Camino de la integración... o de la exclusión


Sobre el papel, cuando en septiembre de 1502 Isabel y Fernando decretan la expulsión de los mudéjares que no se bauticen, en los reinos de España solo quedan cristianos. La religión se ha consagrado como el gran vehículo de identidad para el proyecto de los Reyes Católicos y de sus sucesores.

Llega ahora el reto de facilitar la integración... dado que se considera de antemano que el bautizo es una medida para ser cristiano, y no una decisión que pone fin a un proceso interno de conversión. Primero el bautismo, luego la conversión. Y eso implicaba la erección de parroquias (desde 1501 hasta 1508), la dotación de las mismas con beneficios, la provisión de los curatos (que en algunos casos tardaron más de diez años)... La Diócesis de Cartagena se ve frente a la obligación de levantar, de inmediato, más de veinte parroquias. Y eso no es fácil, sobre todo teniendo en cuenta la estructura de funcionamiento de la Iglesia de la época. En muchos casos, el peso económico recayó sobre los propios conversos, quienes tuvieron que hacer frente a la construcción de las parroquias en un contexto de falta de medios.

Pero además, había que empezar a tratar a los antiguos mudéjares como cristianos. Como moriscos, o mejor como se les llamaba en la época: cristianos nuevos de moros, o cristianos nuevamente convertidos. Tratarlos como cristianos implicaba aplicarles el régimen fiscal de los cristianos viejos, y eso no siempre era bien aceptado por autoridades, como, por ejemplo, los comendadores de la Orden de Santiago.

Lentamente, los moriscos fueron asentando su posición, aunque sin terminar de desprenderse del todo de sus raíces. El vestido, las supersticiones, la música, las costumbres en matrimonios y entierros, el uso del árabe... permanecieron durante décadas.

La máxima autoridad de la iglesia diocesana, el obispo Esteban de Almeyda, ya trató en 1555 el asunto de los cristianos nuevamente convertidos, cuando elaboró unas ordenaciones para los moriscos de la parte aragonesa de la diócesis, la de Orihuela.

Pero la evolución de la comunidad de moriscos del Reino de Murcia se trastocó radicalmente a raíz de la Guerra de las Alpujarras (1568-1571). Las medidas adoptadas por Felipe II, conducentes a la dispersión de los moriscos granadinos, produjeron una alteración notable en el Reino. Se distingue, desde entonces, la existencia de un grupo de moriscos viejos (los descendientes de los convertidos en 1501, más otros venidos de distintas áreas de España, sobre todo Valencia), que se combinará con la presencia de estos nuevos moriscos, los granadinos. De nuevo, el obispo de Cartagena (en esta ocasión, D. Gonzalo Arias Gallego) vuelve a preocuparse en 1571 de la situación con unas ordenaciones de cara a la instrucción de estos nuevos habitantes de la diócesis. Pero ya se trate de los mudéjares murcianos, ya se trate de los moriscos granadinos, la estrategia es siempre la misma: tienen que abandonar cualquier resto de pertenencia al Islam, ya sea interno o externo.

A finales del siglo XVI ya se han oído voces entre los miembros del Consejo de Estado de la Monarquía favorables a la expulsión (reunión de Lisboa, 1582). La nueva geografía de los moriscos, la falta de soluciones, el incremento de la actividad de los corsarios berberiscos tras la batalla de Lepanto, conducen de forma prácticamente inevitable a un desenlace trágico.