Para analizar las inscripciones cartageneras deberíamos de realizar su edición y estudio. Por edición nos referimos a la primera etapa en el análisis, destinada a identificar el soporte sobre el que se plasma el texto y llevar a cabo la correcta lectura de este último, tanto en su lengua originaria (transcripción), como en la nuestra (traducción). Igualmente, en esta etapa de análisis es necesario incluir otros aspectos, como el lugar y fecha de hallazgo, el lugar actual de conservación, etc.

   A) La identificación del soporte

   En las inscripciones se utilizan distintos soportes dependiendo de la función que tengan (religiosa, funeraria, etc.), los recursos del dedicante, etc. En Cartagena están realizadas en calizas grises de distinto tipo (micritas y esparitas) y en una segunda etapa también en mármol (especialmente del Cabezo Gordo). Sus formas principales son placas, pedestales, bloques, aras, columnas, dinteles o estelas. El soporte más difundido en la Cartagena romana fue sobre todo la placa, destinada especialmente a la clausura de los nichos de los columbarios, donde se depositaban las urnas con las cenizas del difunto.

   B) El análisis del campo epigráfico

   Por campo epigráfico nos referimos al espacio donde se coloca el texto. Hemos de diferenciar si éste se dispone libremente o, por el contrario, encuadrado en listeles y molduras varias, cuya formulación más ambiciosa suele ser la tabula ansata, es decir, la delimitación rectangular con laterales en forma de trapecio. Por otra parte, también hay que tener en cuenta la paginación del texto que compone la inscripción, que puede ser centrada o, por el contrario, alineada en uno de sus lados, ya sea izquierdo o derecho.

   C) La transcripción del texto

   La transcripción del texto implica su lectura en la lengua que fue redactado, añadiendo aquello que se omite, bien sea intencionalmente por el empleo de siglas y abreviaturas que ahora hemos de resolver, bien sea por la conservación fragmentaria del epígrafe, que ha supuesto la pérdida de parte de su campo epigráfico. Para la restitución de los elementos del texto que faltan empleamos una serie de signos. Los más comunes son los siguientes: ( ) abreviatura resuelta; (..) abreviatura no resuelta; [ ] letras perdidas que se restituyen; [..] letras perdidas desconocidas.

   D) La traducción del texto

   Completados estos pasos, hemos de proceder al estudio del epígrafe. En éste es necesario identificar los individuos citados en la inscripción, la función de ésta o el momento en el que se realiza. Igualmente no debemos olvidar el análisis paleográfico, anotando el tipo de letra, sus interpunciones, etc.

   Respecto a la identificación de los personajes, en una inscripción encontramos distintos individuos, no siempre en número fijo. Obviamente, siempre está presente el personaje al que se dedica la inscripción (destinatario), y también suele estarlo aquel que se la dedica (dedicante o comitente). En ocasiones se alude igualmente al personaje bajo cuyo mandato se realiza la inscripción, recurso habitual en latín para indicar la fecha de redacción del escrito. 

   Estos individuos, si son de condición libre, cuentan con tres nombres, tria nomina. El praenomen sería su nombre de pila, destinado a distinguir a los miembros de una misma familia; el nomen indica la pertenencia a una determinada familia (gens), denominándose también gentilicio; en tanto que el cognomen sirve para distinguir a los individuos de una misma familia cuando comparten el mismo praenomen, cumpliendo así la función de apodo. Normalmente, el praenomen de las mujeres no se incluye en las inscripciones, sobre todo desde época imperial. De la misma forma, el de los niños no se utiliza hasta los 17 años.

   Respecto a la onomástica cartagenera debemos destacar la presencia de nombres de escasa implantación a nivel hispano y de fuertes resonancias itálicas, muestra de la sólida inmigración campana en el sureste. En Carthago Nova y su territorio escasean los nombres de algunas de las familias más populares, como los Iulii, Cornelii o Valerii, que en el resto de la Península van asociados a la progresiva extensión del derecho de latinidad. Por el contrario, aquí encontramos una gran concentración de los Atelli, Turulli, Laetilii, Aquini, Numisii o Uergili.

   Al igual que en gran parte de Hispania, algunos de los praenomina más comunes de los ciudadanos romanos de Cartagena son M(arcus), C(aius), T (itus), CN(aeus), L(ucius) o P(ublius). Cabe destacar la documentación en la ciudad de nombres semitas, sea el caso de Marta. Junto a estos datos, en una inscripción se consignan otros datos, como la filiación, condición social, tribu o cursus honorum.

   La filiación servía para atestiguar que el personaje nombrado era ingenuo, es decir, fruto del matrimonio legítimo del padre. Se coloca detrás del nomen, pudiéndose citar tanto al padre como al abuelo, ambos con la sigla de su praenomen seguidos de las siglas F(ilius) o N(epos), indicativos del parentesco (hijo o nieto). La condición social permitía diferenciar entre el ciudadano libre, el esclavo (servus), y aquel que había recibido la libertad (liberto). Tanto el esclavo como el liberto debían citar el nombre de su propietario o patrono. Por otro lado, la tribu aludía inicialmente a una de las treinta y cinco circunscripciones del territorio romano si bien, al ser hereditaria, dejó de guardar relación con la procedencia del individuo, para ser únicamente indicativa de su condición de ciudadano. En el caso de Carthago Nova se han podido documentar las tribus AEM(ILIA), ANI(ENSIS), COL(LINA), COR(NELIA), FAB(IA), GAL(ERIA), MAE(CIA), MEN(ENIA), QUIR(INA), SCAP(TIA) y SER(GIA).

   Del mismo modo, en el epígrafe se podía consignar la origo, esto es, el lugar de procedencia del individuo citado. Identificados los personajes, es necesario determinar la función del epígrafe, es decir, si ésta es de tipo funerario, religioso votivo o conmemorativo. Un aspecto fundamental es igualmente la datación del epígrafe, es decir, el momento en el que fue ejecutado. A este respecto, si bien en algunos casos se menciona algún personaje público y la magistratura que ocupa, lo más corriente es que para establecer la cronología debamos atender a criterios externos o internos.

   Los criterios externos para la datación son de dos tipos, arqueológicos y paleográficos. Por criterio arqueológico entendemos el análisis de la pieza como resto material, atendiendo tanto al contexto en que fue hallada, donde otros elementos como cerámicas, monedas, etc., arrojan una fecha determinada; como al mismo soporte en sí, ya que existe una evolución en el empleo de los materiales, formas o estilos.

   El criterio paleográfico atiende sólo al texto escrito, en especial su morfología, ejecución de las letras, interpunciones, etc., cuyos rasgos permiten discernir una fecha. Así, la capital arcaica es anterior a la cuadrada, o las interpunciones con forma de hoja de hiedra sólo características a partir de la segunda mitad del siglo I d.C.

   Dentro de los criterios internos, en cambio, consideramos tanto la ortografía como el mismo contenido del texto. Así, la primera se fija en la presencia de arcaísmos como el diptongo ei en vez de i, o el uso de o por u, que van desapareciendo a partir de Augusto. Del mismo modo, en lo relativo al contenido del texto, la presencia de determinadas fórmulas o nombres son indicativos de fechas concretas.