El pueblo fenicio, descendiente de los cananeos que cita La Biblia, se localizó en la fachada oriental del Mar Mediterráneo, ocupando básicamente la extensión del actual Líbano, una fachada costera de unos 40 km. de anchura y 300 de largo. El término fenicio procede de la voz phoinix (= púrpura roja), material de comercio y con el que teñían sus túnicas y vestidos, dando este tono característico. Políticamente se organizaban en Ciudades-Estado: Biblos, Sidón, Tiro, Sarepta... entre las que iba basculando cierta hegemonía de unas sobre otras según el momento histórico, a esto contribuía el carácter montañoso de la zona y la separación entre ciudades por cadenas montañosas. No obstante, existía la conciencia de ser un único pueblo con lengua, alfabeto, moneda y religión comunes, aunque también con divinidades locales.

  Adquiere notoriedad a partir del 1200 a.C., tras las invasiones de los Pueblos del Mar y de los grandes cambios que afectan a toda la zona: Egipto, Mesopotamia, Anatolia y El Egeo, en esta época de la que tenemos poca información a través de las fuentes. Extendiendo su presencia como civilización hasta el s. IV a.C., momento de su anexión al Imperio Aqueménida hasta la conquista de Alejandro Magno y después de siglos de resistencia, alternados con períodos de sumisión a Asiria s. IX-VII a.C. y al Imperio Babilonio en el s. VI a.C. Posteriormente debemos hablar de los púnicos de Cartago, actual Túnez, como continuadores de esta cultura y su evolución con caracteres propios en el Occidente mediterráneo.

  Su principal modo de subsistencia fue el comercio con sus colonias, sobre todo de materias primas, como plata, marfiles, estaño... etc. y trueque por objetos elaborados por ellos, como joyas o cerámica, y su posterior redistribución hacia Asiria, su principal demandante. Por esta función de suministradores su sociedad se formará alrededor de la Corte y el palacio como centro distribuidor y de una clase social de mercaderes y comerciantes, aglutinados en compañías de navegación capaces de construir grandes flotas de barcos con la famosa madera de los bosques de cedros, apreciada por su calidad en todo el orbe y con una orografía apropiada para la instalación de puertos y fondeaderos.

  Convertidos así en una Talasocracia, del griego Thalassa (mar), se lanzan, según algunas fuentes ya a fines del segundo milenio, a la búsqueda de lugares de asentamiento para el trueque con indígenas y obtención de materias primas, primero hacia el Norte, costeando hasta Creta por Anatolia y asentándose en la isla de Chipre y hacia el Sur, desde Egipto hasta Gadir (Cádiz) y las costas del Sur de la Península Ibérica pasando por los actuales Libia, Túnez, Argelia y Marruecos.También se constata su paso hacia el Atlántico, costeando hasta las Islas Británicas en el Norte y hasta Mogador bajando por la costa marroquí y en Oriente por el Mar Rojo.