Un asunto bien distinto es el de las relaciones entre los moriscos (cristianos nuevamente convertidos) y los cristianos viejos. No solo las relaciones sociales, sino también las religiosas, las económicas, las culturales. Quizá sea en este aspecto en donde encontramos aun mucho por hacer. Porque el conocimiento de estas relaciones y de su evolución es lo que más nos va a permitir entender cómo y por qué se expulsó a los moriscos.

Bernard Vincent ha establecido cinco fases en el desarrollo de este proceso:

- 1500-1525, sería la fase de imposición de la conversión.

- 1525-1555, política de asimiliación y evangelización.

- 1555-1570, paso a una política dura, de Cruzada, ante la pertinacia morisca y su falta de voluntad de asimilarse.

- 1570-1582, se forja la imagen de la “nación morisca”, conspiradora, quintacolumnista, y aliada de turcos y franceses.

- 1582-1609, fase final, en donde los acontecimientos se precipitan desde el momento en que ya se habla de expulsión como única solución (Consejo de Estado, Lisboa, 19 de septiembre de 1582).

Según la fase y el lugar, así serán las relaciones. Y en muchos lugares (por supuesto, no en todos), esas relaciones eran buenas. Se puede afirmar que hay muchos testimonios de que los moriscos habían llegado a un estatus de convivencia pacífica, y asimilada, que permitía garantizar que ni eran un peligro, ni eran musulmanes (aunque su cristianismo todavía retenía algún que otro aspecto que requería vigilancia). La asimilación es más fácil en la cumbre de la pirámide local, en donde podemos ver a moriscos gobernando el concejo junto a los cristianos viejos. O en el clero, en el que se van integrando.

Pero la sospecha no desapareció nunca, y da la sensación de que había sectores especialmente interesados en que no desapareciera: burócratas, inquisidores, jueces, clero local... la convivencia con los moriscos, desde una perspectiva de control, alimentó la acusación de hipocresía, de disimulo. De falsa conversión y, por lo tanto, de actuar de forma encubierta contra el Rey, contra la Monarquía, y contra la fe. Sobre todo, contra la fe. Si eso es así, quiere decir que los moriscos eran conscientes de que su religión verdadera, el Islam, permite al fiel abrazar externamente los signos de otra religión si su vida corre peligro. Y siempre y cuando su corazón permanezca fiel a Allah, será considerado un verdadero musulmán. Es la doctrina de la taqiyya (precaución) o kitmán (disimulo). El conocimiento de esta doctrina implica que seguían teniendo instrucción, que seguían actuando de forma clandestina los alfaquíes. Es decir: se había mantenido, en lo esencial, la organización y la fidelidad al Islam, y su conversión era meramente superficial. Posiblemente en algunas comunidades, en especial allí donde se hubiera mantenido más compacta, se pudiera alimentar la identidad musulmana. En otras, sería imposible. E incluso hay más alternativas, como la de proponer una síntesis teológica entre cristianismo e islamismo que permitiera la convivencia de ambas, tal y como parece ser el asunto de los Libros Plúmbeos del Sacromonte (1595). Volvemos a lo mismo: no son todos uno.