Los grandes pueblos prerromanos que habitaron el Sureste de la Península ibérica fueron los bastetanos, los contestanos y los mastienos, éstos últimos asentados en un extenso territorio que dominaba la ciudad de Mastia (identificada en las cercanías de Cartagena). Dada su situación fronteriza será difícil conocer a qué grupo perteneció la tribu de los begastrenses. Eran pueblos heterogéneos de origen indoeuropeo, pero a pesar de todo mantenían elementos comunes como la lengua, las creencias religiosas y la cultura material.

  No obstante, los conflictos intertribales estaban a la orden del día, sólo los santuarios estaban al margen de las rencillas y eran considerados áreas sagradas, que no podían ser profanadas. Esas circunstancias explican por sí solas el sistema defensivo, con que se dotaron la mayoría de las comunidades protohistóricas que habitaban los principales núcleos de población.

  Los íberos fueron grandes guerreros, tal como narran los relatos de los historiadores clásicos, pero como norma general y a juzgar por los yacimientos excavados hasta el momento, no destacaron por dominar la disciplina polioercética, esto es, el arte de diseñar y construir construcciones defensivas. En el ámbito de la cultura ibérica existen diferentes tipos de amurallamiento, en función de los recursos y materiales disponibles en el entorno y de la topografía del terreno y, quizás, de las circunstancias en que el poblado fue amurallado. En buena lógica no es lo mismo diseñar un sistema defensivo en un período concreto de peligro, donde ha de construirse a toda prisa un diseño planificado, donde puede sacarse el máximo partido a la topografía del terreno.

  Técnica constructiva

  La elevación de las murallas exige un profundo conocimiento de las peculiaridades topográficas del terreno. Si en su trazado se consigue aprovechar los desniveles naturales será posible un ahorro considerable de esfuerzos y materiales en la construcción de los lienzos, así como sacar el máximo partido de los accidentes naturales. De esta manera se magnifican los alzados de la construcción defensiva para los atacantes desde el exterior, facilitando la defensa del poblado. En el yacimiento de Begastri es posible que la muralla del poblado cerrara el recinto superior, donde más tarde se construyó la muralla del siglo III de nuestra era. Un indicio claro son los vestigios de actividades industriales documentados al Norte del cabezo, en un espacio que debería situarse fuera del área residencial, dado su carácter contaminante y el peligro de incendio.

  Las murallas levantadas por los pueblos íberos solían disponer de sistemas de refuerzo para sostener los lienzos lineales. En esas fortificaciones era frecuente la disposición de bastiones o torreones en los extremos y a tramos regulares y, sobre todo, en las zonas de acceso, las más débiles. Esos bastiones macizos pueden dibujar en planta una forma cuadrangular o rectangular, aunque también podían adoptar una forma semicircular. Desgraciadamente se desconoce cómo coronaban en la parte superior, probablemente dispusieron de un paso de ronda, pretiles y almenas. La técnica empleada en su construcción suele ser la mampostería, levantando paramentos de piedra, utilizándose sillares o grandes piedras (a veces de proporciones ciclópeas) calzadas con otras de menor tamaño. Todo ello podía estar cubierto por una gruesa capa de enlucido o enfoscado que protegía los paños.