Definir la vida diaria de un minero de finales del siglo XIX y primeros del XX es hablar de sufrimientos, soledades y peligros. Desde que se levantaba de la cama hasta que volvía de la mina, cuando caía el sol, su vida estaba enfocada solamente al trabajo en la mina. El vestuario de los mineros era aportado por ellos mismos, ya que los empresarios no facilitaban ningún tipo de indumentaria a sus empleados. Así, las prendas de menor calidad se utilizaban para trabajar en la mina. Normalmente, debido al calor que imperaba en el interior de las galerías, hombres y muchachos llevaban puestos apenas unos pantalones cortos, zaragüelles o calzones y ninguna otra prenda, incluso en las zonas más calurosas excepcionalmente trabajarían desnudos o con un taparrabos.

  En la cabeza era común ver boinas, gorras o un sencillo pañuelo anudado en sus cuatro esquinas, con el fin de que el polvo de la mina no se quedara en el cabello. Los pies descalzos también eran usuales en el interior de la mina. La falta de dinero hacía que, para conservar el calzado que poseían, se lo quitaran a la hora de entrar a la mina. No obstante, al igual que en época romana, las esparteñas o albarcas de esparto eran el calzado más utilizado. En la ciudad, algunos mostraban un calzado diferente, las alpargatas blancas, un tipo de sandalias de cáñamo y lona en la punta y el talón que se anudaba al tobillo con cintas. Sin embargo, al salir de las minas y llegar a la ciudad, incluso para sus visitas a los café cantante, algunos mineros contaban con pantalones largos de tela, botas, camisas y chaquetas.

  Debido a los largos horarios de trabajo los mineros llevaban la comida a la mina en su 'barjuela' (pequeño atillo) o en capazas de palma o anea de pequeño tamaño. Los alimentos eran escasos, centrándose en algo de pan, salado (bacalao o sardinas), frito (patatas, cebolla o sangre), fruta del tiempo, ensalada con olivas partías y algo de tocino. A esto se agregaba agua, alcohol y tabaco.   Estas malas condiciones de alimentación, unidas al trabajo en la mina desde la infancia, hicieron que durante finales del siglo XIX y primeros del XX los hombres del municipio de La Unión presentaran una altura inferior a la del resto de la Región. Este hecho se comprueba en las listas de milicianos cartageneros, ya que los reclutas provenientes de la ciudad minera daban por lo general una talla tres centímetros más baja que el resto.

  Todos estos condicionantes, unidos a la inseguridad que reinaba en el interior de las minas y las pésimas condiciones higiénicas del tipo de viviendas en el que habitaban, hacían que la esperanza de vida de los mineros estuviera también por debajo de la media regional durante la etapa de esplendor de las extracciones subterráneas en la Sierra Minera de La Unión. Tras el paréntesis que produjo la crisis de las décadas de los 20' y 30' del siglo XX tomaría impulso la minería a cielo abierto donde, bajo otras condiciones laborales, la situación para los mineros mejoró sensiblemente. No obstante, la seguridad en el trabajo sería una lacra que no mejoraría hasta bien avanzada la segunda mitad de siglo.