La presencia de la mujer en los cortejos o en la estructura de las cofradías y agrupaciones fue prácticamente nula. No ocurre lo mismo en la actualidad tras la consiguiente renovación democrática que ha hecho posible el impulso del papel de la mujer y nadie duda de su contribución como importante potencial humano. La Asociación Mujeres Cofrades de Cartagena es buena prueba de ello. No obstante, en algunos casos siguen estando sometidas a la disciplina masculina incluso recogida en la normativa de algunas cofradías del territorio nacional. Esta ruptura no es relativamente reciente ya que en los desfiles cartageneros figuró por primera vez en 1946 un tercio de penitentes compuesto en su totalidad por mujeres, el de  la Santísima Virgen del Amor Hermoso.

    Disminución de la presencia femenina

    La presencia femenina en los cortejos se redujo a la de penitentes o promesas inscritos en las agrupaciones formando un nutrido grupo de ambos sexos detrás de determinados pasos. En la procesión california del Silencio o del ''Ecce Homo'' quienes desfilaban tras el trono tenían que ser hermanos y sujetarse a determinadas reglas: permiso del hermano mayor; todos llevarían escapulario del ''Ecce Homo'' y cirio encendido; las mujeres vestirían traje oscuro y velo echado a la cara y los hombres túnica de percalina encarnada con capuz echado a la cara; todos los penitentes desfilarán en formación de a cuatro, en primer término las mujeres y después los hombres.

    La discriminación de la mujer en los desfiles era incuestionable. Su marginación se contextualiza en el propio ensamblaje de las cofradías, verdaderos clubs de varones, cerrados y propios de una cultura misógina que irradiaba de la propia esencia eclesial. Podían formar parte como penitentes de las cofradías o agrupaciones pero les estaba vedada su participación en los desfiles. La agrupación marraja de San Juan llegó a contar en 1930 con 248 ''señoritas''. Todas lo eran de la aristocracia de Cartagena. En proporcionalidad a su papel los hermanos contribuían con una cuota de una peseta, mientras que las chicas lo hacían con 0,25.

    Características

    No podemos dejar de mencionar el rasgo típico por excelencia, el de las cartageneras siempre de elevada condición social- con mantilla negra y el correspondiente prendido de claveles, recorriendo iglesias y calles. (DORDA MESA, 1903). Las más excelsas incorporaciones femeninas se constriñeron a los pasos marianos, a la figura de las vírgenes y las santas mujeres en el pasaje de la resurrección. Una paradoja más de quienes lideraban el fervor popular y la pasión por una Madre que después era relegada en la vida real a los más ínfimos peldaños de la estructura social. No obstante quedó reservado un lugar preeminente al lado de los hombres o como una parte protocolaria sin demasiado relieve en el conjunto de los festejos. Eso sí, como sus cónyuges, una vez en escena asumieron su papel como representantes de la elevada clase social a la que pertenecían.

     Las cofradías y la parafernalia procesionista siempre pretendieron mostrar la elegancia y el rango de los poderosos económicamente, aunque solo consiguieron convertir en rancios todos los actos que convocaron. Fue el caso de las madrinas de las agrupaciones o las esposas de los directivos de éstas y de las cofradías. Tal distinción llevaba implícita una aportación económica como ayuda a los gastos de la agrupación.

    Botones de muestra no han faltado hasta fechas muy recientes: la agrupación marraja de San Juan Evangelista erigió en los años veinte del siglo pasado como tales a Mari Puri Peralta González, hija de Luis Peralta Catalá y Juanita González Pagán. La Agrupación de la Santa Agonía y María Santísima de la Amargura, presidida por Wenceslao Tarín Ruíz, designó a la esposa de éste María Luisa Bretau, madrina del tercio, no en vano habían donado la imagen de la virgen y la del Santísimo Descendimiento de Cristo. Tras la contienda civil nombró madrina del tercio a Pepita Soler Celdrán, sobrina de Angel Celdrán Conesa. En 1943 fue proclamada camarera de la nueva imagen de la Virgen del Primer Dolor, Clara Ros Lizana.

    Otras ilustres camareras fueron la presidenta de Honor de la agrupación marraja de la Virgen de la Soledad, Beatriz Asensio Herrera, Marquesa de Fuente González y la nieta del Hermano Mayor marrajo Juan Antonio Gómez Quiles -fundador y primer presidente de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cartagena-, Florita Gómez Peinado. No existe la menor duda de quienes asumían el protagonismo de la tan traída y llevada religiosidad popular. Cuando no eran madrinas o camareras se organizaban como Damas. Así surgió la Junta de Damas de la Santísima Virgen (Marraja) presidida por Sofía Arana de Mendizábal, condesa de Peñaflorida, entre otras. Cada cofradía y muchas agrupaciones constituyeron sus propias juntas de damas. La denominación refleja el carácter y rol de estas asociaciones.

    La mujer también aportó su cualificación profesional a la hora de confeccionar los vestuarios de los tercios o realizar los  bordados de los mantos de las tallas. Los talleres valencianos y lorquinos dominaron el sector, si bien Cartagena contó con los del Asilo de San Miguel y con destacadas artesanas del bordado, como Ana Conesa, Consuelo Escámez y Ana Vivancos, y los talleres Gavilá y la sastrería Vilar a partir de los años cincuenta. El manto de La Soledad, de Capuz, donado en 1924 por la Marquesa de Fuente González, fue restaurado por Escámez. Por su parte, su estandarte y el de La Dolorosa fueron confeccionados por la Sección Femenina de FET y de las JONS, con pinturas de Francisco Portela. La situación del sector artesanal del bordado en Cartagena en la actualidad atraviesa por una situación precaria debido a la falta de mano de obra cualificada y de iniciativas emprendedoras en este importante sector artesanal vinculado especialmente a la Semana Santa de esta ciudad. Los descuidos han sido evidentes en este terreno.