Plano de Villamarzo. Representa Carthago Nova con el Estero y el Mar de Mandarache en el siglo I
Plano de Villamarzo. Representa Carthago Nova con el Estero y el Mar de Mandarache en el siglo I
No vamos a entrar aquí a analizar la campaña de Aníbal en Italia, ni la de los Escipiones, Publio y Cneo, en la península, pero a lo que sí que vamos a hacer referencia es a un episodio que, pese a la gran cantidad de escritos que, como hemos comentado, se han dedicado al estudio y análisis pormenorizado de la conquista de Cartagena, no ha merecido apenas la atención de los historiadores. Este episodio al que estamos haciendo mención es el ataque y asedio al que, en el año 218 a.C., sometió Cneo Cornelio Escipión a Qart Hadast y del que da noticia Tito Livio. Ataque durante el cual, incluso, según el citado escritor latino, los romanos asolaron toda la campiña circundante a la ciudad, llegando también a incendiar algunas casas extramuros.

Escipión llega a la peninsula

La campaña de Publio Cornelio Escipión contra la ciudad se inició con su llegada a la Península Ibérica, tras la derrota y muerte de su padre y su tío, en el otoño del año 210 a.C., con el cargo de procónsul, procediendo, inmediatamente, a la reorganización de su ejército, cuyos efectivos llegaron a alcanzar los 35.000 hombres, al tiempo que recibía informes sobre la dispersión en que se hallaban las fuerzas cartaginesas, que se encontraban muy alejadas de Qart Hadast, así como del descuido en que tenían su flota.

Todos estos factores le llevaron a dejar de lado su inicial plan de atacar separadamente a cada uno de los ejércitos púnicos, decidiendo hacerlo, directamente, a la ciudad de Qart Hadast, capital del dominio cartaginés en la península ya que había estudiado minuciosamente, por medio de los datos que pudo obtener de prisioneros de guerra, las ventajas y particularidades de dicho ataque.

Objetivo: Qart Hadast...

La ciudad se hallaba defendida tan sólo por mil hombres, estando el resto de la población formada por menestrales y artesanos que, lógicamente, no estaban preparados para tomar las armas. Esta escasez de efectivos y el conocimiento que tenía de la gran cantidad de rehenes, dinero y pertrechos que se almacenaban en la ciudad fueron factores determinantes en la decisión de Escipión.

Para este ataque contaba a su favor, según las fuentes clásicas, con el conocimiento que había adquirido a través de unos pescadores de la existencia del estero -el Almarjal de los tiempos modernos- y de las mareas que en él se producían, así como de su carácter pantanoso y la posibilidad de vadearlo en algunos lugares. También valoraba positivamente Escipión la ventaja que le daba la lejanía de los ejércitos cartagineses, lo que le permitía, en caso de derrota, salvar el suyo por medio de la flota que, al mando de Cayo Lelio, le acompañaba.

Cuando llegó la primavera del año 209 a.C., Escipión emprendió la marcha hacia Cartagena, al tiempo que ordenaba a Cayo Lelio que, ajustando en la medida de lo posible la navegación con la marcha del ejército de tierra, emprendiera viaje hacia el mismo punto, para presentarse ambos al mismo tiempo ante las murallas de la ciudad que pretendía conquistar.

...punto de partida ¿Sagunto?

Uno de los principales interrogantes que presenta la campaña de Publio Cornelio Escipión es, precisamente, el de la duración y punto de origen de la marcha sobre Cartagena. Polibio y Tito Livio aseguran que ésta tuvo una duración de siete días, dando como lugar de salida el del río Ebro, algo que parece sumamente improbable ya que la distancia que separa dicho río de Cartagena es de unos 480 kilómetros, lo que se traduciría en un recorrido medio diario de unos 70 kilómetros. Algo que no le sería posible realizar al ejército romano.

Para aclarar este punto oscuro de las fuentes clásicas han sido propuestas las más diversas hipótesis, que van desde la poco probable de quererles atribuir un error de redacción a los escritores romanos, situando la duración real del recorrido en 17 días, a la más aceptada, que es la que ya planteó en su día el hispanista Adolf Schulten, de que hay una confusión en dichos autores al mencionar el lugar de inicio de la marcha como situado junto al río Ebro, cuando debieron hacerlo desde Sagunto, cuya distancia de 280 kilómetros con Cartagena da unas etapas medias de 40 kilómetros diarios, algo que está dentro de lo posible. En apoyo de tal afirmación se puede aducir la confusa idea que los romanos tenían sobre la situación de Sagunto que llegó a ser, incluso, confundida por Apiano con la propia Cartagena.

El campamento romano

Sea como sea, a su llegada a la ciudad, Escipión plantó su campamento en la zona, próxima al recinto urbano, donde hoy se alza el barrio de Santa Lucía, al pie del Cabezo de los Moros o ''Tumulus Mercuri'', que es como se le designa en las fuentes. Esta ubicación del campamento le permitía tener protegida su retaguardia por el cerro citado, el flanco izquierdo por la escuadra de Lelio y el derecho por el estero. A las ventajas del emplazamiento elegido había que unir las escasas posibilidades que existían de que, dado lo exiguo de sus fuerzas, se produjera un ataque por parte de los sitiados.

El inicio de las operaciones

Las hostilidades las rompió Escipión al día siguiente del de su llegada, tras ordenar a Cayo Lelio que procediese a bloquear la ciudad por mar y marchar con 2.000 de sus mejores soldados, pertrechados con escalas, hacia las murallas. El jefe de la guarnición cartaginesa, Magón, distribuyó sus escasos efectivos, que Polibio cifra en 2.000 hombres y Tito Livio en los 1.000 a que aludíamos al principio, entre los dos puntos de mayor interés estratégico, o sea, mil o quinientos, según el autor que se siga, en el ''Arx Hasdrubalis'' y otros tantos en el ''Mons Esculapi'', los actuales cerros del Molinete y de la Concepción, respectivamente. El primero dominaba el desagüe del estero y la puerta y el puente que comunicaban la ciudad con la campiña circundante. El segundo, el de mayor altura y extensión de todos los incluidos en el interior del recinto urbano, dominaba la bahía y la zona del actual barrio de Santa Lucía donde se hallaba establecido, como hemos visto, el ejército sitiador.

Magón escogió entre los ciudadanos a otros dos mil hombres, armándolos y situándolos en la puerta del istmo, frente al campamento romano, en el lugar donde en 1987 se produjo el hallazgo de los restos de la muralla que en aquellos años protegía el perímetro de la ciudad.

El primer punto de contacto entre las fuerzas de sitiados y sitiadores se produjo entre la guarnición que defendía la puerta de la ciudad y los soldados romanos que acudían por el istmo. Aquellos, adelantándose a los romanos, salieron de las murallas y atacaron a sus enemigos, que pudieron contener el ímpetu de los cartagineses, obligándolos a volver a refugiarse en el interior del recinto fortificado.

Fue en ese momento cuando Escipión, que contemplaba la lucha desde su campamento del Cabezo de los Moros, vio que las murallas quedaban desguarnecidas en muchos puntos, por lo que dio la orden de atacarlas, acudiendo él mismo, protegido por los escudos de tres soldados que le daban escolta, al lugar del ataque.

Tito Livio y Polibio que, como ya hemos comentado, escribieron acerca de los acontecimientos desde el punto de vista de los romanos, aducen diversas excusas para justificar el desastre que para estos supuso dicho ataque. De ese modo, ambos afirman que la gran altura de las murallas impedía que muchas escalas alcanzasen su cima, lo que hacía que, en aquellas en que sí que la alcanzaban, los soldados quedaran indefensos ante los cartagineses que, lanzándoles objetos o, simplemente, empujándolas, precipitaban al vacío a un gran número de atacantes, produciendo una elevada mortandad que obligó a Escipión a ordenar el cese de las hostilidades, que también había emprendido, desde la zona costera, la flota de Cayo Lelio, sin que tampoco éste alcanzase su objetivo.

Realmente, como ya apuntaba hace más de medio siglo Antonio Beltrán, y posteriormente ha confirmado la arqueología con el hallazgo del tramo de muralla púnica situado junto a la antigua Casa de Misericordia, la altura de las murallas no era muy elevada pero debía parecerlo a los atacantes, ya que en casi toda la extensión del perímetro del recinto urbano, se alzaban sobre las laderas de las colinas existentes en el interior de la ciudad.

La toma de las murallas

Para los historiadores que siguen a Polibio, el siguiente paso que dio Publio Cornelio Escipión lo tenía, como hemos visto, meditado desde antes de emprender la marcha desde Sagunto hasta Cartagena, siendo los ataques que hasta entonces había realizado simples movimientos tácticos mediante los cuales buscaba distraer la atención de las tropas cartaginesas. Movimiento que, llegado el momento del reflujo del estero o Almarjal que él conocía por informes que le dieron unos pescadores ¿según Tito Livio, de Tarraco- volvió a repetir, mientras que 500 de sus soldados, equipados con escaleras, se hallaban situados en el lado del estero y cuando, según narra textualmente Tito Livio, ''las aguas del estanque seguían ya el movimiento natural de la marea, levantándose el viento norte las rechazó con mayor violencia, quedando tan descubiertos los vados, que en algunos puntos los soldados solamente tenían agua hasta la cintura y en otros apenas les llegaba a las rodillas''. Así fue como esos 500 soldados atravesaron la laguna y se apoderaron de las murallas, que estaban desiertas.

¿La importancia de las mareas?

Otro de los puntos de la conquista de Cartagena que, junto al ya tratado de la marcha de Escipión hasta la ciudad, ofrece mayores dudas de interpretación es este del paso del estero. La marea en el puerto cartagenero tiene una oscilación que no sobrepasa los veinte centímetros, como recogen en sus trabajos sobre el tema García y Bellido y Schulten, a quienes les facilitó el dato el que fuera cronista de la ciudad, Federico Casal. Esos veinte centímetros de variación en el nivel de las aguas son, como ya argumentó hace años Antonio Beltrán, una oscilación poco apreciable que en prácticamente nada serviría a los soldados que deberían vadear el estero, máxime si tenemos en cuenta que la diferencia de nivel citada no se produce a diario, sino que es la media de las mareas extremas del año y que el viento del norte que, según los textos, ayudó al desagüe de la zona pantanosa, es algo que difícilmente pudo predecir Escipión. Ello lleva a pensar que, posiblemente, el estero o Almarjal era vadeable siempre. La aceptación de tal posibilidad fue lo que llevó a Beltrán a plantearse, en 1946, varias hipótesis que podrían explicar los puntos oscuros de los textos de Polibio y Tito Livio.

La primera de estas hipótesis recoge la posibilidad de que existiera un paso, conocido por los pescadores que facilitaron la información a Publio Cornelio Escipión, que podía quedar al descubierto o con poca agua al bajar el nivel de la marea. Posibilidad que podría sustentarse en los textos de Livio, aunque haciendo la salvedad de que, en ese caso, las palabras de éste sobre la altura a la que les llegaba el agua a los soldados ¿la cintura o las rodillas según los casos- no serían más que una licencia literaria del historiador, pues en ambas situaciones vente centímetros más o menos de profundidad en poco podían dificultar el vadeo del Almarjal.

La segunda de tales hipótesis, la más probable, la desarrolló Beltrán a través del texto de Polibio donde se dice que los atacantes ¿echaron a andar a porfía por el pantano¿ sin hacer mención expresa de que fuera necesario atravesarlo. Esta cita, unida a que es indudable que 500 soldados, con escalas, atravesando el estero a pleno día no tenían más remedio que ser visto por alguien, lo que no coincidiría con el hecho de que, según hemos visto, los asaltantes accedieron a lo alto de las muralla sin encontrar oposición alguna, llevaron a Beltrán, al que siguen muchos autores y con el que coincidimos plenamente en sus afirmaciones, a exponer que lo más probable es que los soldados no atravesaran el estero sino que lo bordearon al pie de las murallas, en un espacio que debía quedar en seco, aún cuando fuera de reducido tamaño, a causa del reflujo, sirviendo incluso la muralla para ocultar a los atacantes y favoreciendo el factor sorpresa que buscaba el estratega romano. Para que esta hipótesis resulte aceptable hay que admitir que el agua del estero llegaba hasta las propias murallas, quedando el pequeño paso por el que accedieron los soldados romanos en seco por la oscilación del nivel del agua a causa de la marea, ya que en caso contrario no sería explicable la confianza de los sitiados en la protección que el estero proporcionaba a la ciudad.

El lugar de entrada

Un aspecto que tampoco queda claro en los textos clásicos es el del lugar exacto por donde se produjo la entrada de los asaltantes a la ciudad. Un punto que Beltrán situó ¿y la arqueología posteriormente lo confirmó- en el tramo de la muralla que debía existir entre el desagüe del estero al mar y el monte de San José, un espacio cubierto por los cerros del Molinete, Sacro y el anteriormente citado pero en el que, mientras que los dos últimos se encuentran muy unidos, la separación entre el llamado Monte Sacro y el Molinete ¿el área de las actuales plaza de López Pinto y calles del Parque y San Fernando- es muy amplia. En esta espacio la muralla, al no estar situada sobre la ladera de ningún cerro, debía ser de menor altura, ya que descansaría sobre el llano allí existente. Este es el lugar que Beltrán consideró más adecuado para que fuera el que sirvió de punto de acceso de los sitiadores al interior del recinto.

Una excavación de urgencia realizada por Miguel Martín Camino y Blanca Roldán en el año 1983 en un solar ubicado en el número 8 de la calle de la Serreta confirmó la teoría de Beltrán. En esta actuación arqueológica, los excavadores pudieron constatar los restos de unas estructuras ¿que identificaron como pertenecientes a instalaciones dedicadas a la actividad pesquera en el propio estero-, con un importante número de restos cerámicos en su interior, que ofrecían la evidencia de su destrucción violenta, seguida con casi total seguridad, por un incendio. Las estructuras y los materiales aparecidos asociados a ellas se ajustan cronológicamente al momento de la conquista de Qart Hadast por Escipión, lo que sirve de apoyo a la hipótesis de que por tal lugar fue por donde se produjo el acceso de los sitiadores a la ciudad.

La toma de la ciudad

Una vez sobre la muralla, los soldados romanos avanzaron por ella hasta la puerta y atacaron por la retaguardia a los defensores, logrando, apoyados por los que estaban atacando desde fuera, abrir aquella y facilitar el acceso de las tropas al interior de la ciudad.

Según Tito Livio, los que entraron en ese momento por la puerta se dirigieron ¿en orden de batalla con sus jefes y sin dejar las filas- hacia el Monte de la Concepción y llegaron hasta el foro. Para debilitar, por medio del temor, la posible resistencia de la población, Escipión dio orden de degüello general, no cesando tan cruel medida hasta que Magón, que con algunos soldados había conseguido resistir algún tiempo en el Arx Asdrubalis, se rindió, pasándose entonces al saqueo de la ciudad.