Al igual que en otras necrópolis ibéricas del sureste peninsular, la del Cigarralejo se encuentra ubicada en las inmediaciones del poblado, pero diferenciados claramente ambos espacios, es decir, el dedicado al hábitat y el cementerial. Emeterio Cuadrado exhumó en el transcurso de sus trabajos de campo, efectuados entre 1948 y 1988, 547 tumbas de cremación con sus respectivos ajuares funerarios. Éstas constan de dos partes bien diferenciadas: la fosa con los restos quemados del cadáver y sus pertenencias, con el fin de que le sirviesen en el más allá y la cubierta que la protege al sellar todo el conjunto.

   Las fosas

   Respecto a las fosas existe una amplia gama de variantes, pero podemos decir que se trata de una oquedad practicada en el suelo de forma ovalada o cuadrangular. El tamaño medio de las mismas puede alcanzar el metro o metro y medio de longitud por 0,60 m. de anchura, la profundidad varía mucho en función del ajuar funerario y, especialmente, del tamaño de la urna cineraria depositada en ella y que contenía los restos cremados del difunto, esto es, si se empleó como urna una gran ánfora, el nicho o fosa es muy profunda -1 m. o más-, pero si la urna es pequeña o inexistente, la profundidad no alcanza ni los 30 cm.

   Normalmente presenta un reborde, formado al echar, junto al ajuar y las cenizas, carbones y brasas incandescentes que requemaron las paredes del nicho, endureciéndolas por el calor y dándole ese color rojizo tan característico. A otras se les aplicó directamente un revoco de barro blanquecino que deja el nicho perfectamente delimitado del resto del suelo. Una vez preparado se colocó cuidadosamente en su interior el ajuar funerario del difunto, a continuación se cubrió el resto de la oquedad con tierra y, en ocasiones, se ha podido documentar la existencia de una fina capa de barro de color amarillento que pretendía sellar la tumba.

   Las cubiertas

   Finalmente fue construida encima una estructura de piedra de forma cuadrangular y tamaño variable. A otras sepulturas más modestas únicamente se les colocó unas pocas piedras irregulares que delimitan el perímetro de la fosa y en el centro más tierra compactada. Como depósitos cinerarios no faltan los reaprovechamientos de espacios entre empedrados tumulares o, incluso, se han llegado a destruir total o parcialmente tumbas antiguas o parte de su encachado de piedra, con el fin de encajar en el hueco resultante tumbas más recientes y, generalmente, mucho más modestas que aquellas. Emeterio Cuadrado llegó a clasificar los depósitos cinerarios en veintitrés tipos distintos, que abarcan desde el modelo más simple de hoyo circular sin enlucir hasta la fosa rectangular enlucida, las ovales, o las dobles o independientes de las cuales una es para la urna y la otra para el ajuar.