El Califato de Córdoba, también conocido como Califato Omeya de Córdoba o Califato de Occidente, fue proclamado por Abderramán III en el 929, poniendo así fin al Emirato Independiente instaurado por Abderramán I en el 756, en la provincia de Córdoba en el sur de España.

Abderramán III consideró adecuada su autoproclamación como califa, es decir, como jefe político y religioso de los musulmanes y sucesor de Mahoma, basándose en varios factores: ser miembro de la tribu de Quraysh a la que pertenecía Mahoma, haber liquidado las revueltas internas, frenar las ambiciones de los núcleos cristianos del norte peninsular y la creación del califato fatimí en África del Norte que amenazaba con incorporar bajo su influencia el territorio de Al-Andalus. Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores edificó su propia ciudad palatina: Medina Azahara.

Es la etapa política de la presencia islámica en la península Ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1010 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o hayib Almanzor. En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.

Oficialmente, no obstante, el califato siguió existiendo hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como Taifas.

La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica fundamentada en un comercio importante, una industria artesana muy desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su esplendor financiero. Así, el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio Romano.

Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes, sobre todo tras la llegada al poder del califa Alhakén II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado los 400.000 volúmenes, favoreciendo la asunción de postulados de la filosofía clásica.