Resulta complicado evaluar el legado de la población morisca en el Reino de Murcia, en general, y en el Valle de Ricote, en particular. ¿Dónde termina la herencia islámica y empieza la morisca, si es que tal cosa sucede? Muchos de los testimonios aducidos para presentar ese legado no son atribuibles a los moriscos, sino a los musulmanes, en general, y tienen unas raíces bien definidas en los siglos de dominación islámica. Nos encontramos, pues, ante un reto: identificar una herencia mudéjar/morisca con caracteres suficientemente definidos.

Un primer hecho interesante es que, a raíz del retorno de buena parte de expulsados, se podría realizar una investigación genealógica que señale con claridad apellidos y líneas familiares vinculadas a los moriscos, del Valle de Ricote, o de otras poblaciones. Es esta una cuestión pendiente, ya que frente a apellidos que puede identificarse con claridad como de origen morisco, otros son apellidos castellanos adoptados por los moriscos a la hora de abandonar su nombre árabe.

Un segundo aspecto es el artístico. Hay que recordar que a partir de la conversión general de 1501/1502, una veintena de poblaciones, más o menos, tienen que construir sus parroquias. Y lo harán con elementos propios del estilo mudéjar. Muchas de esas edificaciones se levantaron con gran esfuerzo por la pobreza de sus habitantes, sobre los que recayó el peso económico de la construcción, lo que dio como resultado edificios de poca calidad, que fueron remodelados o reedificados, ya con otras claves estéticas. Pero la arquitectura mudéjar, especialmente en elementos como el artesonado, techumbre de madera o alfarje. Esta techumbre, a su vez, puede presentarse bajo dos tipologías: la de arcos trasversales o diafragmas, y la de par y nudillos. El hecho de que el elemento más significativo de lo mudéjar en la arquitectura sea la techumbre nos remite a la pericia de los carpinteros y ebanistas moriscos.

Los ejemplos más sobresalientes de arquitectura mudéjar en el Reino de Murcia son los de Alguazas (San Onofre), Ulea (San Bartolomé), Algezares (Nuestra Señora del Loreto), Caravaca (La Concepción), Cehegín (La Concepción), Mazarrón (San Andrés), y Totana (Santiago, y Santa Eulalia).

Otro fenómeno destacado es el del habla. En el informe de Fray Juan de Pereda, como en otros muchos documentos, se hace notar que los moriscos tenían una particular manera de hablar el castellano, el “tonillo”, o “lengua quebrada”, que difícilmente podemos reproducir hoy. Se afirma que el lugar del Reino en el que más puede haber permanecido un resabio de aquel peculiar acento sería Albudeite. Escribe Ricardo Montes:

“A propósito del habla, en abril de 1614 el carmelita Marcos de Guadalajara y Javier recorrió parte de las tierras sobre las que más había incidido la orden de expulsión y, en su crónica menciona en forma despectiva:

“...los viejos que quedaron tras la expulsión hablan tan cerrada y barbaramente el castellano

que se conoce su procedencia”...

Por todo lo expuesto podemos concluir que a los veinte años aproximadamente de la partida hacia el destierro, la mayor parte de los albudeiteros estaban de vuelta, quizás por ello Jerónimo Medinilla, visitador de la Orden de Santiago, redactó en 1634 un informe en el que se sorprendía vivamente de que hubiese tanta población morisca. Es indudable que estamos ante la clave que explica el origen y causa del peculiar uso lingüístico que caracteriza y singulariza a Albudeite dentro de la Región de Murcia. Por otra parte es indudable que factores como la situación geográfica, el tamaño y la mala comunicación favorecen en poblaciones pequeñas y agrícolas, como Albudeite, la conservación del léxico heredado”.

Los investigadores de los dialectos y de la lexicología señalan que, además de la notable y evidente herencia árabe, se pueden señalar algunos vulgarismos que podrían haberse transmitido por los moriscos, en su castellano deformado (cualo, cuala, andé -por anduve-, lleguemos –por llegamos- sais –por seis...). También la permanencia de arabismos semánticos, como utilizar pararse para expresar la acción de ponerse de pie, o la permanencia de la propia palabra morisco como adjetivo peyorativo entre los cristianos, queriendo significar un caracter hosco, difícil.

José Emilio Iniesta expone que

“la lengua árabe de los moriscos murcianos se hallaría muy degradada, con fenómenos de hibridación castellano-arábiga en varios campos léxicos (...) Por sus características fonológicas, ciertos arabismos dialectales murcianos (como leja, ceje, jametería, aljorre, el topónimo Aljorra) indican que entraron en el habla regional en fecha tardía,  a finales del siglo XVI o comienzos del XVII, lo que corrobora la existencia de núcleos arabófonos hasta ese tiempo, o cuando menos, el vigor de unas hablas moriscas. Podría pensarse que el trasvase léxico se realizó desde el árabe que hablaban los moriscos granadinos, pero no es probable, pues a excepción de leja, aun hoy omnipresente en el vocabulario de todas las localidades murcianas, las otras voces pertenecen a un léxico dialectal propio de zonas rurales, huerta y campo, allí donde abundaban los moriscos autóctonos murcianos (mudéjares)”.

Aunque la discusión sigue abierta, parece claro que los moriscos fueron un filtro léxico y fonético que incidió en las distintas variantes del castellano, y que hoy, con una investigación precisa y actual, se podrían seguir las huellas de ese “legado morisco” en el habla.

Mucho más complicado es atribuir a los moriscos un papel esencial en la construcción de tradiciones relativas a la gastronomía, la indumentaria o los usos del agua. Los dulces (arrope, calabazate, alfajores...), las recetas “moriscas” (pollo morisco, platos basados en productos de la huerta, verduras, hortalizas, frutas...), el uso del zaragüel y de otras prendas, e incluso estructuras hidráulicas como el Azud de Ojós, pueden ser atribuídas a una herencia islámica, en conjunto, pero quizá sería atrevido atribuirlas a la población morisca de forma específica.

También se ha estudiado la influencia de lo morisco en la música, en concreto en el flamenco. Y volvemos a lo mismo, la dificultad de diferenciar el elemento arábigo del puramente morisco... Se ha estudiado el asunto para la música en Andalucía, llegando a la conclusión de que la permanencia de los moriscos fue el vehículo para la permanencia de tradiciones de música y danza, y para el desarrollo de ciertas aportaciones moriscas en lo que se refiere al léxico, a los temas y a alguna forma (la bulería, que podría ser la forma preferida de esta minoría, para cantar sus burlas... sobre todo a los aspectos impositivos del catolicismo y a las figuras que los encarnan, como los curas y los sacristanes. Hay quien afirma que el flamenco, precisamente, es el legado morisco más importante de todos (Antonio Manuel Rodríguez). También se ha estudiado en Aragón esta correa de transmisión y sus aportaciones. Menos tocado está este asunto en lo que se refiere a la región murciana, aunque siempre se coincide en el mestizaje, la mutua influencia de culturas, y la construcción de identidades hechas de historia, de tradiciones que, como dice Borges, están hechas de memoria y de olvido.

BIBLIOGRAFÍA:

-Tonos Digital. Revista de Dialectología murciana, nº 5,

-J.E. Iniesta González, “Incidencia de la lengua árabe en el dialecto murciano”, Cangilón, 32, p. 13-34, 2009.