Obligados a retirarse

    La primera noticia que tenemos de la familia Barca, -vocablo de origen semita que significa esplendoroso, brillante, relampagueante-, es la comisión a Amílcar Barca, por parte de las autoridades de Cartago, para un mando militar en Sicilia en el curso de la 1ª Guerra Púnica, en el año 247. Durante los cinco años siguientes combatió con gran éxito, convirtiéndose en el comandante en jefe de las fuerzas cartaginesas en Sicilia.

    Su fortuna duró hasta el año 242. Los romanos, decididos a un último esfuerzo, fletaron una gran escuadra, con la que derrotaron decisivamente a la armada cartaginesa junto a las islas Egates. Sin flota, Cartago no podía continuar sosteniendo a las tropas de Amílcar, y el senado cartaginés, cansado de la guerra, resolvió pedir la paz. Amílcar, al mando de un ejército invicto, tuvo que negociar la retirada de sus tropas de Sicilia ante el general romano, Cayo Lutacio. Sin embargo, no pudo dirigir esa retirada, sino que tuvo que ceder el mando a Giscón, sin duda uno de sus comandantes. Las fuentes dejan traslucir aquí un enfrentamiento entre Amílcar y el gobierno cartaginés.

    Amílcar tuvo que sentirse, con gran seguridad, dolido con la decisión de no continuar la guerra, cuando todavía se mantenía un potente ejército en Sicilia. Para él, la guerra significaba la posibilidad de obtener fama y riqueza. Su mando en Sicilia era casi personal, y sus tropas, compuestas prácticamente en su totalidad por soldados mercenarios de diversos orígenes, ligados a más a la figura de un líder victorioso que a un gobierno lejano, perdían con la paz oportunidades de enriquecimiento.

    Esa decepción hizo que dirigieran sus exigencias hacia el gobierno de Cartago que, agotado financieramente tras la larga guerra con Roma, trató, inútil y torpemente, de eludir la mayor parte de las exigencias de los mercenarios, que terminaron por sublevarse. Inmediatamente el territorio cartaginés fue ocupado y asolado por los furiosos soldados, que recibieron el apoyo de las tribus númidas. Ante el peligro, Cartago llamó a Amílcar, que trató de alcanzar, con cierto éxito, un acuerdo con sus antiguos soldados. Pero la facción más radical de los sublevados se negó a aceptar la vuelta a la obediencia, y la guerra se hizo extremadamente violenta. Tras tres años de combates sin cuartel, la superior capacidad económica y financiera de Cartago consiguió imponerse, y los últimos restos del ejército sublevado fueron masacrados en 238.

    Enfrentado al gobierno

    Durante todo el conflicto Amílcar se vio enfrentado políticamente con parte del gobierno de Cartago, temeroso de que tratara de hacerse con el control del Estado. Le había relevado del mando del ejército de Sicilia en 241, y luego, tras llamarlo apresuradamente ante la amenaza de los mercenarios sublevados, nombrando un general rival para compartir el mando supremo de las operaciones en 239. Parece incluso que fue acusado ante la asamblea de Cartago de ser el instigador de la sublevación de los mercenarios en 241 al alimentar las expectativas de botín de sus tropas durante la guerra en Sicilia.

    '' Amílcar, de sobrenombre Barca, cuando precisamente en Sicilia mandaba las tropas cartaginesas, prometió dar abundantes recompensas a sus mercenarios... Por consiguiente, cuando sus enemigos lo hicieron comparecer a juicio, por considerarlo, por esos motivos, el responsable de tantas calamidades para su patria, Amílcar, tras asegurarse el favor de los hombres de estado, -de entre los que era el más popular Asdrúbal, que estaba casado con una hija del propio Amílcar-, eludió el juicio...'' (Apiano, Iberia, 4)