Desde la invención de la moneda metálica la fusión o fundición y la acuñación han coexistido como sistemas de fabricación de la misma. Sería esta última, sin embargo, la que alcanzaría un mayor desarrollo, desde los procedimientos de acuñación manual hasta los sistemas más sofisticados de prensas manuales y mecánicas destinados a perfeccionar la producción y dificultar, así, los intentos de falsificación o alteración de las piezas.

La acuñación manual, "a martillo", consistía, como su nombre indica, en golpear un cospel o fragmento de metal previamente fundido en moldes, entre dos cuños o troqueles grabados en hueco. Uno de esos cuños (anverso) se fijaba a modo de yunque mientras el otro (reverso) se sujetaba manualmente a la hora de recibir el golpe, lo que solía ocasionar un mayor desgaste.

Este tipo de técnica, al depender de la habilidad del operario, provocaba en muchos casos diferentes errores o imprecisiones en la acuñación, tales como desplazamientos en los cuños, grietas, dobles acuñaciones al tener que repetir el golpe, monedas incusas (impresas en negativo) al haber quedado fijada la moneda en el cuño de reverso, etc.

La técnica de acuñación a martillo permaneció casi inalterable como único método de producción hasta que, entre los siglos XVI-XVII, se introdujeron diferentes ingenios mecánicos destinados a mejorar y acelerar la fabricación de monedas. Procedente de Alemania, Felipe II instaló en Segovia, junto al río Eresma, un molino movido por la fuerza hidraúlica, conocido como "Ingenio de la Moneda", donde se fabricaron algunas de las piezas de mayor calidad en la historia de la moneda hispánica. La tracción hidraúlica o, en otros casos, la animal, accionaba unos cilindros laminares, grabados con los diseños elegidos para la acuñación, que quedaban impresos por presión en las planchas o láminas de metal que pasaban entre dichos cilindros. Posteriormente se recortaban las láminas hasta obtener monedas de una excepcional calidad. Innovaciones posteriores como las prensas de volante y, finalmente, las de vapor, acabaron por industrializar la acuñación de moneda de acuerdo a la demanda cada vez más creciente de la misma.

La técnica de acuñación a martillo, no obstante, coexistió con algunos de estos adelantos entre los siglos XVI al XVIII, sin que pudiera evitarse por ello la circulación de moneda falsa, a pesar de los controles e innovaciones que las cecas oficiales introducían progresivamente (impresión de cordoncillo en el canto de las piezas).

La calderilla, término despectivo con que hoy designamos a las piezas de escaso valor, proviene precisamente de un sistema ilegal de fabricación que utilizaba planchas de metal de calderos de cobre y bronce para recortar las piezas que luego eran acuñadas.