El cementerio de Siyâsa se encuentra situado en el extremo sureste del yacimiento, sobre una colina, ocupando una situación intramuros. El estudio reciente de las tumbas encontradas ha revelado que existía con anterioridad a la construcción de la muralla, ya que algunos sepulcros están debajo del zócalo de la misma aunque, en definitiva, se considera un espacio dentro de la población.

   Los enterramientos estaban dispuestos según la tradición islámica, en dirección NE-SO, los cuerpos tendidos sobre el costado, de cúbito lateral derecho, con la cara vuelta hacia La Meca. Según esa tradición, previamente los difuntos habrían permanecido en su casa o en la de algún familiar, donde eran desnudados, lavados y envueltos en un sudario blando perfumado para, posteriormente, llevarlos acompañados de un cortejo de familiares y plañideras hasta el nicho.

   Las estructuras o fosas son de planta rectangular con cabecera ultrasemicircular y están construidas con yeso y mampuestos. La anchura oscila entre los 20 y 35 centímetros y los cadáveres se introducían sin caja. La longitud varía según se trate de niños o adultos, estando cerradas mediante lajas trabadas con pequeñas piedras cuyo número fluctuaba en función del tamaño. La parte emergente o túmulo era también rectangular, de 2 metros de longitud por 90 centímetros de anchura. La cubierta plana se encontraba enlucida con yeso, al igual que el resto de la tumba.

   Durante siglos, la zona del cementerio de Siyâsa ha sido una de las preferidas por los buscadores de tesoros, puesto que en culturas anteriores los ajuares funerarios eran ricos y suntuosos, pero lo que éstos ignoraban es que la tradición musulmana apenas contempla este elemento en su mundo fúnebre. Debido a esta circunstancia se trata de una de las zonas del yacimiento que más daños ha sufrido tras el abandono por los musulmanes.