A partir del s. VI a. C. empieza a recibirse en la Península Ibérica gran cantidad de cerámicas griegas, procedentes de distintos centros productores, ya sean de Grecia continental, como Corinto y Atenas, o de talleres ubicados en las islas y en la costa Jonia.

   Estas primeras vajillas suelen ser objetos de lujo, entre los que cabe destacar: finas copas, joyeros y grandes vasos de almacenamiento, especialmente ánforas (tanto  vinarias como contenedoras de aceite). Será hacia la segunda mitad de la centuria, cuando los productos atenienses se impondrán al resto de los centros helenos, así durante los s. V y IV a. C. los talleres áticos abastecerán, casi en exclusiva, a las poblaciones ibéricas desde Cataluña hasta la Alta Andalucía de vajillas finas de mesa.

   Áreas de distribución

   Estas cerámicas eran distribuidas, de manera general, por medio de un comercio de cabotaje desde las colonias focenses de Emporion (Ampurias) y  Rodhe (Rosas), a lo largo de la costa mediterránea, mediante puntos de intercambio con los indígenas. Una vez en nuestras costas, las mercancías se transportaban hacia las poblaciones del interior a través de caravanas de buhoneros que aprovechaban las vías naturales de penetración, es decir, los pasos entre montañas y los cursos de los grandes ríos: Segura, Vinalopó y Turia, así como las riberas de las ramblas estacionales.

   El gusto por las cerámicas de importación ática llegó a ser tan grande en las sociedades ibéricas que durante la primera mitad del s. IV a. C., coincidiendo con el último apogeo de los talleres productores, la práctica totalidad de los poblados, ya sean pequeños o de cierta importancia, tienen cerámicas áticas en la composición de sus ajuares. Finalmente, una buena parte de ellas eran depositados en las tumbas como parte del ajuar funerario.

   Técnicas

   Los modelos de los vasos recibidos están fabricados con dos técnicas: figuras rojas, que consiste en pintar todo el vaso con barniz negro, dejando en reserva (sin barnizar) la escena figurada que queda en rojo, por el color de la arcilla, retocándose posteriormente los detalles ¿rasgos de la cara y cabellos, pliegues del manto, etc.- también con barniz negro, utilizando para ello pinceles muy finos.

   La otra técnica se denomina de barniz negro, puesto que a toda la superficie de los recipientes se le aplica a pincel barniz de este color. Suelen presentar decoraciones estampilladas con cenefas de palmetas enlazadas entre sí con tallos, ovas y ruedecilla, aplicadas con un cuño o matriz cuando el barro está aún blando.

   En figuras rojas podemos distinguir tipológicamente varios modelos de cráteras, especialmente de campana y, en menor medida, de columnas o de cáliz, decoradas por pintores como El Tirso Negro o Retorted Painter; copas para beber, predominando las kylikes  o los skyphoi.

   Por lo que respecta a la vajilla de barniz negro, ésta supone casi el 75 % de los vasos áticos recibidos y, en su mayoría, se trata de copas para el symposium, como acabamos de ver con las figuras rojas, pero en esta ocasión la variedad tipológica es mucho más rica, ya que a las kylikes y los skyphos podemos añadir los kantharoi  y los bolsales, con sus respectivas variantes. A la vajilla de mesa hay que sumarle una ingente variedad de fuentes, platos y cuencos o escudillas para la comida y las pateras, los pequeños vasos para perfumes, joyeros o lekanides y, en menor medida, las lucernas.

   El comercio de este enorme elenco de cerámicas cesa casi de manera total hacia finales del s. IV a. C. y pocas décadas después empiezan a recibirse las primeras cerámicas Campanienses, fabricadas en el Mediterráneo central y occidental como sustitutas de las vajillas griegas, ya que el gusto por esta clase de recipientes no se vio mermado en las sociedades ibéricas del sureste peninsular.