La base de la economía en este y otros poblados ibéricos del entorno era la agricultura, actividad en la que adquiere especial protagonismo el cultivo de cereales como el trigo y la cebada, principal fuente de alimento. Los frutales también fueron recolectados en zona de bosque galería, a juzgar por las semillas encontradas en otros asentamientos íberos cercanos.

  Los contactos con griegos y fenicios fueron muy fecundos y también trajeron consigo avances de consideración en la economía y cambios fundamentales en el paisaje. Ellos introdujeron en la Península la vid y enseñaron a los indígenas a injertar el acebuche autóctono (el olivo silvestre) para obtener el olivo. Así fue como productos tan cotidianos para nosotros (y característicos de la dieta mediterránea) como el vino y el aceite quedarían incorporados definitivamente a la dieta alimenticia.

 La agricultura de regadío ya está testimoniada en este período y la fértil vega del Quípar se convirtió en este período en un cinturón verde en el entorno del poblado. El empleo del hierro en los útiles y aperos agrícolas (rejas de arado, hoces y azadas), sin duda representó un avance considerable en las faenas agrícolas. Otro tanto se puede decir de las herramientas empleadas por los artesanos.

  El segundo pilar de la economía fue la ganadería, en función de los restos óseos recuperados en los yacimientos, entre la cabaña ganadera abundan los toros, las ovejas, los bueyes y, sobre todo, los équidos, los animales más representados en los exvotos pétreos: asnos y caballos. Otras actividades económicas complementarias fueron la caza y la recolección de frutos silvestres: bellotas, nueces, almendras, dátiles, granadas, higos...