El despoblado musulmán de Siyâsa se encuentra en el Monte del Castillo, al pie de La Atalaya, en un sector escarpado de las estribaciones de la Sierra del Oro. Dista unos 5 kilómetros del casco urbano de Cieza y está rodeado por alineaciones montañosas pertenecientes al Sistema Prebético. Las tierras que se extienden a sus pies son fértiles, salpicadas de huertas, casas de labor y cañaverales, en la margen izquierda del río Segura, fuente inagotable de recursos desde tiempo inmemorial. Las condiciones orográficas, geológicas y climáticas de este rincón privilegiado de la Región de Murcia han permitido una afortunada conservación del yacimiento de Siyâsa.

   Desde lo alto de la elevación donde se forjó la población se divisaba una espléndida panorámica de las rutas y caminos que unían el reino de Murcia con el interior peninsular, Levante y Andalucía, algunos ya creados por los romanos y utilizados por los pobladores andalusíes. Sin embargo, el paisaje que se oteaba desde la alcazaba de Siyâsa durante los siglos XI, XII y XIII, en que se desarrolló el asentamiento, debió ser bastante diferente al actual, ya que durante la Reconquista cristiana sufrió una notable deforestación al objeto de acondicionarlo para el pastoreo. Con anterioridad, bosques de pinos y abundantes matorrales cubrirían estas tierras y cabras montesas, conejos, jabalís y liebres camparían a sus anchas por riscos y llanuras.

   Lo que durante el siglo XI sería un sencillo asentamiento rural musulmán perteneciente al Valle de Ricote, hacia mediados del siglo XII y principios del XIII se convertiría en una población de gran importancia en el territorio que conforma la actual Región de Murcia, con un espectacular desarrollo urbanístico y cerca de 800 viviendas ocupando las laderas del cerro. Una alcazaba coronaba la elevación, ejerciendo de último bastión defensivo, mientras que un lienzo de murallas abrazaba a la población estable. A sus pies, todo un rosario de alquerías se extendía por la vega del Segura, próximo a los manantiales del Ojo-Pulguinas y los Zaraiches; habitadas por familias patrilineales dedicadas a la agricultura, pastoreo, caza y recogida de leña, que comerciaban con sus productos en el zoco de Siyâsa.

   El caserío, por su parte, sustentaba su economía en la agricultura, constituyendo un típico asentamiento rural andalusí volcado en obtener el máximo rendimiento de las tierras circundantes. Para ello, construyó todo un entramado hidráulico que aprovechaba las aguas del río, así como de las numerosas ramblas, fuentes y manantiales de la zona, aunque es preciso matizar que muchos de los canales de irrigación y acequias fueron realizados por los romanos y perfeccionados por los árabes.