No es fácil desentrañar el proceso completo de expulsión de los moriscos, en lo que se refiere a fechas, y plazos. El volumen de documentación generado es tan grande, que no siempre coinciden los estudios en las fechas de las decisiones. Nadie debe extrañarse de encontrar esas contradicciones si compara estudios diferentes, y debe retener como dato de fondo que en verdad costó mucho decidir; que las decisiones fueron objetadas o al menos puestas en suspenso en muchas ocasiones; y que hubo que movilizar muchos recursos para llevar a cabo la decisión drástica final.

Para el Reino de Murcia, y para el Valle de Ricote en particular, vamos a seguir las líneas maestras establecidas hace años por L. Lisón.

Ya sabemos que la orden definitiva se emitió el 8 de octubre de 1613, y que en ella se encomienda la tarea al Conde de Salazar para la expulsión, y para Filiberto de Saboya, para que preparara las galeras para el transporte. Una tercera orden se dirigió al Concejo de Murcia para que atendiera cualquier petición del Conde de Salazar.

Salazar sale de Madrid el 20 de noviembre de 1613, y el 29 llega a Hellín, desde donde pretende iniciar sus actuaciones. A cada localidad se envió un comisario (sargento mayor o capitán, que cobraba unos haberes de 1.000 maravedís diarios; o un alférez, que tenía como haberes la cantidad de 800 mrs). Lo normal es que el comisario dispusiera de la colaboración de un ayudante o un alguacil (que cobrarían 600 y 500 mrs diarios respectivamente). En las localidades en las que el titular era morisco, se enviaba además un escribano, con unos haberes de 600 mrs.

Una vez nombrados todos estos cargos, en cada localidad se otorgó un plazo de diez días para vender las propiedades y alistarse. Ello provocó dos cosas: la primera, que el Valle se llenó de compradores de ocasión, atraídos por las ventas de propiedades que en muchas ocasiones tuvieron que ser a bajo precio; la segunda, que los comisarios ocuparon el poder local, y procedieron a nombrar nuevos cargos allí donde hizo falta. Se produjo la sustitución de los integrantes de muchos concejos.

De las actas capitulares de los concejos del Valle, solo las de Abarán se han conservado para estas fechas. En ellas podemos leer, con un cierto desapego, la siguiente anotación:

“En la villa de Abarán en doce días del mes de diciembre de mil y seiscientos y trece años su merced del alférez Antonio González, comisario para la expulsión de los moriscos y natural de esta villa, por el señor Conde de Salazar, en virtud de la comisión que para ello tiene, que por ser notoria no va aquí inserta, y dijo que mañana viernes trece del presente ha de expulsar a los dichos naturales de esta villa conforme a la orden que para ello tiene del Señor Conde de Salazar, y para que en ella haya personas idóneas y beneméritas que administren justicia durante, por su Majestad no se mandara otra cosa en su real nombre nombró por Alcaldes Ordinarios de esta villa y demás oficios de ella en la forma siguiente:

(a continuación, los nombres de los elegidos)

Todos los cuales son cristianos viejos notorios y como tales y limpios de toda mala raza los nombró los dichos oficios y les mandó lo acepten y juren administrar bien y fielmente, y hecho, les dio poder en nombre de su Majestad, para el uso y ejercicio del dicho oficio con bastante derecho se requiere y lo firmó

El Alférez Antonio González, comisario”.

Según Luis Lisón, el recorrido podría ser el siguiente: día 13, salida de los respectivos puntos de origen en el Valle. El día 14 se localiza a los moriscos de Villanueva (Asnete) en Alguazas; el día 15 salen hacia Alcantarilla, desde donde salen hacia Cartagena, a donde llegan el día 19 de diciembre. Según F. Arnaldos, los moriscos de Blanca ya habían llegado a Cartagena entre los días 17 y 18 de diciembre.

En Cartagena los expulsados reciben la noticia de la gracia real, que les concede seguir vendiendo propiedades, e incluso nombrar apoderados para aquellas propiedades que se habían visto forzados a donar o a abandonar.

Filiberto de Saboya ya se encontraba en la ciudad portuaria al menos desde el 18 de diciembre. Y a él se van a unir el Tercio de Lombardía, y navíos de distintas nacionalidades que habían sido fletados para el transporte de los moriscos. La mayor parte de los moriscos embarcó a lo largo del mes de enero. Pero quedaron algunos rezagados, como los que habían objetado estar ausentes cuando se obligó al alistamiento, o aquellos que en Cieza todavía seguían alistándose en febrero de 1614.

El destino de la mayor parte de estos moriscos fue Génova, Liorna y Nápoles, algo que llama la atención dado que eran parte de la Monarquía Católica de Felipe III. Podían ser cristianos en Italia, pero no España. Una parte de ellos recaló en Mallorca, donde permanecieron durante unos siete meses. Otros, incluso, fueron abandonados por los distintos patrones de los barcos en las costas de Valencia, creando un problema:

“Señor:

De algunos días a esta parte han desembarcado en diferentes partes de este Reino más de cien moriscos de los del Val de Ricote, dicen que por los muchos que había de ellos en Mallorca los hizo embarcar allí el Virrey para Francia e Italia y que los patrones de los bajeles que los traían los echaron en estas costas, sin saber ellos de ellas, por ahorrar el resto del viaje, y conocerse que es cierta su relación, helos hecho recoger en una casa de esta ciudad para que no se derramen por el Reino, hasta que V. Md. Se sirva de mandar con toda brevedad ordenar lo que se ha de hacer de ellos, pues que van sustentándose a costa de V. Majestad, y harán muchos gastos con la dilación. Vienen desnudos y descalzos que es compasión verlos, siendo los más de ellos viejos y niños, y tan antiguos y buenos cristianos como Su Majestad ha entendido que lo son toda esta gente, y podría ser que al delante venga aquí más cantidad de ella, cosa que obliga a que Su Majestad se sirva de mandarme enviar sin dilación la orden que he de guardar con ella.

Guarde Dios la católica persona de Su Majestad como la cristiandad ha menester.

Del Real de Valencia, a 29 de abril de 1614.

El Marqués de Caracena.”

El total de personas que se vio forzado a abandonar sus casas, sus propiedades, sus amistades, parte de sus familias, es muy difícil de establecer con precisión absoluta. Pero baste decir que las estadísticas ofrecidas por L. Lisón y J. Gil Herrera nos hablan de unas 9.000 personas. Nueve mil historias individuales, que son nueve mil tragedias.