De la pax romana al turbulento siglo III d.c.


La llegada al poder de Augusto, tras la victoria de Actium, marca la definitiva imposición del sistema político que concentraba el poder en manos de un único gobernante. Los nuevos tiempos llevaron consigo el establecimiento de una serie de reformas que alcanzaron a la moneda, tanto en la materia como en la forma. El oro y la plata mantendrán inicialmente su peso y pureza aunque ya desde Nerón comenzarán a sufrir variaciones, mientras en el bronce se establece una jerarquía a través de las nuevas aleaciones. Piezas como el sestercio pasarían a acuñarse en un nuevo metal, el oricalco (aleación de cobre y zinc), con una equivalencia de 4 ases. El aúreo, hasta entonces acuñado de manera esporádica, se convertirá en la unidad más elevada de ese sistema (400 ases). Denarios y quinarios en la plata y dupondios (también de oricalco), ases, semises y cuadrantes en el bronce, completaban el nuevo sistema que se mantendría prácticamente invariable hasta el siglo III d.C.

Los tímidos y no tan tímidos intentos surgidos a final de la República en el uso de la moneda como medio de propaganda se verán ahora ampliamente desarrollados en beneficio de la imagen, logros y virtudes del princeps y su dinastía. El sestercio de oricalco, la nueva moneda surgida tras la reforma, sería a este respecto un elemento fundamental para ello.

Los retratos, las inscripciones y títulos asociados, junto con las escenas y tipos elegidos (personificaciones, deidades, victorias militares, obras públicas, etc.) forman un único lenguaje que busca asentar la figura imperial en el marco de una sociedad que hasta entonces había rechazado cualquier amago de imposición monárquica. El repertorio de virtudes inicialmente concedido a Augusto en el clipeus virtutis (Virtus, Clementia, Pietas e Iustitia) no dejará de crecer y utilizarse profusamente a partir de los flavios y antoninos, recurriendo en muchos casos a oportunismos derivados de la situación política, social o militar que atravesaba el Imperio.

A mediados del siglo I a.C., tras el cese de las acuñaciones ibéricas (72 a.C.) y de la propia ceca de Roma, en el bronce (82 a.C.), muchos de los municipios y colonias hispanolatinas dispondrán en este momento de sus propios talleres monetarios, que representan, con mucho, el mayor porcentaje de moneda circulante. Las leyendas latinas y la mención a los cargos responsables de la emisión (duoviros, aediles, etc.) constituyen, junto con su tipología netamente provincial, una fuente histórica del mayor interés para el estudio de la sociedad y la economía de la Hispania altoimperial, como es el caso de la propia Carthago Nova. Así, desde mediados del siglo I a.C., ésta inicia un amplio y variado repertorio de emisiones locales, dominadas por los pequeños valores, destinados a cubrir los gastos e intercambios cotidianos. La epigrafía monetal nos permite constatar la presencia de familias vinculadas al comercio y a la minería, reflejadas en las magistraturas responsables de estas emisiones, junto a otros personajes influyentes del momento (Agripa, Tiberio, Druso, Ptolomeo, etc.).

Junto a esa tradicional prosperidad económica y comercial vinculada a la actividad portuaria y minera, el notable proceso de monumentalización y renovación urbana que hoy conocemos con mayor detalle por los últimos hallazgos arqueológicos, estimuló la masa monetaria en circulación. Transacciones comerciales, pagos de bienes y servicios, así como de los impuestos y cánones que gravaban muchas de estas operaciones, debieron implantar definitivamente el uso de la moneda a gran escala en la ciudad y su entorno. El taller de Carthago Nova pondría fin a sus emisiones en tiempos de Calígula, tras haber acuñado más de un millón y medio de sestercios, según las estimaciones planteadas por Llorens.

Las emisiones ciudadanas de la nueva colonia se difundieron ampliamente dentro y fuera de nuestra región; prueba de ello es un curioso depósito monetal localizado bajo un paramento de época romana en un solar de Águilas. La aparente selección de las piezas, nueve ases cuyos reversos aluden al pontificado, probablemente tuviera un significado ritual en el contexto de su hallazgo.

Conocemos la noticia del descubrimiento de otro tesoro del siglo I d.C., en este caso de 12 aurei de época flavia, en La Torreta (Lorca). Ante la falta de contexto conocido y la ausencia de otras razones aparentes para su ocultación, hay que pensar que se trataba de una suma dispuesta para el pago de algún servicio o mercancía de cierta magnitud.

Tras el cierre de las cecas provinciales, la ceca de Roma volvería a centralizar la producción de moneda, que reflejaría, desde finales del siglo II d.C., los problemas políticos y económicos sufridos por el Imperio. El fuerte proceso inflacionista de finales del siglo II-comienzos del siglo III d.C. acabó con las denominaciones más pequeñas y motivó la creación de una nueva moneda de cobre forrada de plata llamada a cumplir la función de un doble denario. Se le conoce como antoniniano en alusión a Marcus Aurelius Antoninus (Caracalla), responsable de su introducción, y se distinguía del denario por la corona de rayos del retrato masculino y el creciente situado bajo el retrato femenino. Si bien este recurso no era desconocido en el mundo antiguo, se consagraba así la práctica de separar oficialmente el valor intrínseco de la moneda de su valor extrínseco o fiduciario, marcado por el estado al margen de su contenido en metal. De hecho, el peso de la nueva moneda equivalía tan solo a 1,5 denarios y su contenido en plata no superaba el 40% en el mejor de los casos. Como reacción a estas prácticas, existirá una valoración real de mercado que llevará al atesoramiento de las antiguas monedas, mucho más valoradas respecto de lo marcado por el cambio oficial.

A mediados del siglo III d.C., el contenido argénteo de los antoninianos apenas llegaba al 2%, convertidos de hecho en monedas de cobre, cada vez de peor calidad y menor cuidado, lo que propiciaría a la larga un auge de las imitaciones tras la muerte de Claudio II (270 d.C.). El denario desapareció como moneda metálica con Trajano Decio y, en el bronce, el proceso inflacionista llevaría también a la desaparición de las monedas de menor valor, quedando el sestercio como única especie en circulación. Esta circunstancia explica la proliferación de hallazgos de conjuntos compuestos en su práctica totalidad por ases y sestercios de los siglos I-III d.C. La pérdida de calidad de la moneda en circulación, junto al proceso inflacionista del momento, motivó la inclusión de ejemplares a veces muy desgastados, emitidos hasta dos siglos antes de su fecha de ocultación. Es el caso del tesoro de Los Torrejones (Yecla), los de Cartagena (Augusteum y Molinete) y Aljibe Poveda (Lorca). Un ejemplo significativo de la práctica del atesoramiento de estas piezas lo proporciona el hallazgo de una hucha en Lorca, que aún contenía dos monedas en su interior.

Tras un intento de Aureliano de restablecer la confianza en la moneda de plata, la reforma de Diocleciano crearía un sistema monetario reorganizado, buscando restablecer la relación entre los tres metales: oro, plata y cobre. Nuevas monedas de plata (argenteus) y cobre (nummus) fueron introducidas, pero la imparable alza de precios provocó una vez más sucesivas devaluaciones y reducciones de su tamaño y peso, que el Edictum de Praetiis (301 d.C.) no consiguió frenar. Otra novedad de esta última etapa fue la descentralización de los talleres monetarios, ubicados en distintos puntos del Imperio, y su reflejo a partir de entonces en los reversos de las monedas.