La vida de un minero y su familia se encontraba ligada a numerosos problemas higiénicos y de salud, provocados por la insalubridad, que acompañaba a sus viviendas y por los accidentes diarios en el trabajo dentro de las minas.

  Insalubridad y epidemias

  El hacinamiento, la ausencia de alcantarillado en ciertas zonas de la ciudad y de agua potable en la totalidad de ella hicieron que numerosas enfermedades y epidemias se abrieran paso entre las clases sociales más vulnerables, afectando con el tiempo a toda la sociedad unionense. Así se conocen dos grandes epidemias que, en la época de mayor esplendor de la minería en la sierra, diezmaron la población de la zona.

  La primera de ellas sobrevino en 1885 y fue el cólera. Desde la administración de La Unión el alcalde y la Junta Local de Sanidad convocaron a los cuatro facultativos libres y a otros titulares para intentar acabar con la epidemia. Como medida de prevención inmediato aislaron a las personas infectadas en dos barracones instalados en el sitio de Caleras; pusieron en cuarentena a los familiares de los afectados; prohibieron las visitas al cementerio; desinfectaron las viviendas de los enfermos; así como sus ropas y efectos personales; y se compraron carros para trasladar a los fallecidos.

  En el año 1906 se produjo una epidemia de tifus y, aunque esta enfermedad era habitual por la falta de condiciones higiénicas en las poblaciones, la virulencia de esta fecha hizo que desde la Junta local se tomaran decisiones similares a las que se han expuesto con motivo de la epidemia de 1885. Las medidas llevadas a cabo por la alcaldía y la Junta Local de Sanidad en 1911, evitaron que otras dos grandes epidemias que tuvieron bastante repercusión en Europa, el cólera de nuevo y la gripe, atacaran con dureza a los habitantes de La Unión.

  Accidentes en la mina

  Desde que un minero llegaba a su lugar de trabajo a primera hora de la mañana hasta que lo abandonaba cuando caía el sol, permanecía expuesto a sufrir cualquier tipo de accidentes, disparándose el número de heridos y muertos debido a la ausencia casi total de medidas de seguridad laboral. Pero los percances se multiplicaban cuando el minero se subía a la cuba o jaula y descendía por el pozo principal hasta su galería. En estructuras preparadas para acoger 10 ó 15 trabajadores se subían más de una veintena, agarrados como podían a sus compañeros o a las cadenas de sujeción de la cuba.

  A través de este hacinamiento el patrón conseguía bajar un mayor número de mineros al interior de la mina en cada viaje, ahorrando así coste en combustible para las máquinas de vapor, que daban tracción a las poleas y aumentando el número de horas trabajadas por parte de los mineros. El peso excesivo de las jaulas hizo que en ocasiones los cables de sujeción cedieran provocando caídas en pozos que, en ocasiones, superaban los 400 metros de profundidad.

  Una vez en el interior de la mina el aire se volvía insalubre, mezclado con partículas provenientes de explosiones de barrenos y laboreo de extracción. La respiración en este ambiente haría que un gran número de mineros enfermaran de silicosis, también llamada fatiga, una dolencia que merma paulatinamente la capacidad pulmonar. Con todo, los mineros debían seguir trabajando a pesar de estar enfermos o convalecientes por algún accidente. El patrón rara vez se hacía cargo de ellos ni de sus dolencias, ya que un minero que no trabajaba significaba dos brazos menos para la labor.

  Como muestra de estas crueles condiciones laborales se conserva un Informe del Comisario de Vigilancia a las autoridades del poblado de Herrerías a mediados del siglo XIX, que reza: "El cirujano encargado de hacer las primeras curas ha manifestado que pasan de ochocientos los heridos que ha socorrido en cinco años (1853-1857) y que si a este número se agrega el de los muertos en el acto, de los que no se tiene conocimiento, y de los heridos que se curan a domicilio, será preciso convenir en que se acercan o se pasan de los dos mil las desgracias ocurridas…".

  Hospitales en el municipio de La Unión

  A pesar del gran número de mineros que trabajaban en la Sierra Minera, hasta 1883 no existió un hospital en La Unión. En 1882 Carlos Mancha Escobar construiría el Hospital Municipal de La Unión, también llamado "de sangre", con 40 camas para enfermos y accidentados. Durante el año 1891 sufrió una remodelación a cargo de varios empresarios mineros, para acoger un mayor número de personas, la mayoría mineros, pasando a denominarse Hospital de Caridad.

  También en Portmán se erigió un Hospital de Caridad en 1892, que llegó para sustituir al centro elemental de primeros auxilios denominado "el Hospitalillo de Sangre". Esta construcción fue financiada en parte por Miguel Zapata, El Tío Lobo, y su yerno José Maestre. Desde sus primeros días el hospital se centró en atender a los mineros heridos o enfermos a consecuencia de su trabajo en las minas.