Si pasamos al Reino de Murcia lo primero que habría que recordar es que hasta 1564 tiene una relación directa con una parte de la Corona de Aragón: la vega baja del Segura, Orihuela y su área. Desde 1304 se había separado de la Corona de Castilla (Sentencia de Elche-Torrellas), pero no lo había hecho desde el punto de vista religioso, y la zona permaneció en la Diócesis de Cartagena hasta la creación del nuevo obispado de Orihuela. Y es importante por dos razones: la primera, por la importante proporción de moriscos, como corresponde al Reino de Valencia, en general; la segunda, por las disposiciones que estableció en 1555 el obispo de Cartagena, D. Esteban de Almeyda, para la asimilación de los moriscos de aquella zona.

Los estudios de F. Chacón, J.B. Vilar, L. Lisón, J.F. Jiménez, M. Guerrero, J. González Castaño y otros, nos permiten asomarnos, aunque sea ligeramente, a este panorama morisco antes de la expulsión.

Los principales asentamientos son, por supuesto, la ciudad de Murcia y núcleos a su alrededor; y luego, y largo rosario de poblaciones tanto de señorío, como de realengo, como de territorios de órdenes. Ahí encontramos Abanilla, Pliego, Molina de Segura, Albudeite, Campos de Río, Mula, ... y el valle de Ricote: Blanca, Abarán, Asnete (Villanueva del Río Segura), Ulea, Ojós y Ricote. Casi sin excepción son núcleos de poblamiento mudéjar antiguo, aunque investigadores como Rodríguez Llopis han llamado la atención sobre la inmigración de moriscos granadinos o valencianos atraídos por los señores para trabajar en los campos. Caso aparte es Lorca, que cuenta con un núcleo morisco importante tras la guerra de las Alpujarras, razón por la que la expulsión de 1610 tendrá más incidencia que la de 1613. Podemos encontrar, en estas poblaciones, casos de asimilación casi por muerte natural de la raíz islámica, al estar la comunidad morisca en tal situación de minoría que apenas puede sobrevivir con sus signos de identidad. Situaciones de un cierto equilibrio y de confluencia poco conflictiva, en la que los moriscos se reclaman con orgullo como cristianos, a pesar de no renunciar a algunas de sus señas más peculiares.

Pero podemos encontrar también núcleos de persistencia islámica. Destacan en este aspecto Abanilla y Blanca. El uso del árabe, el mantenimiento de costumbres funerarias o religiosas, el vestido... todo apuntaba a una cristianización muy superficial. Pero no quiere decir eso que siempre fuera conflictiva. Por ejemplo, en este texto del concejo de Abanilla (1563) podemos comprobar lo que estamos exponiendo, cuando se pide a los inquisidores del Obispado de Cartagena que la pena de excomunión no se aplique:

 “a los que inadvertidamente se les soltare una o dos palabras en arabigo, no mirando en ello con que luego se corrigen, porque por razón de la antigua costumbre la propia lengua, muchas veces sin advertir en ello, pronuncian palabras que son fuera de la voluntad dicho que las dice y para que asimismo sean servidos de proveer que la absolución, hasta tres o cuatro veces la pueda hacer el cura, y para que los niños (...) de la edad que a los dichos señores pareciere no puedan denunciar, porque los niños voluntariamente pueden decir lo que no pasa...”.

Uno de los testimonios de esta progresiva integración, dejando al margen el nivel de asimilación que pudieran haber alcanzado, es el descenso de causas inquisitoriales a partir de 1560 bajo acusación de profesar la secta de Mahoma. El estudio de R. Carrasco nos habla de un tribunal de baja animosidad hacia los moriscos, en el que hay porcentualmente más casos de pena capital, pero también es el tribunal que más porcentaje de absoluciones presenta. No podemos olvidar que el Tribunal tenía competencias sobre una zona geográfica mucho mayor que el propio Reino de Murcia, incluyendo a los de Orihuela; y que sus datos incluyen tanto a los moriscos viejos, como a los granadinos.

En cuanto a la situación socioprofesional, no hay mucho que añadir a lo ya expresado: trabajo en el campo, pero también gran presencia de artesanos (seda, hierro, pieles...), de servidores (muchos en situación de esclavitud, algo que llama poderosamente la atención, dado que se trata de cristianos bautizados), de comerciantes, de arrieros. Llegar a amasar una fortuna considerable no es imposible para un morisco, pero ni mucho menos sería lo habitual. Y en más de un caso vemos a los moriscos integrados en las minorías locales, gobernando los concejos.

Por último, en cuanto a la demografía podemos remitirnos a un estudio reciente de J. Gil Herrera, que nos muestra la situación en el momento de la expulsión. Hay que advertir que las cifras absolutas varían de una fuente a otra. Lapeyre considera que a finales del siglo XVI había en el Reino de Murcia unos 13.000 moriscos viejos, y unos 6.000 granadinos. R. Carrasco considera que habría que subir esas cifras a 15.000 y 8.000 respectivamente. Lo que encontramos en Gil Herrera es una población mudéjar que asciende a unos 8.000 individuos. Pero lo interesante es que nos permite situar las principales comunidades moriscas. Murcia y su jurisdicción no destacan por sus cantidades, aunque hay algún núcleo de mayoría morisca, como La Raya. En el Reino, aparte del Valle de Ricote, destacarían las comunidades de Alcantarilla, Albudeite, Campos del Río, Mula, Abanilla, Alguazas, Pliego, Ceutí, Lorquí, Archena, Socobos, y Fortuna. Hellín, Molina de Segura, Cotillas o Cieza serían otras poblaciones con contingentes moriscos importantes, pero en situación de minoría con respecto a la población de cristianos viejos.

Sobre esta parte de la población de Murcia, de la historia de Murcia, se va a descargar un golpe definitivo en 1613. Muchos buscarán y encontrarán la manera de recuperarse y regresar. Otros no se recuperarán nunca.