El siglo XVIII en España puede ser calificado como el siglo de los hospicios. En efecto, aunque el diseño de esta institución caritativa se remonta a los proyectos de finales del siglo XVI (sobre todo Miguel de Giginta y Cristóbal Pérez de Herrera), es en el setecientos cuando más instituciones asilares abren sus puertas. Se trata de asistir al pobre en aquellas necesidades que no son sanitarias (para ello quedarían los hospitales propiamente dichos), y proporcionarle una ayuda que le permita salir de la pobreza e incorporarse a la sociedad como individuo útil. En este sentido, uno de los aspectos en que más se insiste desde las instancias oficiales es en la educación y corrección del pobre, que tiende naturalmente a la vagancia y la marginalidad. Por ello, se ha hablado de una política de encierro forzoso de los pobres, que se iniciaría en el estado absoluto francés del siglo XVII, desde donde se extendería al resto de Europa.

La Casa de Misericordia de Murcia se crea en 1752, gracias a la donación hecha por testamento del Canónigo Felipe María Munibe. Antes, se había intentado en dos ocasiones (1722 y 1739), pero no fructificaron. La primera ubicación de la Casa fue frente a la parroquia de Santa Eulalia, pero cuando en 1770 fueron expropiados los bienes de los jesuitas expulsados, el Colegio de San Esteban fue destinado a acoger a los pobres recogidos.

Económicamente, la Casa de Misericordia tiene pocas propiedades, y se mantiene sobre todo de limosnas, pías memorias y subvenciones, con escasa participación de bienes inmuebles.

Y desde el punto de vista asistencial, lo que más llama la atención es que se trataba de un centro multifuncional, que atiende a una diversidad de situaciones muy amplia. En los libros de entradas encontramos pobres, por supuesto. Pero también hay muchachos que por su mal comportamiento son ingresados para su corrección; novias ¿depositadas¿ en espera de su casamiento; enfermos convalencientes; transeúntes; enfermos mentales; solteras embarazadas¿ Lejos de ser un mundo cerrado, como podría creerse si nos atenemos a las intenciones de las autoridades, la Casa fue en sus primeros tiempos un ámbito abierto, en el que los asistidos entraban y salían, y, si era necesario, se fugaban. Más de 250 intentos de fuga se contabilizan en aquellos años.

Poco a poco se impuso la fuerza, y adquirió un talante más correctivo y punitivo, llegando a abrirse como anexo una Casa de Corrección (a partir de 1798), con sendos departamentos para hombres y mujeres, que no eran más que instituciones de castigo para delincuentes.