destino, la desgracia de su propietario al no poder recuperarlo y la fortuna, por nuestra parte, de poder hallarlo, siglos más tarde, para su estudio y conocimiento. Siempre resulta tentador, en primera instancia, vincular esa circunstancia a episodios bélicos y a todo tipo de sucesos de inestabilidad que en algunos casos son bien conocidos a través de las fuentes escritas y que, en otros, podemos intuir precisamente a través de estas ocultaciones y al contexto arqueológico con el que se asocia el hallazgo. Se vinculen o no a este tipo de acontecimientos, o bien a otra serie de circunstancias (enfermedades, un viaje inesperado y sin retorno, accidentes, etc.) la práctica del atesoramiento suponía un hecho habitual hasta etapas recientes, mantenida como un elemento de fascinación en la memoria popular.