La peste en la Marsella del s. XVIII
La peste en la Marsella del s. XVIII

Por desgracia han llegado nuevas de Lorca y Cartagena y de las villas de Alhama y Librilla, y en todas hay declarada pestilencia. Esto ha provocado gran alarma, porque la peste se contagia a todos, hombres, mujeres y niños, grandes y chicos, ricos y pobres.

Este mal se manifiesta con unos bultos, que llaman bubones, en las ingles, los sobacos y en el cuello. Los enfermos tienen mucha calentura y deliran, no pueden respirar bien y mueren a los pocos días. Muy pocos logran vencer a la enfermedad.

Atento a las nuevas, el concejo de Murcia ha dispuesto que se cierren todas las puertas de la ciudad y que no se permita el paso a las personas que vengan de las poblaciones contagiadas. Pero cuando han dado el pregón el mal ya está dentro, aunque ninguno osa confesarlo. El miedo se ha difundido tan presto entre los vecinos que muchos de ellos han decido salir de la ciudad para encontrar refugio en la huerta o en otras tierras. Los más ricos pueden retirarse a sus haciendas del campo para evitar la pestilencia.

La gente de la corte que está en la ciudad se apresura a preparar la salida, puesto que la campaña militar de este año ha terminado. La reyna ha ordenado partir lo más presto que ser pueda y ha enviado carta a don Fernando para que se junte con ella en el camino entre Jumilla y Yecla, sin pasar por esta ciudad de Murcia. Aunque nadie lo nombra, el miedo a la peste acelera la partida.

Y yo, Juan de Flores, cronista de Sus Altezas, me he despedido ya del escribano Palazol y de sus hijos, que me han dado hospedaje en esta hermosa ciudad. Saldremos de improviso, cuando lo ordene la reyna, y les he prometido una última crónica desde Yecla.


Cronista de la Corte