Ilustración de un guerrero ibérico
Ilustración de un guerrero ibérico

Tras el fracaso en la primera guerra púnica, el futuro de Amílcar en Cartago era oscuro. En ese momento, casi inmediatamente después del fin de la guerra, Amílcar tomó la decisión de salir de Cartago y dirigirse a España. Esto no debe extrañarnos. Amílcar Barca actuaba, cada vez con mayor claridad, de acuerdo a los modelos de los grandes líderes militares helenísticos, que utilizaban su fuerza militar para crearse reinos personales en el Mediterráneo oriental, siguiendo el ejemplo de Alejandro Magno. Amílcar, por añadidura, veía frenadas sus ambiciones por la oposición de las instituciones estatales cartaginesas, dominadas por una aristocracia muy consciente de su poder y nada dispuesta a dejarse dominar por un aventurero militar.

Fuente: Polibio

Polibio asegura en su obra que Amilcar fue enviado a España por orden del senado cartaginés, para conquistar una colonia que permitiera a Cartago recuperarse de la derrota ante Roma y preparar una guerra de desquite. Pero hay que tener en cuenta las ideas con las que escribió su obra. Polibio no era un simple escritor. Nacido en Megalópolis, ciudad griega del Peloponeso, hacia 205, sus orígenes familiares lo destinaban a formar parte de la élite política de la Federación Aquea, una liga de ciudades griegas que durante el siglo II antes de Cristo estuvo a punto de convertirse en el núcleo de un estado nacional griego. Era hijo de Licortas, uno de los lugartenientes de Filopemén de Megalópolis en la dirección del partido ''nacional'' aqueo, un grupo político de origen aristocrático defensor de la autonomía de Grecia frente al imperialismo romano. Licortas se hizo cargo de la dirección del ''partido'' a la muerte de Filopemén en 183. En 170 Polibio alcanzó el puesto de hiparco -general de caballería-, el paso previo al más alto cargo, el de estratego federal. Pero en 168, tras derrotar a Perseo de Macedonia, los romanos iniciaron una purga entre las élites griegas. En la federación aquea mil dirigentes políticos de todas las ciudades fueron acusados de conspirar contra Roma y enviados a Italia, fueron retenidos a la espera de un juicio que nunca se celebró. Polibio, como líder destacado del partido ''nacional'', también fue retenido en Italia. Pero al contrario del resto de detenidos, a Polibio se le permitió permanecer en condiciones de semi-libertad en Roma por causas que más adelante veremos. Durante los 15 años en los que Polibio permaneció en Italia fue desarrollando una creciente admiración por las estructuras político-sociales de Roma y las costumbres de la aristocracia romana, hasta convertirse en un defensor de la supremacía de Roma como forma de asegurar la paz y la estabilidad del mundo mediterráneo. Al escribir su Historia, por tanto, se muestra totalmente a favor de Roma y contrario a la actuación de Cartago. Así, al presentar a Amílcar Barca como parte de un tenebroso plan cartaginés para desquitarse de su derrota en la 1ªGuerra Púnica, Polibio prepara el terreno para responsabilizar a Cartago del estallido de la 2ªy la 3ªGuerras Púnicas y de su propia destrucción en 146, idea que fue aceptada entusiásticamente por los historiadores romanos posteriores. Pero los historiadores de la tradición historiográfica griega, como Diodoro, Apiano o Dión Casio, dejan entrever la existencia de otra corriente de opinión, no recogida en la literatura latina, que presentaba a Amílcar y sus sucesores como independientes del gobierno cartaginés y a Roma como un estado agresivo dispuesto a utilizar su fuerza para imponer su dominio en el Mediterráneo. Más adelante desarrollaremos esta imagen.

Sus seguidores

La base de la decisión de Amílcar Barca de dirigirse hacia la Península Ibérica fue el núcleo de mercenarios que se le había mantenido fiel. Soldados experimentados, muchos de ellos de origen hispano, habían combatido a sus órdenes desde hacía diez años, en las luchas contra las legiones romanas en Sicilia. El derrumbamiento de sus oportunidades de enriquecimiento por la derrota de Cartago los había llevado a la sublevación, pero habían sido atraídos después a la obediencia por el prestigio de su antiguo general, con el que establecieron un estrecho vínculo de fidelidad, y terminaron por combatir a sus órdenes contra sus antiguos camaradas de revuelta. El fin de la guerra en 238 los dejó sin una salida clara, destinados a la desmovilización y al regreso a sus tierras. Cuando Amílcar les anunció su intención de embarcar hacia España su respuesta tuvo que ser entusiasta, por cuanto se abrían nuevas posibilidades de enriquecimiento y fortuna. Amílcar llevó consigo a su familia. Sabemos de la presencia en España de su yerno, Asdrúbal, y de sus hijos, todavía niños. Esto demuestra con claridad su intención de establecerse en la Península de forma permanente

La posición del gobierno de Cartago...

En cuanto al gobierno y la oligarquía de Cartago, la decisión de Amílcar de dirigirse a España significó un alivio. No sólo se desembarazaban de un rival político ambicioso y popular, con gran influencia en la propia ciudad, sino que se libraban de los últimos grupos de mercenarios, que habían puesta en peligro su propia supervivencia en los años inmediatamente anteriores. Los dirigentes cartagineses sólo pensaban en consolidar la paz e iniciar un proceso de recuperación económica, basado en la colonización agrícola de las tierras del interior. La partida de Amílcar fue para ellos, por tanto, una suerte en ese sentido, por cuanto aseguraba su dominio sobre las instituciones cartaginesas.

La llegada de Amílcar a la península

Amílcar Barca y su pequeño ejército embarcaron hacia España, con gran probabilidad, en el verano de 237. La Península Ibérica hacia la que navegaban era, a mediados del siglo III antes de Cristo, una tierra de oportunidades casi ilimitadas. Sus costas eran familiares para los navegantes mediterráneos desde, al menos, el 2º Milenio antes de Cristo, así como su enorme opulencia en metales y recursos agrícolas. La riqueza en plata de la Península era proverbial en todo el Mediterráneo. Los comerciantes fenicios y griegos habían instalado a lo largo de sus costas, desde principios del 1er Milenio antes de Cristo, factorías y colonias, mercados a través de los cuales intercambiaban productos orientales por metales, sobre todo plata, cobre y plomo. Sin embargo, nunca tuvieron interés en extenderse hacia el interior, donde habitaban pueblos muy belicosos, contentándose con establecer con ellos relaciones comerciales. A partir del siglo V antes de Cristo griegos y fenicios habían llegado a un reparto de facto de sus intereses mercantiles. Los griegos controlaban la costa levantina, creando una red comercial centrada en la colonia griega de Marsella, aliada de Roma, cuyos intereses alcanzaban hasta las costas alicantinas. Los fenicios por su parte, dirigidos por Cartago, se aseguraron el control de la costa meridional, y sobre todo del estratégico estrecho de Gibraltar y sus rutas hacia el Atlántico.

El dominio de la Turdetania... 

Amílcar desembarcó en Cádiz, que era, en ese momento, la ciudad más importante de toda la Península. Fundada por comerciantes fenicios a finales del 2º Milenio, se convirtió pronto en el emporio comercial que controlaba la navegación del estrecho de Gibraltar y conectaba el Mediterráneo con los centros metalúrgicos de la costa atlántica, desde Huelva a Gran Bretaña. Su población, de origen fenicio, debió recibir bien a Amílcar, que ofrecía un poder militar con el que asegurar su posición frente a los pueblos indígenas. Pronto Amílcar inició la expansión hacia el interior, intentando crearse un dominio territorial de tipo colonial. El primer objetivo fue el territorio turdetano.

Los habitantes del bajo Guadalquivir, en las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, eran los herederos de los antiguos tartesios, recibieron una gran influencia cultural de las culturas mediterráneas. Eran, con seguridad, el pueblo más rico de la Península, debido a una agricultura rica y a sus recursos mineros, pero su época de poder había pasado ya en el siglo III. Desde el siglo V antes de Cristo la crisis del comercio mediterráneo y la presión de los pueblos pastoriles del norte había destruido su poder político-militar, lo que los había dejado en una situación de debilidad frente a ataques exteriores, blanco de las expediciones de saqueo de los pueblos del interior. Muy relacionados con los turdetanos estaban los pueblos de la costa meridional, desde Gibraltar a Cabo de Palos, a los que los contactos con los comerciantes fenicios y los aportes de inmigrantes orientales habían semitizado. Son los blasto-fenicios o mastienos, que con gran seguridad tenían en el siglo III antes de Cristo un sustrato cultural de origen fenicio, incluida la lengua.

Los turdetanos estaban, entonces, bajo el dominio de una serie de régulos celtíberos, que utilizaban sus comitivas militares para imponer su autoridad sobre villas más avanzadas culturalmente, pero débiles militarmente. Pero esas tropas, aunque numéricamente importantes, eran inútiles frente a la superioridad en táctica y experiencia de los mercenarios de Amílcar.

A esta colonia [Cádiz] la habían vencido los iberos y los turdetanos comandados por Istolatio, régulo de los celtas, y por su hermano. Destruyó [Asdrúbal] ''...todo el país, e hizo morir a sus dos principales jefes, y algunos otros de los más importantes.  Sólo sobrevivieron al combate tres mil hombres que agregó a su ejército. Algún tiempo después otro de los régulos llamado Indorrés había conseguido reunir cincuenta mil hombres... Atacado por Amilcar en plena noche Indorrés fue puesto en fuga, después de haber perdido la mayor parte de sus hombres... cayó vivo en manos de Amilcar, que le hizo arrancar los ojos, tras todo tipo de suplicios lo colgó en una cruz''. (Diodoro, 25.2)

Entre 237 y 235 antes de Cristo completó el control de la zona occidental del valle del Guadalquivir, lo que le permitió obtener un cuantioso botín. Durante esos años fue consolidando su posición entre los pueblos turdetanos. Pero mantuvo sus lazos con la metrópoli. Sabemos que envió parte de sus botines a Cartago, con los que sostuvo su influencia entre los grupos populares y comerciales de la ciudad. Cuando los númidas se sublevaron contra el dominio cartaginés, sabemos por Diodoro que Amílcar envió a Asdrúbal, presumiblemente con tropas, para dirigir, con gran éxito, la represión de la rebelión. Los bárquidas de España tuvieron, desde entonces, una importante influencia en Numidia, de la que obtuvieron recursos y tropas, lo que hace pensar que la intervención de Asdrúbal tuvo como consecuencia que Numidia pasó a formar parte de la creciente área de influencia bárquida.

... y la Oretania

Dominados los turdetanos Amílcar siguió progresando hacia en interior a lo largo del eje Urso (Osuna) ¿ Munda (Montilla) ¿ Orongis (Jaén). El objetivo de ese avance está bastante claro: el control de las ricas minas argentíferas del alto Guadalquivir. Allí estaban asentados los oretanos, posiblemente la entidad política más poderosa de la Península en tiempos de la llegada de Amílcar. Aunque no conocemos casi nada sobre ellos, parece que los numerosos pueblos de la zona formaban una confederación tribal, en la que se mezclaba una población de cultura ibera con una aristocracia celta o celtíbera. El control de la zona minera más rica y activa de la Península en el siglo III, las minas de plata de Cástulo, les permitía desarrollar un activo comercio con las colonias mercantiles fenicias y griegas de la costa. El resto de los pueblos iberos de Levante, basetanos, edetanos, contestanos, turboletas, parecen tener un papel político y económico menor.

Obviamente el enfrentamiento con la poderosa confederación oretana era inevitable. Amílcar se vio envuelto pronto en una dura lucha, en la que se veía obligado a ir tomando una por una, tras costosos asedios, las villas fortificadas de la zona. Quizás hacia 230 o poco antes estableció una base permanente para sus operaciones en una villa denominada por las fuentes Acra-Leuke o Castrum Album (Peña Blanca). La tradicional localización de este lugar en Alicante es, con total seguridad, equivocada. Todo hace indicar que debemos situarla en el alto Guadalquivir, al sur del río, quizás en las cercanías de Cazorla. Esta situación permitiría controlar la vía natural de comunicación entre el valle del Guadalquivir, a través de la Hoya de Baza y el valle del Almanzora, hasta la colonia fenicia de Baria (Villaricos), lo que daba a Amílcar un acceso cómodo a las rutas marítimas, a la vez que podía dominar parte del comercio entre las minas de Cástulo y el mar.

Acra-Leuke se convirtió rápidamente en el centro fundamental del control de los bárquidas en el interior. Desde allí Amílcar prosiguió el proceso de conquista del territorio oretano. En 229 inició el asedio de una importante villa, Heliké, de localización incierta. Podría tratarse de Elche de la Sierra, en Albacete, lo que nos indicaría que Amílcar intentaba controlar también la ruta que desde el alto Guadalquivir llevaba a Levante a través de la Sierra de Cazorla, Mineteda, Jumilla y Villena, pero es más probable que se trate de una villa fortificada de las muchas que abundan en la provincia de Jaén, en el alto Guadalquivir. Al avanzar el año Amílcar retiró la mayor parte de sus tropas hacia Acra-Leuke, pero manteniendo personalmente el asedio con el resto. Había conseguido el apoyo de un régulo oretano, Orisson, aprovechando los continuos conflictos que enfrentaban las villas iberas entre sí. De hecho, familiares de Orisson, incluidos hijos, permanecían como rehenes en Heliké. Pero en cierto momento Orisson llegó a un acuerdo con los asediados, y a cambio de la liberación de los rehenes atacó por sorpresa a la reducida fuerza de Amílcar.