Guerra y conquista. La introducción de la moneda en el sureste


Dejando al margen las emisiones de las colonias griegas del NE peninsular, así como las primeras dracmas ibéricas de Arse (Sagunto) o púnicas de Gadir (Cádiz) o Ebusus (Ibiza), fue el conflicto púnico-romano el que sin duda contribuyó a difundir el uso del metal acuñado entre los habitantes de nuestra región. Ambos contendientes y sus ciudades aliadas pusieron en circulación abundante moneda destinada al pago de las tropas propias o auxiliares.

El bando cartaginés, bajo la influencia de las monarquías helenísticas, emitió entre el 237 y el 206 a.C., una serie de emisiones anepígrafas en plata y bronce, cuyos anversos, muy probablemente alusivos a divinidades locales, se han identificado en ocasiones como retratos de los jefes bárcidas responsables de la expansión de la colonia norteafricana. Los tipos de reverso, por su parte, remiten, aún sin expresarlo mediante leyendas, a su procedencia geográfica, a través de símbolos estrechamente vinculados a los mitos fundacionales (palmera y caballo), así como a las armas que sustentaron su hegemonía naval y terrestre (trirreme y elefante).

Fabricados tanto en talleres móviles, utilizados en función de las necesidades que imponía el conflicto bélico, como en las principales ciudades de su ámbito territorial, entre las que se contaba la Qart Hadast del Sureste, constituyen unos de los ejemplares de mayor belleza de la numismática hispana. Buena parte de estas emisiones están presentes en el tesoro de Mazarrón, hallado a finales del siglo XIX, depositado en el Museo Arqueológico Nacional.

Junto a las emisiones en plata, destinadas a los grandes pagos militares y administrativos, la moneda de bronce, acuñada incluso en divisores de pequeño tamaño como atestiguan el tesoro de La Escuera o los hallazgos esporádicos de la propia Cartagena, se interpreta como una de las primeras manifestaciones del uso del metal amonedado para los pequeños intercambios de tipo cotidiano. Un hecho que se extendería, progresivamente, a la población indígena del entorno, propiciando así el posterior desarrollo de la moneda ibérica e hispano-latina, ya en los siglos II-I a.C. bajo pleno dominio romano.