La Casa de Borbón


El siglo XVIII se iniciaba con la Guerra de Sucesión motivada por la falta de descendencia de Carlos II y las aspiraciones de austríacos y franceses al trono de España. La hegemonía francesa acabaría imponiéndose y, con ella, un período de profundas reformas en todos los ámbitos del nuevo estado. Una de las consecuencias de la nueva etapa fue la supresión de las acuñaciones de aquellos territorios forales que apoyaron al pretendiente austríaco, quien había llegado a emitir moneda, con el nombre de Carlos III, en las cecas de Barcelona, Zaragoza y Valencia.

El sistema bimetálico de oro y plata conservó no obstante sus denominaciones más características: la onza de 8 escudos en el oro y los duros o reales de a ocho en la plata, que mantuvieron el aprecio y reconocimiento universal desde Europa hasta el Extremo Oriente. De la amplia nómina de cecas en funcionamiento, Madrid y Sevilla fueron las más activas de la península, mientras que Méjico, Lima, Popayán, Santa Fe, Guatemala, Santiago de Chile y Potosí lo fueron en América.

El busto del rey, con la clásica peluca al estilo francés (las "peluconas" como se conocerán los nuevos tipos) pasará a ocupar el anverso, mientras que en el reverso un escudo ya más simplificado introducirá un escusón con las flores de lis de la dinastía francesa. Las leyendas alusivas a la religión serán frecuentes: Initium Sapientiae Timor Domini, Nomina Magna Sequor o In utroq. felix auspice Deo, a modo de invocación a la Providencia divina que debía guiar el buen gobierno de la nueva dinastía.

Mención especial merece el tipo del columnario, iniciado en América, que, con el lema Utraque Unum y la imagen de los dos hemisferios coronados será uno de los ejemplares más bellos y de mayor difusión de nuestra numismática. No en vano los monarcas mostraron un especial interés en perfeccionar las acuñaciones, tanto en España como en América, terminando con la práctica de las macuquinas y las monedas recortadas. Así, hacia 1728 se impuso su fabricación a molino y volante con la introducción del cordoncillo, destinado a evitar su recorte. Una política que se aplicó también a la denostada calderilla de cobre, iniciando un conjunto de emisiones de buena factura, con cospeles circulares, de 1, 2, 4 y 8 maravedís.

En 1771, con Carlos III se llevará a cabo una rebaja oficial en la ley de los metales preciosos, que ya había ocurrido parcialmente en tiempos de Felipe V, en un intento de evitar la extracción de las piezas de oro y plata peninsulares. El retrato del monarca llegará ahora también a las piezas de cobre, con un cambio de tipología que se mantendrá hasta Isabel II. En estos años el sistema ya establecía las valoraciones en reales de vellón como moneda de cuenta (1 real de plata = 2,5 reales de vellón = 85 maravedís), aun cuando no se haría constar en las monedas hasta la subida al trono de José Bonaparte. Comenzaron las emisiones de papel moneda, con una serie de vales reales de 600 pesos de curso forzoso, que debían servir de apoyo al levantamiento de las colonias norteamericanas contra Inglaterra. Dos años más tarde (1782) se crearía el Banco de San Carlos, que ya emitiría papel moneda de manera regular, si bien con una escasa aceptación ante la desconfianza de los usuarios en este nuevo sistema de pagos, implantado en otros países europeos a finales del siglo anterior.