Este centro, situado en la parroquia de Santa Eulalia (actual calle Vara de Rey), fue creado por el obispo Francisco Fernández de Angulo, antecesor de Belluga. Pero no logró consolidarse hasta que este último, siendo ya obispo, le consignó una de las 40 porciones en que dividió las rentas de las tierras de colonización (Pías Fundaciones). Dependientes de otra de las Pías Fundaciones, el Oratorio de San Felipe Neri, estaban las mujeres recogidas regidas por un sacerdote, que ejercía las funciones de administrador. Además, las reclusas eran atendidas por un asistente con título de hermano, y por su esposa, y contaban con la asistencia de médico y cirujano. Las mujeres recogidas en la casa recibían una asignación diaria de cinco cuartos, ración que no variará desde 1740 hasta final de dicho siglo.

La función de este establecimiento consistía en ser una casa donde ¿las mujeres escandalosas estuvieran encarceladas para evitar su perdición¿. La clientela estaba constituida por mujeres prendidas por la justicia, que llegan de toda la provincia; casadas enviadas y mantenidas por sus maridos, para su corrección; y embarazadas solteras que parían en la casa, y al poco tiempo la abandonaban. A pesar de lo que ha escrito algún reputado estudioso, la Casa de Recogidas no era una prisión inquisitorial de brujas. La cárcel de brujas existía, sí, y era jurisdicción de la Inquisición. Pero no es la casa de la que hablamos aquí.

La terapia del trabajo es la habitual, como en la Casa de Misericordia, para la rehabilitación: las mujeres se ocupan sobre todo en la elaboración de géneros textiles que son vendidos y contribuyen, aunque en pequeña medida, al sostenimiento de la Casa. No obstante, el trabajo vuelve a mostrar los límites de su capacidad de reinserción. El ejemplo más claro del rechazo a la rehabilitación que se propone en las Recogidas es la fuga masiva de reclusas que tuvo lugar en enero de 1758:

¿El día 20 en la noche se salieron de la casa las 20 mugeres que havia en ella por el huerto de Dn. Pedro Saavedra por un agujero en la pared del cuarto comun de la casa por un fatal descuido de la madre Juana de Binaros, por no haber entrado, como es de su obligación todas las noches a cerrar las puertas donde se recogen dichas mugeres y haber fiado las llaves a una de ellas para que cerrase, lo que no hizo, por cuya causa se salieron todas¿ La capacidad asistencial de la Casa era bastante pequeña. Según los libros que se conservan en el Archivo Municipal de Murcia, correspondiente a los años 1741-1760 y 1770-1799, la media de reclusas estaba en unas 15 mujeres. También conocemos las cuentas de la casa para el mismo periodo. Entre 1740 y 1758, la media de ingresos era de 4.694 reales, y la de gastos, de 4. 712. Entre 1769 y 1799, los ingresos medios llegaron a 10.381 reales, y los gastos a 9.233. Es decir, una institución pequeña, con una clara función correctiva, función que en el siglo XVIII aun no estaba claramente diferenciada de la asistencia caritativa general. Habría que esperar al siglo XIX para que el régimen liberal burgués establezca separaciones más nítidas entre los mecanismos benéficos, y los mecanismos represores.